El plan de nuestro Padre: lo suficientemente amplio para todos Sus hijos
Aunque nuestra jornada esté repleta de tribulaciones, el destino es verdaderamente glorioso.
Esta vida terrenal puede ser una jornada difícil, pero el destino es verdaderamente glorioso. Cristo expresó lo siguiente a Sus discípulos: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo”1.
Esta tarde, mi objetivo consta de dos aspectos: Primero, hablar de algunas piedras de tropiezo para la fe; y segundo, describir cómo el plan del Padre es lo suficientemente amplio para todos Sus hijos.
En los últimos dos años, en los Estados Unidos y alrededor del mundo, ha aumentado dramáticamente la atención que nuestra religión y nuestras creencias han recibido. Esto no es nada nuevo, ha sucedido periódicamente en la historia de la Iglesia.
En 1863, el novelista inglés, Charles Dickens, abordó el buque de pasajeros Amazonas con destino a Nueva York. Su propósito era escribir un reportaje sobre los conversos Santos de los Últimos Días que emigraban para establecer la Iglesia en el Oeste de Estados Unidos. Miles de conversos ya habían emigrado y se había escrito mucho acerca de ellos y sus creencias, particularmente en los medios británicos, y en su mayor parte, todo era desfavorable.
“Subí al barco”, escribió Dickens, “para testificar contra ellos si así lo merecían, como plenamente creía que era el caso; para mi gran asombro, no lo merecían”2.
Tras observar a los conversos y convivir con ellos, Dickens quedó impresionado y describió a los conversos ingleses, la mayoría de ellos obreros, como “la flor y nata de Inglaterra, dentro de su nivel”3.
Se han dado dos informes contrastantes acerca de la Iglesia; por una parte, los informes favorables acerca de miembros rectos y de la forma en que viven. Los que conocen personalmente a Santos de los Últimos Días o que han tenido la ocasión de observarlos de cerca, tienen el mismo concepto que Charles Dickens expresó hace casi 150 años.
Debido a la doctrina inspiradora de la Restauración, los miembros se regocijan en el Evangelio y encuentran gozo y satisfacción en la Iglesia. Se nos ve con buenos ojos cuando vivimos las enseñanzas del evangelio restaurado de Jesucristo; pero cuando los miembros no las viven, puede ser una piedra de tropiezo para los que no pertenecen a la Iglesia4.
A diferencia de los informes favorables sobre miembros que viven en rectitud, a menudo las descripciones de la Iglesia y de su doctrina han sido falsas, injustas y severas; pero hay que reconocer que algunas descripciones del cristianismo en general también han sido muy severas5.
Esa actitud hacia nuestra doctrina no nos sorprende. En Doctrina y Convenios el Señor indicó que algunos “alzarán sus voces y maldecirán a Dios…”6 y algunos “…apartarán de mí su corazón a causa de los preceptos de los hombres”7.
Avisos recientes en los autobuses de Londres demuestran la polarización que existe respecto a la religión en general. Personas ateas, agnósticas e incrédulas pagaron para poner avisos publicitarios en los autobuses rojos de dos pisos de Londres que decían: “Probablemente Dios no exista. Deja de preocuparte y disfruta de la vida”. En avisos de oposición, los cristianos afirmaron: “Definitivamente hay un Dios”, seguidos de mensajes inspiradores8.
A los incrédulos les es difícil aceptar los milagros del Antiguo y el Nuevo Testamento, así como el nacimiento inmaculado y la resurrección del Salvador. Ven estos acontecimientos con el mismo escepticismo que la aparición de Dios el Padre y Jesucristo al profeta José Smith. No consideran la posibilidad de un plan celestial presidido por un Ser supremo. No tienen fe9.
Mi preocupación principal es por la gente honorable de la tierra que es receptiva a la fe religiosa, pero a quienes la doctrina incorrecta los ha desanimado o confundido. Por ejemplo, con respecto a la doctrina de que la revelación aún existe, algunas personas muy buenas están convencidas de que la Iglesia no puede ser verdadera porque se les ha enseñado, y por lo tanto creen, que los cielos están cerrados y que ya no habrá más revelación, escritura ni declaraciones desde el cielo. Quiero recalcar que esa creencia general no está basada en las Escrituras, pero es una piedra de tropiezo para algunos10.
