El prestar servicio en la Iglesia
Llamada por Dios
Aprendí por experiencia propia lo que significa ser “llamad[a] por Dios, por profecía y la imposición de manos, por aquellos que tienen la autoridad” (Artículos de Fe 1:5).
Mi esposo y yo acabábamos de mudarnos a una nueva ciudad y estábamos ansiosos por asistir a nuestro nuevo barrio. Dio la casualidad de que se iban a cambiar los límites del barrio, y se dividió.
Después de las reuniones del segundo domingo que asistimos, el secretario del barrio fijó una cita con nosotros para que tuviésemos una entrevista con el nuevo obispo el martes por la noche. Después de una breve conversación, el obispo solicitó el permiso de mi esposo para llamarme como presidenta de la Primaria del nuevo barrio, tras lo cual me extendió el llamamiento. Fue una gran sorpresa, pero se me había enseñado a nunca rechazar un llamamiento, por lo tanto, accedí a hacerlo lo mejor posible.
El obispo me dio una lista de nombres y me pidió que me reuniera con él dos días después para darle los nombres que yo seleccionase como consejeras y secretaria. Me sentí emocionalmente abrumada. Al llegar a casa, me encerré en el baño y me puse a llorar. Luego, oré con fervor a mi Padre Celestial, expresándole mis inquietudes en cuanto a mi nuevo llamamiento. No conocía a nadie en el barrio nuevo y necesitaba Su ayuda. Cuando terminé de orar, sentí paz en el corazón.
A la mañana siguiente oré y me ocupé de mis quehaceres acostumbrados. La lista de nombres que el obispo me había dado estaba sobre la mesa de la cocina y cada vez que pasaba por allí le echaba un vistazo rápido. Después de haber visto la lista varias veces, dos nombres parecían sobresalir; tomé la lista y los leí. Al decirlos en voz alta, me envolvió un cálido sentimiento; nunca había sentido el Espíritu Santo con tanta fuerza.
De inmediato acudí a mi Padre Celestial en oración; las lágrimas me corrían por las mejillas al volver a repetir los nombres. No sabía nada acerca de ninguna de las dos hermanas, pero sabía en el corazón que serían mis consejeras.
Más tarde esa noche, repasé mentalmente la lista de nombres; uno de ellos acudía a mi mente cada vez que pensaba en la lista; ella fue mi secretaria.
Al día siguiente me reuní con el obispo y le di el nombre de mis consejeras y el de mi secretaria. Para mi sorpresa, eran las mismas hermanas que él había pensado que trabajarían bien en la Primaria. Cuando llegué a la capilla el domingo, el primer consejero del obispado permaneció conmigo afuera del salón sacramental y me señaló a las consejeras y a la secretaria a medida que iban llegando. Al observar a esas hermanas, sentí que ya las conocía. El Espíritu volvió a confirmarme que esas mujeres habían sido llamadas por Dios.
Sabía que podíamos trabajar juntas en armonía al prestar servicio al Señor, y así lo hicimos. A pesar de que esas hermanas eran desconocidas para mí, fueron perfectas para sus llamamientos. El Señor sabía a quién Él deseaba llamar. Fue una gran experiencia para mí aprender personalmente lo que significa ser llamada por Dios por profecía.