Sigue nadando
A Monica Saili, de 12 años, le encanta nadar. Ella es una de las mejores nadadoras jóvenes de Nueva Zelanda; y aun es posible que sea mitad pez.
Bueno, lo de ser mitad pez probablemente no sea cierto; pero la única otra explicación de por qué lo hace tan bien es porque entrena con tanto empeño.
Pasa dos horas en la piscina todos los lunes, miércoles y viernes, empezando a las 5 de la mañana. Los martes, jueves y sábados practica correr en la pista o a campo traviesa después de la escuela.
El ejercicio de nado que menos le gusta es tener que hacer el estilo mariposa con un sólo brazo, la frente en alto y alternando los brazos cada 100 metros. Ella dice: “Sientes fuego en los hombros”.
Pero ha aprendido que cuando las cosas se ponen arduas, el darse por vencida no hace la vida más fácil. Hacer lo que es difícil es lo que la hace más fuerte.
Trabajo arduo y tiempos difíciles
Todo ese trabajo arduo ha sido de utilidad. Ella empezó a ganar medallas a los 10 años; a los 11 ocupaba el décimo lugar nacional en el grupo de su edad en el estilo mariposa; a los 12 fue seleccionada para un campamento de perfeccionamiento en natación con el equipo nacional y se la escogió para nadar en los Juegos de Oceanía, en Samoa, contra nadadores de otros países.
Ella dice: “Mi papá siempre dijo: ‘El éxito llega tras un gran esfuerzo; no cae como llovido del cielo’ ”.
Monica aprendió que eso es verdad en la natación, y descubrió que también es verdad en la vida cuando su padre falleció de modo inesperado pocos meses después de que ella cumpliera 11 años.
Monica dice: “Yo era muy unida a mi papá; él me inició en la natación, me llevaba a todas las prácticas y a las competencias. Cuando murió, sentí que no tenía a nadie con quién hablar”.
No te des por vencida
La pérdida de su padre fue dolorosa, pero Monica no se da por vencida durante las prácticas difíciles; por lo tanto, cuando su padre murió, ella tampoco iba a abandonar su fe en su Padre Celestial.
Ella dice: “Mi papá fue mi ejemplo; él me enseñó a vivir el Evangelio”.
Desde la muerte de su padre, Monica ha empezado a estudiar las Escrituras antes de acostarse, “tratando de hacer de ello un hábito”, dice. Ella defiende sus creencias en la escuela: “Me hacen muchas preguntas en cuanto a la Iglesia”, comenta; y es la directora de música del barrio.
“Soy bendecida por ser miembro de la Iglesia”, dice Monica. “Cuando tengo mucho estrés, recibo consuelo”.
Más fuerte al final
Monica aún extraña a su padre, pero con el apoyo de su madre y de su familia, ella sigue adelante.
Se mantiene ocupada con lecciones de piano y de violín, reuniones del consejo estudiantil, natación, el Progreso Personal y dirigiendo la música en la reunión sacramental.
No sabe hasta qué punto la llevará la natación o cuánto tiempo continuará practicándola, pero en cuanto al Evangelio, está decidida a seguir en él hasta el final.
“A veces la vida es difícil”, dice Monica, “pero el hacer las cosas difíciles nos hace más fuertes. Sólo tienes que seguir nadando”.