En un reciente libro de gran éxito, el autor usa como analogía principal el dato interesante de que por siglos los europeos creían que todos los cisnes eran blancos. No fue sino hasta que se descubrió Australia que se encontraron cisnes de otro color. El autor se vale de esa analogía para explicar acontecimientos que realmente han ocurrido, pero que no se esperaban11. Al pensar en esa analogía, me di cuenta de que muchas personas han rehusado investigar seriamente la Iglesia porque creen que no puede haber revelación en esta dispensación. Un converso, que actualmente es presidente de misión, describe lo difícil que eso fue para él cuando investigaba la Iglesia; él dijo: “Toda la vida me habían enseñado que nunca más habría profetas y apóstoles en la tierra. Así que, aceptar a José Smith como profeta creó una enorme piedra de tropiezo”. Sin embargo, al orar, dice: “Recibí un testimonio de que el Evangelio en verdad se había restaurado en la tierra y que José Smith era en realidad un profeta de Dios”12.
Para mucha gente que es receptiva a la fe religiosa, un tema ha sido especialmente preocupante: les ha sido difícil conciliar la doctrina correcta de que tenemos un amoroso Padre Celestial con la doctrina incorrecta de que la mayoría de la humanidad será sentenciada al infierno eterno.
Ese fue el caso con mi tatarabuelo, Phineas Wolcott Cook, quien nació en 1820 en Connecticut. En su diario, escribe que había hecho convenio con el Señor de servirle si lograba encontrar el camino correcto. Asistió a muchas iglesias, y en una le pidieron que “testificara… [y] se uniera a la iglesia… [y] fuera cristiano”. Su respuesta fue que “había tantas que no podía determinar a cuál unirse”. Siguió investigando diferentes iglesias. Había una doctrina que tenía particular importancia para él, y sobre ello, explicó: “A veces me criticaban porque yo quería una salvación más liberal para la familia humana. No podía creer que el Señor hubiera creado una parte para que se salvara y otra gran parte para ser condenada por la eternidad”13. Debido a esa doctrina, permitió que se borrara su nombre de los registros de una religión protestante. Cuando los misioneros SUD le enseñaron la verdadera doctrina del plan de salvación en 1844, él se bautizó.
La fe de Phineas en la amorosa misericordia y en el plan de felicidad del Señor ha sido común entre muchos hombres y mujeres honorables, aun cuando las enseñanzas de su propia iglesia fueran sumamente sombrías.
Frederick Farrar, líder de la Iglesia Anglicana, erudito clásico y autor del libro The Life of Christ, [La vida de Cristo], se lamentaba en las cátedras que impartía en Westminster Abbey de que las enseñanzas comunes de las iglesias protestantes sobre el infierno eran incorrectas. Afirmó que la definición del infierno, que incluía tormento sin fin y condenación eterna, era el resultado de errores de traducción del hebreo y del griego al inglés en la versión del Rey Santiago de la Biblia. Farrar también reconoció la inmensa demostración de un amoroso Padre Celestial a lo largo de la Biblia como evidencia adicional de que las definiciones de infierno y condenación usadas en la traducción al inglés eran incorrectas14.
Lord Tennyson, en su poema “In Memoriam”, expresó su creencia sincera. Después de hacer notar que “de alguna manera confiamos en que el bien será el resultado final del mal”, dijo:
Que nada camina sin rumbo al andar;
Que ni una sola vida destruida será,
Ni echada al vacío cual vil suciedad
Cuando Dios su obra completará 15.
Cuando José Smith recibió revelaciones y organizó la Iglesia, la gran mayoría de las iglesias enseñaban que la expiación del Salvador no salvaría a la mayor parte del género humano. El precepto general era que unos pocos se salvarían y que la gran mayoría sería condenada a la más terrible y atroz tortura sin fin16. La maravillosa doctrina revelada al profeta José nos dio a conocer un plan de salvación que se aplica a toda la humanidad, incluso a los que no escuchen de Cristo en esta vida, a los niños que mueran antes de la edad de responsabilidad y a los que carezcan de entendimiento17.
Al morir, los espíritus justos viven en un estado temporal llamado paraíso. Alma hijo nos enseña que el paraíso es “un estado de descanso, un estado de paz”, en donde los justos “descansarán de todas sus aflicciones, y de todo cuidado y pena”18. Los espíritus injustos moran en la prisión espiritual, a veces llamada “infierno”19, que se describe como un lugar terrible y oscuro donde los que esperan la “indignación de la ira de Dios”20 permanecerán hasta la resurrección. Sin embargo, debido a la expiación de Jesucristo, todos los espíritus bendecidos con el nacimiento al final resucitarán, el espíritu y el cuerpo volverán a unirse y heredarán reinos de gloria superiores a nuestra existencia terrenal21. Las excepciones se limitan a los que, al igual que Satanás y sus ángeles, se rebelen deliberadamente contra Dios22. En la resurrección, la prisión espiritual o infierno entregará a los espíritus cautivos. Jesús vino al mundo “para ser crucificado por el mundo y para llevar los pecados del mundo, y para santificarlo y limpiarlo de toda iniquidad”23.
