El legado de servicio de una familia
La convicción de una mujer paraguaya en su nueva fe comenzó una tradición de servicio en el Evangelio que actualmente vincula a cinco generaciones de su familia.
Los hijos de Eulogia Díaz y Delio Cosme Sánchez recuerdan sobre el servicio que prestaba su madre como presidenta de la Primaria de la rama: En la época en que la Primaria se reunía por la tarde durante la semana, Eulogia guiaba todas las semanas a un grupo grande de niños de su vecindario —“nuestra pandillita”, como la llama una de sus hijas— por el largo camino que llevaba a la iglesia. No importaba si fueran o no miembros; si querían estar presentes y si sus padres se lo permitían, Eulogia los llevaba, ya que deseaba que el mayor número de niños disfrutara de las bendiciones de la Primaria.
Los hijos de Eulogia y Delio también recuerdan lo siguiente del servicio que prestó su padre como presidente de la rama: Los domingos por la mañana, él era siempre el primero en llegar al centro de reuniones; y más tarde era el último en salir, después de asegurarse de que todo estuviera en orden. Y continuó con esa misma dedicación mientras fue el primer presidente del Distrito de Paraguay, en la época en que era parte de la Misión de Uruguay-Paraguay.
Ahora que están en su madurez y algunos con nietos, los hijos del matrimonio Sánchez recuerdan que sus padres nunca consideraban que hubiera una buena razón para faltar a las reuniones de la Iglesia; con sol o con lluvia, la familia hacía la larga caminata hasta el centro de reuniones. Y en aquellos tiempos en que los miembros de la rama eran pocos, los integrantes de la familia tenían varias responsabilidades, desde enseñar lecciones o dirigir la música hasta ayudar a limpiar el edificio.
Desde entonces, la Iglesia ha progresado mucho en Paraguay; en la actualidad hay diez estacas y once distritos, y aproximadamente 66.000 miembros; el país cuenta con dos misiones. Tiene también una de sólo cuatro plantas de “Beehive Clothing” fuera de Estados Unidos, fábrica donde se confeccionan gárments y ropa para el templo.
El histórico centro de reuniones que todos amaban, el primero de la Iglesia que se edificó en el país y al que los miembros llamaban “la capilla Moroni” porque ése era el nombre del barrio que se reunía allí, ya no existe; ahora, en su lugar, se levanta un templo: el Templo de Asunción, Paraguay, es el adorno de lo que llaman “la Manzana Mormona”, como la Manzana del Templo de Salt Lake City.
Los miembros paraguayos se sienten sumamente bendecidos por el progreso logrado, pero los más antiguos no han olvidado los sacrificios que se requirieron para edificar los cimientos de lo que es la Iglesia actualmente en ese país.
La edificación de un legado
Eulogia Díaz de Sánchez se bautizó en octubre de 1960. El cura párroco trató de persuadirla a renunciar a la Iglesia y volver a la parroquia, pero ella tenía una certeza firme del testimonio que había adquirido y no iba a ser disuadida.
Castorina, su madre, se bautizó al mes siguiente, junto con una de las hijas de Eulogia, Liduvina; otra de sus hijas, Lina, quería bautizarse pero era recién casada y su marido se opuso.
Delio, el esposo de Eulogia, se unió a la Iglesia en enero de 1961. Era mecánico y, cuando le dijo a su socio que ya no iba a trabajar los domingos, éste aceptó de buena gana porque valoraba mucho al laborioso Delio y la contribución que hacía al negocio. El socio jamás tuvo ningún motivo para lamentar su decisión.
La historia de Delio y Eulogia Sánchez y de sus descendientes destaca el poder perdurable del ejemplo.
“Creo que el amor y la paciencia de mis padres nos ayudaron a vivir compartiendo el Evangelio”, afirma Lina. Aun cuando ella no se pudo bautizar al principio, prestó servicio en la Iglesia tan fielmente como le fue posible no siendo miembro. Al fin, en 1986, cuando la oposición del marido disminuyó gracias al ejemplo de la esposa y de los hijos, Lina entró llena de regocijo en las aguas del bautismo.
Su hermana Liduvina recuerda que sus padres estaban constantemente dedicados a compartir el Evangelio con los demás. Durante un tiempo, en la década de los setenta, la casa familiar donde la anciana Eulogia vive todavía sirvió de centro de reuniones los domingos. Aparte de los más de sesenta descendientes del matrimonio Sánchez que están en la Iglesia, hay más de veinte personas que se convirtieron por el ejemplo que ellos daban de una vida verdaderamente cristiana. Liduvina dice que sus padres eran también un ejemplo de honradez y que enseñaban a los hijos a no hacer nunca algo de lo que después pudieran avergonzarse.
