Por pequeños medios
Pensaba que todo iba bien; había servido en una misión, me gradué de la universidad, obtuve un trabajo de tiempo completo y finalmente me mudé a un apartamento a vivir sola. Asistía a la Iglesia todos los domingos y a veces iba a algunas actividades; tenía bastantes amigos, solteros y casados, y de pronto tenía más tiempo para leer, mi pasatiempo favorito cuando era niña. Sin embargo, aun con todas esas actividades todavía me sentía perdida.
En Alma capítulo 37 leemos el consejo que Alma le dio a su hijo Helamán. En los versículos 41–42, Alma habla acerca de la familia de Lehi y de la Liahona; explica que la Liahona no funcionaba cuando “[eran] perezosos y se [olvidaban] de ejercer su fe y diligencia”, y que “no progresaron en su viaje. Por tanto, se demoraron en el desierto, o sea, no siguieron un curso directo”. El leer esos versículos me ayudó a darme cuenta de que no estaba progresando, no estaba ejerciendo mi fe ni era diligente en nada. Había dejado de esforzarme por lograr una meta, simplemente estaba esperando que algo sucediera.
No hubo un momento específico en el que hice una lista de todo lo que tenía que cambiar; más bien, esos cambios se produjeron poco a poco. Primero, comencé a levantarme temprano y salir a correr o hacer algún otro tipo de ejercicio; luego, empecé a averiguar sobre programas de estudio que podrían ayudarme a mejorar en el trabajo o permitirme encontrar otro diferente. Encontré un programa y después pasé tiempo preparándome a fin de tomar los exámenes necesarios para poder presentar una solicitud. Le di más importancia al estudio de las Escrituras y a la oración, y traté de dedicar tiempo todos los días a deleitarme en las palabras de Cristo y a procurar sentir el Espíritu. Me esforcé de forma especial por participar más en mi barrio, aun cuando significara sacrificar mi tiempo personal.
Desde que comencé a hacer esos pequeños cambios me he sentido más feliz. Siento que estoy mejorando, que el Padre Celestial me está dando nuevos desafíos y que puedo afrontarlos con esperanza en vez de temor o desánimo. He aprendido que cuando dejamos de esforzarnos o de ejercer nuestra fe y movernos hacia una dirección, el Padre Celestial no nos puede ayudar a progresar y no alcanzamos nuestro destino. Estoy muy agradecida por los pequeños cambios en mi vida que me han ayudado a ver un camino hacia adelante.