Dos ciudades y una tierna misericordia
Tiffany Taylor Bowles, Illinois, EE. UU.
Al igual que Nauvoo, Illinois, la ciudad de Natchez, Misisipi, EE. UU., se encuentra en lo alto de un acantilado con vista al río Misisipi. Los primeros Santos de los Últimos Días que venían de Inglaterra solían pasar por Natchez al navegar río arriba de Nueva Orleans a Nauvoo. De hecho, en 1844 un grupo de rufianes incendiaron una barca atracada en Natchez en la que había unos cuantos Santos de los Últimos Días.
Cuando llegué a Natchez para aceptar un trabajo con el Servicio de Parques Nacionales de EE. UU., tenía dudas y temores. Había dejado todo lo que me era cómodo y familiar en Utah y, al establecerme en esa ciudad nueva y aparentemente extraña, me sentía perdida y sola.
En mi primer día de capacitación, lo primero que hizo el guarda forestal que me supervisaba fue llevarme a la mansión del parque, que era de la época de la Guerra Civil, y demostrarme la clase de visita guiada que pronto se esperaría que yo llevara a cabo. Cuando acabamos de ver la planta baja, ya me era difícil recordar todos los detalles. Desde el mobiliario rococó francés hasta la porcelana inglesa, la adornada vivienda representaba la prosperidad sureña, cosa que me abrumaba sobremanera. Al darme cuenta de que aún teníamos que ver la segunda planta de la vivienda, me sobrevino una sensación de frustración y un deseo de volver a casa.
Al subir por la magnífica escalera, me llamó la atención un cuadro al óleo del paisaje de un pueblo. Nunca lo había visto, sin embargo me resultó familiar. Mis ojos se fijaron en la imagen de un edificio grande en lo alto del acantilado del pueblo y reconocí la amplia curva que el río hacía alrededor de la ciudad. ¿Podría ser realmente lo que yo pensaba que era?
Pregunté si el cuadro era una pintura de Nauvoo. Mi supervisor, sorprendido por la pregunta, contestó que sí lo era. Pronto supe que el cuadro lo había comprado uno de los últimos dueños de la mansión porque aparentemente había sido pintado a mediados del siglo XIX y la escena del río armonizaba muy bien con el paisaje de Natchez.
Los santos que pasaron por Natchez en medio de la persecución debieron sentir gran alivio y gratitud cuando por fin llegaron a Nauvoo. De la misma manera, yo recibí consuelo cuando vi el cuadro de Nauvoo en la mansión de Natchez. Ver ese cuadro me ayudó a saber que nuestro Padre Celestial estaba al tanto de mi situación y que me bendeciría con la fortaleza para vencer mi nostalgia, mis temores y mis dudas. Sabía que el cuadro de Nauvoo era una tierna misericordia del Señor.