A Delio y Eulogia se les conocía por su bondad. Liduvina se acuerda de que, muchas veces, cuando la familia se disponía a comer, su padre decía refiriéndose a algún vecino: “Me pregunto si fulano tendrá ahora un plato de comida”; y pedía a uno de los de la familia que fueran a llevar comida a esa persona antes de que ellos comieran.
Lina y su familia vivieron al lado de la casa de los padres durante muchos años. Enrique Ojeda, el hijo de Lina, dice de Delio: “El abuelo era siempre un ejemplo del sacerdocio; poseía esas cualidades que se mencionan en la sección 121 de Doctrina y Convenios [versículos 41–45]”. Y agrega que su abuela “es una mujer valiente; valiente en su fe y en su testimonio”. Muchas personas que no eran miembros de la Iglesia y que vivieron un tiempo en casa de ellos (cuando Delio y Eulogia ofrecían generosamente la ayuda que necesitaban) salieron de allí siendo miembros de la Iglesia debido al ejemplo de los dos.
Al llegar a ser adultos y tener su propia familia, los hijos de Delio y Eulogia siguieron el ejemplo de los padres. Ellos también han prestado servicio en muchos llamamientos de la Iglesia. Liduvina cumplió la misión en Uruguay y trabajó allá muchos años como empleada de la Iglesia antes de regresar a su tierra natal. A Silvio, el hijo de Delio y Eulogia, le fue necesario un poco más de tiempo antes de que el ejemplo paternal lo acercara a la Iglesia, pero él también siguió el modelo de servicio establecido por sus padres y más adelante ayudó a establecer una rama en Argentina, donde vivió durante un tiempo.
Las generaciones siguientes
Enrique [hijo de Lina] nació el mismo año en que su abuelo Delio se bautizó en la Iglesia. En sus años de crecimiento, muchas veces pasaba tiempo con los abuelos o con las tías, todos miembros activos de la Iglesia (él dice que Liduvina es su segunda madre). A pesar de que en sus primeros años ni el padre ni la madre eran miembros de la Iglesia, “mis hermanos, mis hermanas y yo crecimos en la Iglesia”.
Él recuerda que su padre, Vicente, no quería saber nada de la Iglesia, ni siquiera permitía que le hablaran de ella, incluso una vez que sus hijos le regalaron un Libro de Mormón, él literalmente se lo arrojó al suelo. Pero dice Enrique que “el ejemplo de los hijos fue lo que cambió a mi padre”. En su bendición patriarcal, a Enrique se le prometía que su padre se convertiría a la Iglesia por el ejemplo de sus hijos; por eso, él y el resto de la familia se aferraron a aquella promesa.
En 1986, cuando el hermano menor de Enrique cumplía una misión, la oposición del padre a la Iglesia había disminuido hasta el punto de dar su consentimiento para que la esposa se bautizara. Después de veinticinco años de asistir y prestar servicio a la Iglesia en todo lo que le fue posible, Lina llegó finalmente a ser miembro; sin embargo, su marido estaba lejos de prepararse para dar aquel paso. La vida familiar continuó varios años más siendo todos miembros de la Iglesia, salvo Vicente. Entonces, en 2002, un domingo de mañana él se levantó, se vistió de traje y se preparó para ir a la Iglesia: estaba listo para que le enseñaran. Poco después se bautizó, y en 2003 él y su esposa se sellaron en el templo.
Ahora, la generación de Enrique se compone de hijos que están criándose en la Iglesia y siguiendo los pasos de sus padres. Los descendientes de Eulogia y de Delio en la Iglesia comprenden seis hijos, dieciocho nietos (cuatro de los cuales ya han servido como misioneros) y, por ahora, veintitrés bisnietos. Las decisiones que esos bisnietos tomen estarán determinadas por las enseñanzas que reciban en sus respectivos hogares.
Adriana, de diecinueve años e hija de Enrique, comenta que es natural que siempre tengan que enfrentar tentaciones en la vida, pero que cuando las enfrentan, ella, sus hermanos y sus primos, “tomamos las decisiones que tomamos a causa de nuestro testimonio”. Su hermana Vivian, que tiene dieciocho años, agrega que cuando los amigos y conocidos se asombran porque ellas no fuman ni beben, ni toman parte en otras prácticas que sus amistades han adoptado, la oportunidad de explicarles sus normas es una ocasión para ser misioneras.
