2009
Honorablemente [retener] un nombre y una posición
Mayo de 2009


Honorablemente [retener] un nombre y una posición

El fuego del convenio arderá en el corazón de cada miembro fiel de esta Iglesia que adore y que honorablemente retenga un nombre y una posición en la santa casa del Señor.

Elder David A. Bednar

Poco tiempo después de que se me llamara a prestar servicio como presidente de estaca en 1987, hablé con un buen amigo quien hacía poco había sido relevado como presidente de estaca. Durante nuestra conversación, le pregunté si había algo que él podría enseñarme en cuanto a llegar a ser un presidente de estaca eficiente. Su respuesta a mi pregunta ejerció un profundo impacto en mi servicio y ministerio subsecuentes.

Mi amigo indicó que se le había llamado a prestar servicio como obrero del templo poco después de su relevo. Luego agregó: “Desearía haber sido obrero del templo antes de ser presidente de estaca. Si hubiera prestado servicio en el templo antes de mi llamamiento como presidente de estaca, habría sido un presidente de estaca muy diferente”.

Su respuesta me dejó intrigado y le pedí que se explicara un poco más; él respondió: “Creo que fui un buen presidente de estaca. Los programas de nuestra estaca funcionaban bien, y nuestras estadísticas estaban por encima del promedio; pero el prestar servicio en el templo ha expandido mi visión. Si se me llamara hoy a servir como presidente de estaca, mi enfoque principal sería la dignidad para recibir y honrar los convenios del templo. Me esforzaría para lograr que la preparación para el templo fuera el centro de todo lo que hiciéramos; haría mejor mi labor de conducir a los santos a la Casa del Señor”.

Esa breve conversación con mi amigo me ayudó a enseñar y testificar incesantemente como presidente de estaca sobre la importancia eterna de las ordenanzas del templo, los convenios del templo y la adoración en el templo. El mayor deseo de nuestra presidencia era que cada miembro de la estaca recibiera las bendiciones del templo para ser digno de una recomendación para el templo y de usarla con frecuencia.

Mi mensaje de hoy está enfocado en las bendiciones del templo y ruego que el Espíritu Santo ilumine nuestras mentes, penetre el corazón y testifique de la verdad a cada uno de nosotros.

El objeto divino del recogimiento

El profeta José Smith declaró que, en toda época, el objeto divino del recogimiento del pueblo de Dios es el de edificar templos a fin de que Sus hijos reciban las ordenanzas más elevadas y de ese modo obtener la vida eterna (véase Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, curso de estudio del Sacerdocio de Melquisedec y de la Sociedad de Socorro, 2007, págs. 443–446). En el Libro de Mormón se recalca esta relación esencial que existe entre el principio del recogimiento y la edificación de templos:

“He aquí, el campo estaba maduro, y benditos sois vosotros, porque metisteis la hoz y segasteis con vuestra fuerza; sí, trabajasteis todo el día; ¡y he aquí el número de vuestras gavillas! Y serán recogidas en los graneros para que no se desperdicien” (Alma 26:5).

Las gavillas de esta analogía representan a los miembros de la Iglesia recién bautizados; los graneros son los santos templos. El élder Neal A. Maxwell explicó: “Es evidente que, al bautizar, nuestra visión debe ir más allá de la pila bautismal y debe proyectarse hacia el santo templo. El gran granero en el que debe recogerse a estas gavillas es el santo templo” (en John L. Hart, “Make Calling Focus of Your Mission”, Church News, 17 de septiembre de 1994, pág. 4). Dicha instrucción aclara y subraya la importancia de las ordenanzas y de los convenios sagrados del templo, a fin de que las gavillas no se desperdicien.

“Sí, las tormentas no las abatirán en el postrer día; sí, ni serán perturbadas por los torbellinos; mas cuando venga la tempestad, serán reunidas en su lugar para que la tempestad no penetre hasta donde estén; sí, ni serán impelidas por los fuertes vientos a donde el enemigo quiera llevarlas” (Alma 26:6).

El élder Dallin H. Oaks ha explicado que al tomar los emblemas de la Santa Cena para renovar nuestros convenios bautismales “no testificamos que tomamos sobre nosotros el nombre de Jesucristo, sino [más bien] que estamos dispuestos a hacerlo. (Véase D. y C. 20:77.) El hecho de que sólo testifiquemos que estamos dispuestos sugiere que debe verificarse algo más antes de que en realidad tomemos sobre nosotros ese sagrado nombre en el sentido [supremo y] más trascendental” (véase “El tomar sobre nosotros el nombre de Cristo”, Liahona, julio de 1985, págs. 77–78). Es evidente que el convenio bautismal contempla uno o varios acontecimientos futuros y conduce hacia el templo.

