El camino del discípulo
Ahora es el momento de adoptar el evangelio de Jesucristo como modo de vida, convertirnos en Sus discípulos y seguir Su camino.
Hoy es el día que el mundo cristiano tradicionalmente llama Domingo de Ramos. Recordarán que aquel domingo, aproximadamente dos mil años atrás, Jesucristo entró en la ciudad de Jerusalén durante la última semana de su vida terrenal1. Cumplía así lo que en la antigüedad había profetizado Zacarías2; entró cabalgando sobre un asno, y, al hacerlo, una gran multitud salió para recibir al Maestro y cubrieron Su camino con hojas de palma, ramas en flor e incluso sus propias vestiduras. A medida que Él se acercaba, ellos aclamaban: “Bendito el rey que viene en el nombre del Señor”3 y “¡Hosanna al Hijo de David!”4.
Quizá los discípulos pensaron que aquél era un momento decisivo: el momento en que la sociedad judía finalmente reconocería a Jesús como el tan esperado Mesías. Pero el Salvador entendía que muchos de los gritos de alabanzas y las aclamaciones serían transitorios. Él sabía que pronto ascendería al monte de los Olivos y allí, solo en Getsemaní, tomaría sobre sí los pecados del mundo.
El evangelio de Jesucristo
Lo adecuado es que durante la semana, desde el Domingo de Ramos hasta la mañana de la Pascua de Resurrección, dirijamos nuestros pensamientos hacia Jesucristo, la fuente de luz, vida y amor. Quizá las multitudes de Jerusalén lo hayan visto como un gran rey que los salvaría de la opresión política; pero, en realidad, Él nos dio mucho más que eso: nos dio Su Evangelio, una perla de incalculable precio, la gran clave de conocimiento que, si la comprendemos y usamos, nos abre la puerta hacia una vida de felicidad, paz y satisfacción.
El Evangelio son las buenas nuevas de Cristo. Es la revelación de que el Hijo de Dios vino a la tierra, llevó una vida perfecta, expió nuestros pecados y conquistó la muerte. Es el sendero de la salvación, el camino de la esperanza y el gozo y es lo que nos da la seguridad de que Dios tiene un plan de redención y felicidad para Sus hijos.
El Evangelio es el camino del discipulado. Podemos experimentar seguridad y gozo cuando andamos por ese camino, incluso en tiempos de peligro, tristeza e inseguridad.
El camino del mundo
Vivimos en una época en que muchos se preocupan por su sustento. Se preocupan por el futuro y dudan de su capacidad para resolver los desafíos con los que se enfrentan. Muchos han sufrido adversidades y tristeza en su propia vida; ansían saber cuál es el significado y el propósito de la vida.
Debido al gran interés en esos temas, el mundo no titubea al momento de ofrecer respuestas nuevas para cada problema que enfrentamos. La gente cambia de una nueva idea a la siguiente con la esperanza de encontrar algo que dé respuesta a las apremiantes preguntas de su alma. Asisten a seminarios y compran libros, discos compactos y otros productos. Se ven envueltos en el entusiasmo de buscar algo novedoso; pero, inevitablemente, la llama de cada nueva teoría se apaga y se reemplaza por otra solución “nueva y mejorada” que promete lograr lo que otras no lograron antes.
No digo que esas opciones del mundo no tengan elementos de verdad; muchas las tienen. Sin embargo, ninguna llega a producir el cambio duradero que buscamos para nuestra vida. Una vez que el entusiasmo se desvanece, queda el vacío mientras buscamos la próxima nueva idea para desentrañar los secretos de la felicidad.
En contraste, el evangelio de Jesucristo tiene las respuestas a todos nuestros problemas. El Evangelio no es un secreto; no es complicado ni esconde nada; puede abrir la puerta a la verdadera felicidad. No es ni la teoría ni la propuesta de nadie. No proviene de ningún hombre. Brota de las aguas puras y eternas del Creador del universo, quien conoce verdades que no podemos empezar a comprender. Y, con ese conocimiento, Él nos ha dado el Evangelio, un don divino, la fórmula suprema de la felicidad y del éxito.
¿Cómo llegamos a ser discípulos de Cristo?
