El respeto y la reverencia
Debemos cultivar… en nuestros hogares y en nuestras aulas el respeto mutuo y la reverencia hacia Dios.
En el último capítulo de Juan leemos de un intercambio muy tierno que hubo entre Pedro y el Cristo resucitado; tres veces el Salvador pregunta: “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos?”, y cada vez, cuando Pedro le asegura al Salvador de su amor, Jesús “le dijo: “Apacienta mis corderos… Pastorea mis ovejas”1.
En el mundo de hoy existe una gran necesidad de nutrir las almas de los niños y de la juventud con “agua viva”2 y con el “pan de vida”3. Al igual que Pedro, nosotros también amamos al Señor, por eso los padres y los líderes de hoy trabajan diligentemente para inculcar en cada corazón un testimonio de Jesucristo y de Su evangelio. Enseñamos en nuestros hogares, en entornos misionales, en los salones sacramentales y las aulas de nuestras capillas. Nos preparamos e invitamos al Espíritu para que esté con nosotros; pero para ser verdaderamente capaces de apacentar a Sus corderos y nutrir a Sus ovejas con un testimonio y con el Espíritu, debemos cultivar también en nuestros hogares y en nuestras aulas el respeto mutuo y la reverencia hacia Dios.
Hoy hago un llamado a los padres, maestros y líderes para trabajar juntos para enseñar, ejemplificar y fomentar las normas de respeto y reverencia que fortalecerán a nuestros niños y a nuestra juventud e invitará el espíritu de adoración en nuestros hogares y en nuestras capillas.
Permítanme sugerir que nuestra habilidad y credibilidad para ser ejemplos de reverencia hacia Dios se fortalece a medida que demostramos respeto mutuo. En la sociedad de hoy en día, las normas de decoro, de dignidad y cortesía están siendo asediadas por doquier y por todos los medios de comunicación. Como padres y líderes, nuestros ejemplos de respeto hacia los demás son fundamentales para nuestros jóvenes y para nuestros niños, puesto que ellos no sólo observan los medios de comunicación, ¡sino que también nos observan a nosotros! ¿Somos los ejemplos que deberíamos ser?
Preguntémonos: ¿Soy un ejemplo de respeto en mi hogar en la forma en la que trato a las personas a quienes más quiero? ¿Cómo me comporto durante los eventos deportivos? Si mi hijo tiene un desacuerdo con un maestro, entrenador o amigo, ¿escucho ambas versiones de la situación? ¿Muestro respeto por la propiedad de los demás y cuido también de la mía? ¿Cómo les respondo a las personas con las que estoy en desacuerdo en temas de religión, estilo de vida o política?
Si los padres y los líderes dan el ejemplo y enseñan el respeto hacia los demás, reafirmamos en el corazón de nuestros hijos que cada uno de nosotros es, en verdad, un hijo de Dios, y que todos somos hermanos y hermanas por la eternidad. Nos concentraremos en las cosas que tenemos en común, en las cualidades del corazón que unen a la familia de Dios, en vez de nuestras diferencias.
El respeto por los demás y la reverencia hacia Dios van de la mano; ambos se basan en la humildad y el amor. El presidente David O. McKay dijo que “la reverencia es un respeto profundo mezclado con amor”4; y el élder L. Tom Perry enseñó que “…la reverencia [es] …una actitud de respeto y veneración hacia la Deidad”5. Los niños de la Primaria aprenden ese concepto al cantar una de las estrofas de una canción de la Primaria:
La reverencia es más que estar quietos;
es recordar al Señor,
ver las bendiciones del Padre en los cielos;
es un sentimiento de amor6.
Sin embargo, la conducta reverente no es una tendencia natural para la mayoría de los niños; es una cualidad que los padres y los líderes enseñan por medio del ejemplo y de la instrucción. Debemos tener presente que si la reverencia está basada en el amor, también lo está la enseñanza de ésta. El uso de la severidad en nuestra enseñanza no produce reverencia, sino resentimiento. Así que empiecen a temprana edad y tengan expectativas razonables. Un niño pequeño puede aprender a cruzar los brazos y a prepararse para la oración; pero requiere tiempo, paciencia y constancia. Recordemos que no sólo estamos enseñando a los niños su primera lección de reverencia, sino que el niño quizás esté dominando sus primeras lecciones de autodisciplina.
Ese proceso de enseñanza y autodisciplina continúa línea por línea y precepto por precepto. Por lo tanto, un niño aprende a ser reverente durante las oraciones y la Santa Cena; se sienta con sus padres durante la reunión. Tras eso, se cría en lecciones de autodisciplina al aprender más tarde a ayunar, a obedecer la Palabra de Sabiduría, a tomar buenas decisiones al navegar el internet y a guardar la ley de castidad. Cada uno progresamos en habilidad así como en entendimiento. Bendecimos a nuestros niños y jóvenes a medida que les damos el ejemplo, les enseñamos y los alentamos mediante ese proceso, ya que el autodominio no sólo es el origen del autorrespeto, sino que es esencial para invitar al Espíritu a enseñar, confirmar y testificar.