En revelaciones modernas, el Señor se refiere a los templos como casas edificadas “a mi nombre” (D. y C. 105:33; véanse también D. y C. 109: 2–5; 124:39). En la oración dedicatoria del Templo de Kirtland, el profeta José Smith rogó al Padre “que tus siervos salgan de esta casa armados con tu poder, y que tu nombre esté sobre ellos” (D. y C. 109:22). Asimismo, pidió una bendición “sobre quienes se ponga tu nombre en esta casa” (v. 26); y al aparecerse el Señor y aceptar el Templo de Kirtland como Su casa, Él declaró: “Porque he aquí, he aceptado esta casa, y mi nombre estará aquí; y me manifestaré a mi pueblo en misericordia en esta casa” (D. y C. 110:7).

Estos pasajes de las Escrituras nos ayudan a entender que el proceso de tomar sobre nosotros el nombre de Jesucristo que comienza en las aguas bautismales continúa y se amplía en la casa del Señor. Al estar en las aguas del bautismo, tornamos nuestra vista hacia el templo. Al tomar la Santa Cena, tornamos nuestra vista hacia el templo. Nos comprometemos a recordar siempre al Salvador y a guardar Sus mandamientos como preparación para participar en las sagradas ordenanzas del templo y recibir las bendiciones más elevadas que podemos recibir mediante el nombre y por la autoridad del Señor Jesucristo; por lo tanto, en las ordenanzas del Santo Templo tomamos sobre nosotros el nombre de Jesucristo de una forma más completa y plena.

“Y este sacerdocio mayor [o de Melquisedec] administra el evangelio y posee la llave de los misterios del reino, sí, la llave del conocimiento de Dios.

“Así que, en sus ordenanzas se manifiesta el poder de la divinidad.

“Y sin sus ordenanzas y la autoridad del sacerdocio, el poder de la divinidad no se manifiesta a los hombres en la carne” (D. y C. 84:19–21).

Que ninguna combinación inicua tenga el poder para… vencer a los de tu pueblo

Vivimos en una gran época en cuanto a la construcción de templos en el mundo; y el adversario de seguro es consciente del aumento de número de templos distribuidos actualmente sobre la tierra. Como siempre, la construcción y dedicación de estos edificios sagrados vienen acompañadas de oposición de parte de los enemigos de la Iglesia, así como de la crítica desacertada de algunas personas dentro de la Iglesia.

Dicho antagonismo no es algo nuevo. En 1861, mientras el Templo de Salt Lake estaba bajo construcción, Brigham Young instó a los santos “Si desean edificar este templo, vayan a trabajar y hagan todo lo que puedan… Algunos dicen: ‘No me gusta hacerlo, porque nunca hemos empezado a construir un templo sin que las campanas del infierno empiecen a repicar’. Quiero oírlas repicar de nuevo. Todas las huestes del infierno se movilizarán… pero, ¿qué importancia creen que esto tendrá? Ya han visto en todo momento la importancia que esto ha llegado a tener” (Deseret News, 10 de abril de 1861, pág. 41)

Como santos fieles, nos hemos fortalecido por medio de la adversidad y hemos sido los beneficiarios de las entrañables misericordias del Señor. Hemos seguido adelante conforme a la promesa del Señor: “No permitiré que [mis enemigos] destruyan mi obra; sí, les mostraré que mi sabiduría es más potente que la astucia del diablo” (D. y C. 10:43).

Durante muchos años, la hermana Bednar y yo fuimos anfitriones de numerosos hombres y mujeres fieles que iban a ofrecer devocionales a la Universidad Brigham Young–Idaho. Muchos de esos oradores eran miembros eméritos de los Setenta o habían sido relevados de ese quórum, y habían servido como presidentes de templo tras su servicio como Autoridades Generales. Cuando conversábamos con esos fieles líderes, siempre les formulaba esta pregunta: “¿Qué ha aprendido como presidente de templo que hubiera deseado comprender mejor cuando era Autoridad General?”

Al escuchar sus respuestas, descubrí una idea recurrente que sintetizaré del siguiente modo: “He llegado a comprender mejor la protección que podemos recibir mediante nuestros convenios del templo y lo que significa efectuar una ofrenda aceptable en lo que concierne a la adoración en el templo. Existe una diferencia entre los miembros que asisten a la Iglesia, que pagan sus diezmos y que ocasionalmente van al templo apurados para terminar una sesión, y aquellos que con fidelidad y constancia adoran en el templo”.

La semejanza de sus respuestas me impresionó sobremanera. Cada una de las contestaciones a mi pregunta se centraba en el poder protector de las ordenanzas y los convenios que podemos recibir en la casa del Señor. Sus respuestas reflejaban con exactitud las promesas que se encuentran en la oración dedicatoria ofrecida en el Templo de Kirtland, en 1836.

