Tenía que regresar
Nestor Querales, Portugal
Una noche, mientras servía como líder del sacerdocio de estaca en Loulé, Portugal, llevaba a unos jóvenes a sus casas después de una actividad de estaca. Era muy tarde y, al dirigirme a casa después de dejar a los jóvenes en las suyas, di vuelta en una calle oscura de un área rural por la que transitaban pocos automóviles. En el camino pasé por un pequeño puente y, hacia el lado derecho, vi una luz que parpadeaba cerca del río, como si fuera fuego.
Debido al rocío de la noche, pensé que aunque hubiera fuego, rápidamente se apagaría con la humedad, de modo que volví a concentrarme en el camino.
Sin embargo, había viajado sólo unos cuantos metros cuando oí una voz decir: “¡Detente!”. Me sorprendió, ya que viajaba solo, pero no le hice caso y seguí manejando. Entonces oí una voz de trueno: “¡Detente y regresa!”. De inmediato di la vuelta y regresé. Al hacerlo, le pregunté a mi Padre Celestial: “Señor, ¿qué sucede?”. Tan pronto como llegué al puente salí del auto y la respuesta del Señor fue inmediata, pues podía oír a alguien abajo que gritaba: “¡Por favor, ayúdennos!”.
Casi no había luz y no podía ver nada excepto la lucecita anaranjada que parpadeaba en el fondo. Abajo del puente había un pronunciado barranco y, con tan poca luz, no sabía cómo ayudar. Rápidamente llamé a un número para emergencias y los rescatistas no tardaron en llegar para ayudar.
Aquella lucecita provenía de un automóvil en el que viajaban cinco personas y que había caído al precipicio; dos habían perdido la vida, pero podría haber sido peor si yo no hubiera prestado atención a la voz del Espíritu Santo.
Testifico que el Señor nos habla por medio del Espíritu, ya sea con una voz suave o con una voz de trueno. Estoy agradecido de que aquella noche le presté atención. Sé que el Señor vive, que nos ama y que el Espíritu Santo se comunica con nosotros. Lo único que tenemos que hacer es prestar atención a Su voz.