Recuerdo un discurso que el presidente Boyd K. Packer dio en una conferencia hace casi veinte años titulado: “La reverencia invita la revelación”7. Esa frase ha permanecido en mi corazón todos estos años. Me recuerda que debemos crear en nuestro corazón, en nuestro hogar y en nuestras reuniones lugares de reverencia que inviten al Espíritu a consolar, guiar, enseñar y testificar, porque cuando el Espíritu le testifica a cada uno de nosotros que Dios es nuestro Padre y que Jesucristo es nuestro Salvador, ésa es la revelación que invitará la verdadera reverencia que nace del amor y del profundo respeto.
De modo que, como padres y líderes, ¿qué podemos hacer? Podemos ser ejemplos de reverencia al orar humildemente, al utilizar las palabras adecuadas para la oración y decir los nombres de la Deidad debidamente. Podemos tratar las Escrituras con respeto y enseñar con convicción la doctrina que contienen.
La reverencia aumentará a medida que enseñemos el respeto debido no sólo por las Autoridades Generales, sino también por los líderes del sacerdocio y de las organizaciones auxiliares locales. Mi presidente de estaca ha sido un buen amigo durante más de treinta años y, como tal, nos hemos llamado por nuestro nombre de pila; pero como él sirve en un llamamiento de liderazgo del sacerdocio —en público y ciertamente en el entorno de la Iglesia— hago un esfuerzo consciente por referirme a él como “Presidente Porter”. El enseñar a nuestros niños y jóvenes que lo correcto es que nos dirijamos a nuestros líderes tratándoles como presidente, obispo, hermano y hermana fomenta el respeto y la reverencia. También les enseña la verdad de que los líderes son llamados por Dios y se les han dado responsabilidades sagradas.
Como padres y líderes, debemos dar el ejemplo de un comportamiento reverente en nuestras reuniones de la Iglesia. Las capillas proporcionan lugares para muchas funciones diferentes, pero el domingo son lugares de adoración. Nos congregamos para renovar los convenios que sanarán nuestra alma. Vamos a aprender la doctrina y a fortalecer el testimonio. Los misioneros llevan a sus investigadores. Sólo en una actitud de reverencia puede el Espíritu confirmar la verdad del Evangelio por medio de la palabra de Dios, la música, el testimonio y la oración.
Somos gente amigable y nos queremos los unos a los otros, pero la reverencia aumentará si los tratos sociales y las conversaciones se llevan a cabo en los pasillos, y si la reunión sacramental empieza con el preludio musical y no con la primera oración. Fomentamos la reverencia al sacar del salón sacramental a un niño que llora y buscar un cuarto donde podamos seguir escuchando la reunión hasta que el bebé se calme o el niño inquieto se tranquilice. La reverencia incluye apagar el teléfono celular [móvil] y el BlackBerry. El mandar mensajes de texto o leer correos electrónicos en una reunión de la Iglesia no sólo es irreverente, sino que distrae e indica una falta de respeto hacia los que nos rodean; por lo tanto, damos ejemplos de reverencia al participar de la reunión, al escuchar a los discursantes y al cantar juntos los himnos de Sión.
Los maestros de la Primaria, de la Escuela Dominical y de los programas de los jóvenes tienen oportunidades únicas de enseñar el respeto y la reverencia y dar el ejemplo de ello. Permítanme ofrecer algunas ideas.
Primero, amen a todos los que estén en su clase. A menudo, el niño más inquieto es el que más necesita nuestro amor.
Tómense el tiempo de explicar lo que es la reverencia y la razón por la que es importante. Muestren una ilustración del Salvador. Definan el tipo de comportamiento que es aceptable, y luego sean amorosos y constantes al fomentarlo y al esperar que lo demuestren.
Estén preparados. No preparen sólo el material, sino prepárense también ustedes para enseñar con el Espíritu. Muchos problemas de reverencia se pueden atenuar con una lección bien preparada en la que los alumnos participen.
Hablen con los padres que tengan hijos con discapacidades para determinar una expectativa razonable para su hijo o hija porque cada niño merece la oportunidad de progresar.
Utilicen los recursos del barrio para obtener ayuda. A menudo, si hay un problema de reverencia con los niños o con la juventud, hay un problema de reverencia en el barrio. Lleven sus preocupaciones ante el consejo de barrio, donde los líderes pueden trabajar juntos para aumentar el respeto y la reverencia en todos los niveles8.
Hace algunos años, el presidente Packer prometió las bendiciones del Señor a los que adoraran con reverencia. De seguro esas promesas se aplican hoy: “Aun cuando no veamos una transformación inmediata ni milagrosa, como que vive el Señor, seremos testigos de una muy apacible. Crecerá el poder espiritual en la vida de todo miembro y de la Iglesia en general. El Señor derramará Su Espíritu más abundantemente sobre nosotros. Estaremos menos perturbados y confusos. Se nos revelarán respuestas a nuestros problemas personales y familiares…”9.
Creo en las promesas de un profeta. Sé que tengo un amoroso Padre Celestial y que Su Hijo Jesucristo es mi Salvador. Ruego que el aumento de nuestra reverencia refleje el profundo amor que tenemos hacia Ellos y mejore nuestros esfuerzos por apacentar a Sus ovejas. En el nombre de Jesucristo. Amén.