William Da Silva, de diecinueve años, es otro de los bisnietos de Eulogia; es hijo de Mercedes Ojeda de Da Silva que a su vez es hija de Lina. Al igual que su madre, William se bautizó a los ocho años y creció siendo miembro de la Iglesia. Su hermana y hermano mayores han sido misioneros y actualmente él también lo es en la Misión Uruguay Montevideo Oeste; su comentario es que, debido a las enseñanzas que recibieron en sus respectivos hogares, él y sus dos hermanos, así como sus primos que son activos en la Iglesia, se rigen por un comportamiento que tiene base en un fundamento espiritual diferente y más fuerte que el de muchos de sus amigos. “Es interesante notar cuánta confianza tienen en nosotros nuestros amigos y sus padres”, agrega. Y explica que muchas veces los padres de sus amistades dicen a sus hijos o hijas que si William o alguien como Adriana o Vivian asisten a un programa, “ustedes pueden ir también porque sabemos que ahí no habrá nada malo”.
Mantienen sus normas
Adriana lleva puesta una falda que ha sido alterada por medio de insertar un panel de tela en la costura del costado que tenía un corte muy alto. Lydia, su mamá y esposa de Enrique, y Mercedes, su tía, comentan que frecuentemente es difícil para la mujer paraguaya encontrar prendas modestas en las tiendas, por lo que las descendientes de los Sánchez han hecho lo que otras tienen que hacer muchas veces: reformar ellas mismas la ropa o confeccionársela. Lina, madre de Mercedes y suegra de Lydia, ha sido la modista de la familia; pero ahora las más jóvenes también están aprendiendo a coser.
Mercedes de Da Silva dice que la vida no fue particularmente difícil para ella mientras crecía, a pesar de ser una entre pocos Santos de los Últimos Días en su vecindario. “Todas mis amigas sabían que yo era miembro de la Iglesia”, explica, “y respetaban mis creencias”. Dice que también fue afortunada por el hecho de asistir a una escuela Santo de los Últimos Días que había en Paraguay en aquel tiempo. “Para mis hijos, esta etapa de la vida es mucho más difícil de lo que lo fue para mí”. Las normas de la sociedad son ahora bastante más permisivas. La hermana Da Silva comenta que ella y el esposo han mantenido en su hogar normas elevadas, entre ellas una hora límite en la que los hijos deben estar de regreso en su casa, incluso los mayores. “Hablamos mucho con ellos sobre el Evangelio”, dice, “y tenemos las noches de hogar. Eso es una gran fortaleza para nuestros hijos, y ellos lo saben”. El presidente Ernesto Da Silva fue relevado como Setenta de Área en abril de este año y actualmente presta servicio como Presidente de la Misión Uruguay Montevideo.
Christian y Karen, hijos de los Da Silva, les escribieron para agradecerles las altas normas que les habían enseñado y los grandes ejemplos que les dieron como padres. Karen Da Silva, que regresó en 2008 de la Misión Argentina Córdoba, explica: “Desde que era pequeña, mis abuelos y mis padres me enseñaron no solamente con palabras sino también con sus acciones. Ellos realmente vivían lo que enseñaban”. Y agrega que lo que aprendió en su hogar le sirvió durante la misión para enseñar las bendiciones que se reciben a cambio de la obediencia.
Christian, que acaba de regresar de la Misión California San Bernardino, se hace eco de los comentarios de su hermana sobre la importancia del ejemplo de los padres, y añade: “Mi propio testimonio del Evangelio creció al poner en práctica las enseñanzas de mis padres y mis abuelos”, lo que sucedió tal cual lo describe Alma. Christian explica que él hizo lugar en su corazón para que se sembrara la semilla, sus padres le enseñaron la verdad y él vio en la vida de ellos que el fruto de la semilla era bueno (véase Alma 32:27–43). “Espero seguir adelante nutriendo el árbol (mi testimonio) con fe para que sus raíces se arraiguen, y crezca y siga produciendo fruto”.
La hermana Mercedes Da Silva recuerda que, de jovencita, al ver en la vida de sus padres y abuelos el efecto que produce vivir de acuerdo con el Evangelio, “siempre pensé que cuando creciera iba a hacer lo mismo”.
Su hermano Enrique dice que el hecho de vivir el Evangelio ofrece ciertas claves para educar a los hijos en la fe: “Tres cosas: enseñarles la palabra, enseñarles por el ejemplo y ayudarles a aprender el Evangelio como un modo de vida”.
Él afirma que, por medio del Evangelio, sus hijos, junto con otros jóvenes que se han criado en hogares de Santos de los Últimos Días en Paraguay, pueden plantar raíces espirituales que muchos otros jóvenes no tienen. “La vida de ellos tiene un camino a seguir, tiene un propósito”, dice. Sus metas son eternas y, con la ayuda de padres fieles y obedientes, están aprendiendo la forma de alcanzarlas.