Cuando escuchamos las trascendentales verdades del evangelio de Jesucristo, la esperanza y la fe comienzan a crecer en nuestro interior5. Cuanto más llenemos nuestro corazón y nuestra mente con el mensaje del Cristo resucitado, mayor es nuestro deseo de seguirlo y vivir Sus enseñanzas. Esto, a su vez, hace que nuestra fe crezca y permite que la luz de Cristo ilumine nuestro corazón. Al hacerlo, reconocemos las imperfecciones de nuestra vida y deseamos ser librados de las depresivas cargas del pecado, anhelamos ser libres de la culpa y esto nos motiva a arrepentirnos.
La fe y el arrepentimiento conducen a las aguas purificadoras del bautismo, donde hacemos convenio de tomar sobre nosotros el nombre de Cristo y de seguir Sus pasos.
A fin de conservar el deseo de llevar una vida pura y santa, somos investidos con el bautismo de fuego: el indescriptible don del Espíritu Santo, un Consolador celestial que nos acompaña y nos guía si caminamos por el sendero de la rectitud.
Cuanto más llenos estemos del Espíritu de Dios, más nos esforzaremos por servir a los demás. Nos convertimos en pacificadores en nuestro hogar y nuestra familia, ayudamos a nuestro prójimo en todo lugar y tendemos una mano por medio de misericordiosos actos de bondad, perdón, gracia y paciencia sufrida.
Éstos son los primeros pasos del verdadero camino de la vida y la satisfacción. Éste es el pacífico camino del discípulo de Cristo.
El sendero de la paciencia
Sin embargo, no es una solución rápida ni es una cura de la noche a la mañana.
Un amigo me escribió hace poco y me contó que le estaba costando mucho mantener su testimonio fuerte y vibrante. Me pidió consejo.
Le contesté y con amor le sugerí algunas cosas específicas que podía hacer a fin de que su vida estuviera más en armonía con las enseñanzas del Evangelio restaurado. Para mi sorpresa, volví a saber de él, apenas una semana después. La esencia de su carta era ésta: “Probé lo que usted me sugirió. No funcionó. ¿Qué más me aconseja?”.
Hermanos y hermanas, tenemos que perseverar. No obtenemos la vida eterna en una carrera corta; ésta es una carrera de perseverancia. Tenemos que aplicar una y otra vez los principios divinos del Evangelio. Día tras día debemos hacerlos parte de nuestra vida habitual.
Con demasiada frecuencia tomamos el Evangelio como lo haría un agricultor que pone una semilla en el suelo por la mañana y espera tener una mazorca de maíz lista para comer por la tarde. Cuando Alma comparó la palabra de Dios a una semilla, explicó que la semilla se transforma en un árbol que da fruto gradualmente, como resultado de nuestra “fe, y [nuestra] diligencia, y paciencia, y longanimidad”6. Es cierto que algunas bendiciones llegan en seguida: poco después de haber plantado la semilla en nuestro corazón, comienza a hincharse y a brotar y a crecer, y así sabemos que la semilla es buena. Desde el primer momento en que emprendemos el camino del discipulado, comenzamos a recibir bendiciones visibles e invisibles de Dios.
Pero no podemos recibir la plenitud de esas bendiciones “si [desatendemos] el árbol, y [somos] negligentes en nutrirlo”7.
El saber que la semilla es buena no basta; debemos “nutr[irla] con gran cuidado para que eche raíz”8. Sólo entonces seremos partícipes del fruto que es “más dulce que todo lo dulce… y más puro que todo lo puro” y “comer[emos] de este fruto hasta quedar satisfechos, de modo que no tendr[emos] hambre ni tendr[emos] sed”9.
El discipulado es una jornada. Necesitamos las lecciones refinadoras de esa jornada para formar nuestro carácter y purificar nuestro corazón. Al caminar con paciencia por el camino del discipulado, nos demostramos a nosotros mismos la fortaleza de nuestra fe y nuestra disposición de aceptar la voluntad de Dios en lugar de la nuestra.
No es suficiente hablar de Jesucristo ni proclamar que somos Sus discípulos. No es suficiente con rodearnos de símbolos de nuestra religión. El discipulado no significa ser espectadores. Del mismo modo que no podemos experimentar los beneficios de la salud al quedarnos sentados en un sillón mirando deportes en la televisión y dándoles consejos a los atletas, no podemos esperar recibir las bendiciones de la fe si nos quedamos inmóviles fuera del área de juego. Aun así, algunos prefieren “ser espectadores en el discipulado”, o directamente es la primera opción de adoración que escogen.
La nuestra no es una religión de segunda mano. No podemos recibir las bendiciones del Evangelio simplemente por medio de observar lo que hacen otros. Debemos salir de los laterales y practicar lo que predicamos.