El Salvador dijo: “No se turbe vuestro corazón… En la casa de mi Padre muchas moradas hay… voy… a preparar lugar para vosotros”24. En el libro de Moisés figura un resumen conciso: “Porque, he aquí, ésta es mi obra y mi gloria: Llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre”25.
Después de todo lo que el Salvador ha sufrido por la humanidad, no es de extrañar que, en la Primera Visión, al hablar de las iglesias que existían, Él le instruyese a José que “no debía [unirse] a ninguna, porque todas estaban en error”26. Más tarde, el Salvador introdujo la restauración de Su doctrina verdadera respecto al plan de salvación y otros principios salvadores, tales como la doctrina de Cristo27.
Pero a pesar de la trascendencia de nuestras diferencias doctrinales con otras religiones cristianas, nuestra actitud hacia otras iglesias ha sido refrenarnos de la crítica. Ellas hacen mucho bien y bendicen a la humanidad, y muchas ayudan a sus miembros a aprender del Salvador y de Sus enseñanzas.
Un corresponsal del diario Washington Post visitó una reunión de nuestra Iglesia en Nigeria. Entrevistó a un miembro nuevo y habló de su conversión. El corresponsal dio este informe:
“Dijo que… bajó de un autobús y entró en un edificio de [la Iglesia SUD]. Le agradó de inmediato lo que escuchó en [la capilla], especialmente el hecho de que nadie predicaba que los de otras religiones irían al infierno”28. Eso refleja el sentir de numerosos conversos a la Iglesia desde que se organizó.
Nuestros líderes nos han aconsejado siempre que demostremos “respeto y aprecio hacia aquellos que no sean de nuestra fe. Hay una gran necesidad de vivir con cortesía y respeto mutuo entre las personas que tienen creencias y filosofías diferentes”29.
Es igualmente importante que seamos amorosos y bondadosos con los miembros de nuestra propia fe, sin importar su nivel de dedicación o actividad. El Salvador ha dejado claro que no debemos juzgarnos los unos a los otros30, y eso se aplica en especial a los integrantes de nuestra propia familia. Nuestra obligación es amar, enseñar y nunca darnos por vencidos. El Señor ha dado la salvación “gratuitamente para todos los hombres”, pero ha “mandado a su pueblo que persuada a todos los hombres a que se arrepientan”31.
Naturalmente, el deseo de nuestro corazón no es sólo lograr la salvación y la inmortalidad, sino también la vida eterna con un amoroso Padre Celestial, nuestro Salvador y nuestra familia en el reino celestial; y podemos obtenerla únicamente si obedecemos las leyes y ordenanzas del Evangelio32. El Salvador dijo: “Porque si guardáis mis mandamientos, recibiréis de su plenitud y seréis glorificados en mí”33.
Los primeros conversos europeos que Dickens conoció a bordo del barco Amazonas habían superado muchas piedras de tropiezo. Tenían un testimonio de que la revelación proviene del cielo y de que hay profetas y apóstoles de nuevo en la tierra. Tenían fe en el evangelio restaurado de Jesucristo.
Habían llegado a entender el sublime destino que les aguardaba. No le tenían temor a la ardua jornada que iban a emprender, y su destino final no era en realidad el Valle del Lago Salado; su verdadero destino era el paraíso, seguido de la exaltación en el reino celestial.
Es por eso que los Santos de los Últimos Días de entonces y de hoy cantan la última estrofa de “¡Oh, está todo bien!” con fe y expectativa.
Aunque morir nos toque sin llegar,
¡oh, qué gozo y paz!
Podremos ya, sin penas ni dolor,
con los justos morar34.
Un Padre amoroso ha brindado a Sus hijos un plan global y compasivo “que salva a los vivos, redime a los muertos, rescata a los condenados y glorifica a todos los que se arrepienten”35. Aunque nuestra jornada esté repleta de tribulaciones, el destino es verdaderamente glorioso.
Me regocijo en el gran plan de salvación que es lo suficientemente amplio para todos los hijos de nuestro Padre Celestial. Expreso gratitud más allá de lo que pueda expresar por la expiación de Jesucristo. Doy testimonio de Él, en el nombre de Jesucristo. Amén.