“Te pedimos, Padre Santo, que establezcas al pueblo que adorará y honorablemente retendrá un nombre y una posición en ésta tu casa, por todas las generaciones y por la eternidad;

“que ninguna arma forjada en contra de ellos prospere; que caiga en su propio foso aquel que lo cave para ellos;

“que ninguna combinación inicua tenga el poder para levantarse y vencer a los de tu pueblo, sobre quienes se ponga tu nombre en esta casa;

“y si se levanta contra este pueblo gente alguna, enciéndase tu enojo en contra de ellos;

“y si hieren a este pueblo, tú los herirás; pelearás por tu pueblo como lo hiciste en el día de la batalla, para que sean librados de las manos de todos sus enemigos” (D. y C. 109:24–28).

Tengan a bien considerar estos versículos en vista de la actual furia del adversario, y lo que hemos analizado sobre nuestra disposición a tomar sobre nosotros el nombre de Jesucristo y la bendición de protección prometida a quienes retengan honorablemente un nombre y una posición en el santo templo. Es importante notar que tales promesas del convenio son para todas las generaciones y para toda la eternidad. Les invito a estudiar reiteradamente y a meditar con espíritu de oración el significado de estos pasajes de las Escrituras en su vida y para su familia.

No deberían sorprendernos los esfuerzos de Satanás por frustrar o desacreditar la obra del templo y la adoración en él. El diablo aborrece la pureza y el poder de la casa del Señor; y la protección que hay para cada uno de nosotros en las ordenanzas y en los convenios del templo, y mediante ellos, constituye un gran obstáculo para los malvados designios de Lucifer.

El fuego del convenio

El éxodo de Nauvoo, ocurrido en septiembre de 1846, causó adversidades inimaginables a los fieles Santos de los Últimos Días. Muchos de ellos buscaron refugio en campamentos establecidos en la rivera del río Misisipí. Cuando Brigham Young se enteró en Winter Quarters de la condición de estos refugiados, envió de inmediato una carta a través del río hasta Council Point exhortando a los hermanos y recordándoles el convenio que habían hecho en el Templo de Nauvoo; él les aconsejó: “Ahora es el momento de trabajar. Permitan que el fuego del convenio que hicieron en la casa del Señor arda en sus corazones como una llama inextinguible” (en Journal History of The Church of Jesus Christ of Latter-day Saints, 28 de septiembre de 1846, pág. 5). En cuestión de días, se pusieron en marcha los carromatos en dirección al este a fin de rescatar a los atribulados santos.

¿Qué fue lo que otorgó tal fortaleza a aquellos primeros santos? Era el fuego del convenio del templo que ardía en sus corazones; era su compromiso de adorar y de honorablemente retener un nombre y una posición en la casa del Señor.

Actualmente enfrentamos, y aún enfrentaremos, grandes dificultades en la obra del Señor; pero al igual que los pioneros que hallaron el lugar que Dios había preparado para ellos, del mismo modo cobraremos ánimo, sabiendo que Dios jamás nos puede dejar (véase “¡Oh, está todo bien!”, Himnos, Nº 17). Actualmente, los templos están distribuidos por la tierra como lugares sagrados de ordenanzas y convenios, de edificación y de refugio contra la tempestad.

Invitación y encomio

El Señor declaró: “He de juntar a los de mi pueblo,… a fin de que se guarde el trigo en los graneros para poseer la vida eterna, y ellos sean coronados de gloria celestial” (D. y C. 101:65).

De entre los que escuchan mi voz, hay muchos niños, jóvenes y señoritas. Les suplico que sean dignos, constantes y que esperen con gran anhelo el día en que reciban las ordenanzas y las bendiciones del templo.

De entre los que escuchan mi voz, hay personas que deberían haber recibido las ordenanzas de la casa del Señor, pero que aún no lo han hecho. Sea cual fuere la razón y sin importar cuán larga la demora, les invito a comenzar los preparativos espirituales a fin de que puedan recibir las bendiciones que sólo están disponibles en el santo templo. Por favor, eliminen de su vida las cosas que se interpongan con ello; por favor, procuren las cosas que son de consecuencias eternas.

De entre los que escuchan mi voz, hay personas que han recibido las ordenanzas del templo y que por diversas razones no han regresado a la casa del Señor desde hace bastante tiempo. Por favor, arrepiéntanse, prepárense y hagan todo lo que deba hacerse a fin de que adoren una vez más en el templo y recuerden y honren sus convenios sagrados más plenamente.

De entre los que escuchan mi voz, hay muchas personas que poseen recomendaciones vigentes para el templo y que se esfuerzan por utilizarlas dignamente. Les felicito por su fidelidad y dedicación.

Testifico de manera solemne que el fuego del convenio arderá en el corazón de cada miembro fiel de esta Iglesia que adore y que honorablemente retenga un nombre y una posición en la santa casa del Señor. Jesús el Cristo es nuestro Redentor y Salvador; Él vive y Él dirige los asuntos de Su Iglesia mediante la revelación que da a Sus siervos ungidos. De estas cosas doy testimonio, en el sagrado nombre del Señor Jesucristo. Amén.