Nuestro pedacito de cielo
Después de nuestro bautismo en 1992, hacíamos todo en familia, incluso asistir a las reuniones dominicales, a las conferencias de la Iglesia y a otras actividades. No obstante, el tiempo pasó, las cosas cambiaron y al final me encontré solo en la Iglesia, ya que el resto de mi familia se volvió menos activa. A partir de ese momento, cada vez que escuchaba a alguien enseñar en cuanto a las familias eternas en la Iglesia, me sobrevenía un gran dolor y una profunda tristeza.
En 1995 decidí obtener mi bendición patriarcal para saber más en cuanto a lo que el Señor esperaba de mí y para recibir fortaleza. Mi bendición contenía la siguiente promesa: mediante el ayuno, la oración y la noche de hogar, mi familia estaría “en el Evangelio”. Yo oraba y ayunaba constantemente por mi familia, pero no seguí el consejo de llevar a cabo la noche de hogar.
Finalmente, me marché de mi casa en São Paulo, Brasil, para servir en una misión. Durante este tiempo, observé muchos hogares destruidos, pero al estudiar mi bendición patriarcal, encontré la solución para esos hogares: la noche de hogar. Al enseñar a las personas sobre la noche de hogar, observé el fortalecimiento de familias, la reconciliación de parejas y la unión de hermanos y hermanas. En pocas palabras, vi hogares convertidos en pedacitos de cielo.
“Si esto ocurre con las familias en mi misión”, me pregunté, “¿por qué no con mi propia familia?”
Después de mi misión, tomé la decisión de llevar a cabo la noche de hogar con mi familia. Al principio, todos participaban a regañadientes, y me resultaba difícil terminar las lecciones de la manera en que las había planificado. No obstante, sabía que el Señor no me aconsejaría que hiciera algo que no representara una bendición, así que no me di por vencido. Con el tiempo, la promesa de mi bendición patriarcal se cumplió.
Si no llevaba a cabo la noche de hogar, oía las quejas de mi familia. Todos participaban aportando opiniones, ideas y consejos, y escuchaban atentamente el mensaje. Aunque para entonces ya éramos mayores, cuando llegaba el momento de jugar, ¡lo pasábamos estupendamente!
Como resultado de todo ello, los miembros de mi familia comenzaron a obedecer los mandamientos que habían pasado por alto y participaron más activamente en la Iglesia.
En verdad puedo decir que mi hogar se transformó en un pedacito de cielo, gracias a un programa inspirado que debería ser una tradición en cada hogar: la noche de hogar.