Se dirigen a nosotros
Muévete
Relajarse en la colina puede parecer una manera segura de evitar cometer errores, pero también es una manera de impedir el progreso.
Se cuenta la historia de un grupo de bomberos paracaidistas. Esos valientes hombres y mujeres combaten los incendios forestales lanzándose en paracaídas por encima del fuego y combatiéndolo desde arriba mientras otros lo combaten desde abajo.
Durante un incendio forestal particularmente grande, un grupo selecto de bomberos paracaidistas se reunió para recibir instrucciones antes de partir en el avión. El operador, un bombero sabio y experimentado, les dijo que la situación era inestable y que no podía darles instrucciones precisas. Más bien, dijo, los paracaidistas tendrían que contactarlo por radio una vez que se hubiesen lanzado a la colina que estaba sobre el incendio; entonces él les daría instrucciones en cuanto a lo que debían hacer para combatir el fuego.
Rápidamente los bomberos despegaron en el avión, se lanzaron en paracaídas a la colina por encima del furioso fuego y se congregaron para entrar en acción. Mirando el incendio desde arriba, veían media docena de posibles senderos que podrían tomar para comenzar su trabajo.
Según lo acordado con el operador, el líder del grupo sacó la radio de mano, buscó la frecuencia correcta y llamó para pedir instrucciones en cuanto a qué sendero tomar; pero sólo se escuchaba estática; no podían oír al operador para nada.
Suponiendo que el operador estaba ocupado con otras tareas, los bomberos decidieron esperar 10 minutos e intentarlo otra vez; pero cuando volvieron a llamar por segunda vez, tuvieron el mismo resultado: comunicación interrumpida, estática y ninguna instrucción.
Los bomberos se consultaron entre sí. Aún podían ver varios caminos en las montañas que los ubicarían en una buena posición para combatir el fuego; pero estaban intranquilos porque no tenían instrucciones del operador. Les preocupaba que si comenzaban a ir por el camino que a ellos les parecía mejor, tal vez estuvieran yendo en dirección contraria a la que el operador querría que tomasen y se verían obligados a volver atrás.
Por lo tanto, decidieron esperar en la cima de la colina. Quince minutos más tarde volvieron a intentar comunicarse con el operador; nada. Se quitaron las mochilas y buscaron un lugar donde sentarse. Treinta minutos se convirtieron en una hora y una hora en dos. Con regularidad trataban de ponerse en contacto con el operador pero, como antes, sólo recibían estática como respuesta.
Los paracaidistas decidieron comer. Después de eso, en vista de que todavía no podían ponerse en contacto con el operador, se recostaron sobre sus mochilas y tomaron una siesta. Estaban frustrados; si tan sólo el operador les prestara un poco de atención y les dijera qué camino tomar, ellos felizmente lo seguirían y comenzarían a combatir el incendio; pero aparentemente el operador no los tenía en cuenta, probablemente porque estaba ocupado con otras personas. Decidieron que no se moverían sin las instrucciones del operador; después de todo, antes de que se lanzaran en paracaídas a la colina, les habían prometido que les darían instrucciones.
Siete horas después de que los paracaidistas llegaron a la cima de la colina, un cansado jefe de bomberos del grupo que estaba combatiendo el fuego abajo de la montaña escaló el sendero y los encontró. Quedó estupefacto; se acercó al líder y le preguntó: “¿Qué están haciendo holgazaneando en la colina? Realmente necesitamos su ayuda; casi perdimos el control del incendio porque no teníamos ayuda para contenerlo; ¿y todo este tiempo ustedes han estado descansando aquí en la colina?”.
El líder de los paracaidistas le explicó el apuro en que se encontraban. Se les había prometido que recibirían instrucciones del operador y ellos habían sido diligentes en tratar de conseguir esas instrucciones, pero el operador los había ignorado y no había respondido a sus llamadas. Era verdad que ellos podían ver varios senderos hacia el fuego, pero tenían temor de tomar el camino equivocado. Es por eso que decidieron esperar hasta que recibieran las instrucciones prometidas del operador.
El jefe de bomberos extendió la mano y tomó la pequeña radio que los paracaidistas habían usado. Caminó unos 45 metros por uno de los senderos que conducía al fuego; se detuvo y probó la radio; la voz del operador se escuchó fuerte y clara. El jefe entonces volvió a la cima de la colina y bajó unos 45 metros por otro sendero; se detuvo y llamó al operador, y una vez más se oyó la voz del operador de inmediato.
El jefe de bomberos volvió a subir hasta donde estaban los paracaidistas, le lanzó la radio al líder y le dijo: “Están en un punto muerto. Todo lo que tenían que hacer era avanzar por uno de los senderos y el operador podría haberles dicho fácilmente cómo corregir el curso y conducirlos al lugar donde los necesitábamos. En vez de eso, se quedaron holgazaneando y no nos fueron de ninguna utilidad”.
Con frecuencia, al necesitar guía y dirección espirituales, podemos ser tentados a hacer exactamente lo que hicieron los bomberos paracaidistas. Nos encontramos en terreno desconocido, vemos varios caminos que podemos tomar, pero no estamos seguros de cuál de ellos seguir. Se nos ha prometido inspiración y ayuda de nuestro Padre Celestial; sin embargo, no siempre viene de inmediato. Nos frustramos y decidimos que sencillamente nos sentaremos y esperaremos que llegue la guía prometida. Esperamos, esperamos y esperamos, preguntándonos por qué el Operador divino no nos ayuda con el curso a tomar.
Al hacerlo, hacemos caso omiso de un importante principio de la revelación: Nuestro Padre Celestial espera que utilicemos nuestra inteligencia, capacidad y experiencia para trazar nuestro curso inicial. Al avanzar por el camino que hemos escogido, estamos en mejor posición de recibir las indicaciones que Él pueda tener para nosotros a fin de corregir nuestro curso. Pero si sencillamente nos sentamos en la colina y nos reclinamos en nuestras mochilas hasta que Él nos dé instrucciones, corremos el riesgo de encontrarnos en un punto espiritual muerto.
El presidente Boyd K. Packer, Presidente del Quórum de los Doce Apóstoles, nos ha enseñado:
“Se espera que nos valgamos de la luz y del conocimiento que ya poseamos para resolver los problemas de la vida. No hace falta una revelación para saber que debemos cumplir con nuestro deber, ya que las Escrituras nos lo dicen; tampoco debemos esperar que la revelación sustituya la inteligencia espiritual o temporal que ya hayamos recibido, sino que la amplíe. Debemos enfrentarnos a la vida de una manera normal, cotidiana, siguiendo las rutinas, reglas y normas que gobiernan la vida.
“Las reglas, normas y mandamientos constituyen una valiosa protección. Si necesitamos una instrucción revelada para alterar nuestro camino, nos estará esperando cuando lleguemos a ese momento de necesidad”1.
Testifico que la mejor guía y la más clara viene a nuestra vida no cuando simplemente esperamos que nuestro Padre Celestial nos envíe ayuda u orientación, sino cuando estamos anhelosamente consagrados y enfocados en la tarea. A aquellos de ustedes que esperan la guía del Señor en su vida, los que necesitan ayuda con las decisiones o preguntas de fundamental importancia, les doy este desafío: En oración y con cuidado utilicen su propia inteligencia y recursos para escoger un sendero que les parezca el correcto. Luego, conságrense con anhelo a caminar por ese sendero (véase D. y C. 58:26–28). Cuando llegue el momento en que deban corregir su curso, Él estará allí para ayudarlos y guiarlos.