2012
La segunda vez, escuché
Junio de 2012


La segunda vez, escuché

Matthew D. Flitton, Revistas de la Iglesia

Me estaba quedando dormido la noche antes de un viaje cuando tuve la impresión de ir a comprar un neumático y una llanta para nuestra camioneta de quince años, la cual no tenía rueda de repuesto. Al día siguiente estuve ocupado y me olvidé de la impresión que había tenido. Cargamos el vehículo con nuestros tres hijos y todas las cosas necesarias, y partimos hacia la casa de mi padre, que quedaba a cuatro horas de distancia.

Íbamos en camino cuando se reventó uno de los neumáticos. Hicimos que remolcaran la camioneta hasta el poblado más cercano para cambiar la cubierta. Nos costó tres veces más de lo que hubiese costado comprar un neumático y una llanta en nuestra ciudad y, además, perdimos los noventa minutos que tuvimos que esperar. Pude apreciar el valor de los susurros del Espíritu y decidí seguirlos mejor en el futuro.

Después de cuatro años y dos hijos más, otra vez estábamos planeando ir a visitar a mi papá, que ahora vivía a trece horas de distancia. Para ese entonces teníamos otra camioneta, que tenía unos catorce años de uso. Aproximadamente una semana antes de partir, sentí que tenía que cambiar la rueda de repuesto de la camioneta. Recordando mi experiencia anterior, le hice caso al susurro. Unos días después tuve la impresión de ir a comprar unas correas de trinquete para sujetar algunas cosas que anteriormente habíamos atado con cuerdas. Necesitaba dos pero compré un paquete de cuatro, así que puse las dos que sobraban en nuestro kit de emergencia.

Cuando volvíamos de visitar a mi papá, nos detuvimos a comprar comida para la cena. Yo estaba sacando algunas cosas de un recipiente que llevaba en el techo de la camioneta cuando mi hija de tres años tocó la puerta corrediza y ¡la puerta se cayó! Estábamos agradecidos de que la puerta no hubiese golpeado a nuestra hija. Puesto que estábamos a unos 800 km de casa y era viernes por la noche, acomodé la puerta como pude para seguir adelante, pero no calzó en la ranura, así que al manejar escuchábamos el ruido de la autopista. Volvimos a detenernos y usé una de las otras correas de trinquete para sujetar la puerta.

Varias horas más tarde la camioneta empezó a sacudirse violentamente. La puerta hacía un ruido fuerte al temblar, pero la correa la sujetó en su lugar. Me hice a un lado de la autopista, y descubrí que una las ruedas había perdido su banda interna. Rápidamente la cambié por la rueda de repuesto que había comprado unas semanas antes y retomamos el camino.

Estoy agradecido por los susurros del Espíritu Santo, los cuales nos han resguardado en nuestros viajes. Sé que el Padre Celestial vela por nosotros si escuchamos la “voz apacible y delicada” (1 Reyes 19:12; véase también 1 Nefi 17:45; D. y C. 85:6), hacemos caso a Sus susurros y pedimos ayuda cuando la necesitamos.