El camino está abierto para todos
Afortunadamente, el primer paso en el sendero del discipulado comienza en el mismo lugar en donde nos encontramos. No tenemos que cumplir con ningún requisito para dar ese primer paso. No importa si somos ricos o pobres. No se nos exige tener estudios, ser elocuentes ni intelectuales. No tenemos que ser perfectos ni hablar bien, ni siquiera tener buenos modales.
Ustedes y yo podemos emprender hoy el camino del discipulado. Seamos humildes, oremos al Padre Celestial con todo nuestro corazón y expresemos nuestro deseo de acercarnos a Él y aprender de Él.
Tengan fe. Busquen y hallarán; llamen y la puerta se les abrirá10. Sirvan al Señor por medio del servicio a los demás. Participen activamente en su barrio o rama. Fortalezcan a su familia comprometiéndose a vivir los principios del Evangelio. Sean uno en corazón y voluntad en su matrimonio y su familia.
Ahora es el momento de cambiar su vida para poder tener una recomendación para el templo y usarla. Ahora es el momento de tener noches de hogar significativas, leer la palabra de Dios y hablar a nuestro Padre Celestial en ferviente oración. Ahora es el momento de llenar nuestro corazón de gratitud por la Restauración de Su Iglesia, por los profetas vivientes, el Libro de Mormón y el poder del sacerdocio que bendice nuestra vida. Ahora es el momento de adoptar el evangelio de Jesucristo como modo de vida, convertirnos en Sus discípulos y seguir Su camino.
Hay personas que creen que, debido a que han cometido errores, ya no pueden participar plenamente de las bendiciones del Evangelio. Qué poco entienden los propósitos del Señor. Una de las grandes bendiciones de vivir el Evangelio es que nos refina y nos ayuda a aprender de nuestros errores. Todos “peca[mos] y est[amos] destituidos de la gloria de Dios”11, y aun así, la expiación de Jesucristo tiene el poder de devolvernos la dignidad cuando nos arrepentimos.
Nuestro amado amigo, el élder Joseph B. Wirthlin, nos enseñó este principio con claridad cuando dijo:
“¡Oh, qué maravilloso es saber que nuestro Padre Celestial nos ama, a pesar de nuestras debilidades! Su amor es tal que aun si nosotros nos diésemos por vencidos, Él jamás lo haría.
“Tal vez nosotros nos veamos en el pasado y el presente… Nuestro Padre Celestial nos contempla con una perspectiva eterna…
“El evangelio de Jesucristo es un Evangelio de transformación; nos toma como hombres y mujeres terrenales y nos refina en hombres y mujeres para las eternidades”12.
Invito a quienes hayan abandonado el camino del discipulado, por la razón que sea, a comenzar desde donde estén y dirigirse al evangelio restaurado de Jesucristo. Caminen en el sendero del Señor. Testifico que el Señor bendecirá su vida, los investirá con conocimiento y gozo que superan todo entendimiento, y derramará sobre ustedes los dones divinos del Espíritu. Siempre es el momento correcto para caminar en Su sendero; nunca es demasiado tarde.
A quienes se sientan inadecuados porque no han sido miembros de la Iglesia toda la vida, a quienes sientan que nunca podrán recuperar el tiempo perdido, les testifico que el Señor necesita sus habilidades, aptitudes y talentos específicos. La Iglesia los necesita; nosotros los necesitamos. Siempre es el momento correcto para caminar en Su sendero. Nunca es demasiado tarde.
Las bendiciones del discipulado
Recordemos en este Domingo de Ramos, durante la época de la Pascua de Resurrección y siempre, que el evangelio restaurado de nuestro Señor y Salvador Jesucristo tiene el poder de llenar cualquier vacío, curar cualquier herida y tender un puente sobre cualquier valle de tristeza. Es el camino de la esperanza, la fe y la confianza en el Señor. El Evangelio de Jesucristo se enseña en su plenitud en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Esta Iglesia la dirige un profeta viviente, autorizado por el Señor Jesucristo para brindar dirección y guía para ayudarnos a afrontar los desafíos de nuestra época a pesar de lo difícil que sean.
Testifico solemnemente que Jesucristo vive. Él es el Salvador y el Redentor del mundo; Él es el Mesías prometido; Él llevó una vida perfecta y expió nuestros pecados; Él siempre estará a nuestro lado; Él peleará nuestras batallas; Él es nuestra esperanza; es nuestra salvación; Él es el camino. De ello testifico en el nombre de Jesucristo. Amén.