El prestar servicio en la Iglesia
El potencial del servicio encabezado por los jóvenes
A los nigerianos les gusta decir que viven bajo “un feroz sol africano”. Las temperaturas cerca del ecuador varían ligeramente, sin importar la época. Por esa razón, cuando en agosto llevamos a cabo el proyecto de servicio para toda África, comenzamos a las siete de la mañana a fin de poder terminar la mayor cantidad de trabajo posible durante las horas frescas de la mañana.
Con palas, rastrillos y machetes pusimos manos a la obra para sacar la maleza y recoger la basura del terreno baldío que se encuentra cerca de nuestro centro de reuniones del Barrio Yaba, en la Estaca Lagos, Nigeria. Después de tres horas de trabajo, habíamos limpiado 1,2 hectáreas del terreno de 1,6 hectáreas.
“¿Qué les parece si terminamos este pequeño sector y fijamos otro día para terminar de limpiar el terreno?”, preguntó el obispo.
Al oír al obispo, Emmanuel, el presidente del quórum de maestros, expresó su desilusión.
“Si dejamos este sector sin terminar, los jóvenes sentirán que no han hecho mucho hoy”, dijo. “Por favor, terminemos”.
Debido a que la maleza tenía aproximadamente 1,80 metros de alto en la mayoría de los lugares, nos obstruía la vista y era difícil determinar cuánto faltaba por terminar.
“Hermano Hill, veamos cuánto tiempo nos lleva a usted y a mí limpiar un sendero angosto, quizás uno de poco más de medio metro”, dijo Emmanuel. “Si logramos hacerlo rápido, los demás verán que se puede terminar antes de lo que piensan”.
Los hombres jóvenes, divididos en dos grupos, habían estado trabajando en lados opuestos del terreno todo el día. Nadie había logrado abrirse camino a través del laberinto de maleza hasta llegar al otro lado. Con dolor de espalda, me arrodillé para aliviarme un poco y seguí dando golpes a la maleza con el machete. Preocupados, algunos jóvenes se acercaron para ver si podían ayudar y luego se pusieron a trabajar cuando vieron que Emmanuel y yo avanzábamos en direcciones opuestas el uno hacia el otro. En pocos minutos habíamos despejado el camino y estábamos frente a frente, lo cual produjo gritos de alegría. Al ver lo que habíamos logrado, otros empezaron a trabajar en parejas haciendo lo mismo.
Terminamos en menos de una hora. Radiantes de satisfacción, nos felicitamos mutuamente, y en especial a Emmanuel, que literalmente había proporcionado un camino para que los demás siguieran.
El obispo y yo pensábamos que, con nuestra edad y sabiduría, sabíamos lo que esos jóvenes podían lograr. Nosotros sólo veíamos jóvenes cansados y con calor; sin embargo, Emmanuel reconoció una oportunidad para que sus amigos desarrollaran dignidad y confianza. Él sabía que el hacer un esfuerzo más les proporcionaría mayor satisfacción que terminar el trabajo otro día. Nos recordó la fortaleza que la juventud de la Iglesia tiene y cuánto nos beneficiamos todos cuando ellos participan y toman la iniciativa.
Me di cuenta de que no tenemos que esperar a que nuestros jóvenes crezcan; ellos pueden marcar una diferencia ahora si se lo permitimos.