Nuestro hogar, nuestra familia
Deliberar juntos en el matrimonio
Como consejero matrimonial y familiar en Victoria, Canadá, asesoré a un matrimonio, Bob y Mary (se han cambiado los nombres), que con frecuencia estaban en desacuerdo cuando trataban de tomar una decisión juntos. En una de las sesiones, Bob me dijo: “Trato de presidir y de hacer las cosas, pero cuando sugiero ideas de lo que tenemos que hacer, ¡ella no apoya al sacerdocio!”.
A raíz de ese comentario, me di cuenta de que él no entendía plenamente lo que significa presidir. Cuando las parejas contraen matrimonio, forman una sociedad de igualdad en la que se esfuerzan por tomar decisiones juntos en un espíritu de unidad.
Compartí con ese matrimonio algunos principios relacionados con lo que significa deliberar juntos, que aprendí del modelo de los consejos del sacerdocio. A pesar de que los consejos del hogar funcionan de manera un tanto diferente al de los consejos de la Iglesia, muchos de los mismos principios se aplican a ambos. Conforme nos esforcemos por emplear esos principios en nuestros hogares, nos ayudarán a fortalecer nuestro matrimonio de una manera que sea agradable al Señor.
Principio 1: Tomar decisiones de manera unánime
En los consejos del sacerdocio
Todas las presidencias, los consejos y los obispados se basan en los principios de un acuerdo unánime y armonioso. El élder M. Russell Ballard explicó que el Quórum de los Doce Apóstoles llega a una decisión unánime antes de actuar con respecto a cualquier asunto: “Conversamos de una gran variedad de temas, desde la administración de la Iglesia hasta los acontecimientos mundiales, y lo hacemos con toda franqueza. A veces tratamos un asunto durante semanas antes de tomar una decisión”1. La unidad es tan importante que no se toma una decisión hasta que no se haya llegado a la unanimidad.
El Señor le enseñó a José Smith el mismo principio de unidad en los consejos: “Y toda decisión que tome cualquiera de estos quórumes se hará por la voz unánime del quórum; es decir, todos los miembros de cada uno de los quórumes tienen que llegar a un acuerdo en cuanto a sus decisiones, a fin de que éstas tengan el mismo poder o validez entre sí” (D. y C. 107:27).
El élder David A. Bednar, del Quórum de los Doce Apóstoles, reafirmó este principio cuando enseñó: “No podemos recibir inspiración si no somos unidos”2. Cuando estamos unidos en propósito y en oración, invitamos la guía y la inspiración del Espíritu Santo.
En el hogar
El principio de la unidad es tan válido para los consejos del sacerdocio como lo es para los matrimonios. Las Autoridades Generales han enseñado que el consejo familiar es el concilio básico de la Iglesia3. Observen que no han enseñado que el marido sea el consejo básico, ni que la esposa sea el consejo básico; este consejo consiste en los dos juntos.
No es algo fuera de lo común que los matrimonios tengan dificultades para llegar a una decisión unánime, especialmente cuando el asunto en cuestión sea de importancia. Es más, cuando los cónyuges se preocupan más por tener la razón que por llegar a un acuerdo, “se interrumpe la comunicación con nuestro Padre Celestial, [y] también se interrumpe la comunicación entre los cónyuges. Nuestro Padre Celestial no interferirá; por lo general no se inmiscuye donde no lo llaman”4. La clave realmente reside en invitar a nuestro Padre Celestial a nuestras deliberaciones en vez de excluirlo. Si trabajamos juntos con humildad y nos escuchamos el uno al otro, obtendremos la bendición esencial de la guía del Señor.
Es importante tomar decisiones unánimes con la guía del Espíritu, en especial cuando la decisión no parezca ser lógicamente la mejor opción. El presidente George Q. Cannon (1827–1901), Primer Consejero de la Primera Presidencia, explicó que el Señor apoya al consejo de líderes unidos, que Él mejorará el plan imperfecto de ellos, lo “complementará con Su sabiduría y poder, y lo hará eficaz”5. Esa promesa se brinda a todos los consejos, incluso a los matrimonios.
Sin embargo, el tomar decisiones no siempre se tiene que lograr a través de un proceso formal. El élder Ballard enseña que “cuando un esposo y su esposa hablan el uno con el otro, están llevando a cabo un consejo familiar”6.
Además, así como el Señor no nos manda en todas las cosas, los cónyuges no tienen que efectuar consejos para toda decisión. En los matrimonios deben tenerse la confianza mutua para tomar decisiones diarias que tengan poca trascendencia desde el punto de vista eterno. Juntos, con la guía del Señor, las Escrituras y las palabras de los profetas, determinan las decisiones que requieran deliberación mutua.
Principio 2: Participación plena
En los consejos del sacerdocio
En la Reunión mundial de capacitación de líderes efectuada en noviembre de 2010, Julie B. Beck, Presidenta General de la Sociedad de Socorro, compartió el siguiente pasaje de las Escrituras: “Nombrad de entre vosotros a un maestro; y no tomen todos la palabra al mismo tiempo, sino hable uno a la vez y escuchen todos los que él dijere, para que cuando todos hayan hablado, todos sean edificados de todos y cada hombre tenga igual privilegio” (D. y C. 88:122). Después de los comentarios de ella, el élder Walter F. González, de la Presidencia de los Setenta, hizo la observación de que la participación fomenta la inspiración7. Cuando todos tienen igual oportunidad para contribuir, las ideas combinadas de las personas individuales se fortalecen.
En el hogar
El principio de la participación nos enseña la importancia de que ambos cónyuges contribuyan al proceso de tomar decisiones. No es suficiente que uno de los cónyuges tome todas las decisiones y que el otro simplemente esté de acuerdo. Los matrimonios logran mayor éxito cuando ambos buscan inspiración y luego escuchan las ideas y los sentimientos del otro.
El presidente Howard W. Hunter (1907–1995) dijo: “El hombre que posee el sacerdocio debe aceptar a su esposa como compañera en la dirección del hogar y de la familia, por lo que ella debe participar en forma total, y con un conocimiento pleno de los detalles, en todas las decisiones que atañan a éstos… El Señor dispuso que la esposa fuese ayuda idónea para el hombre (idónea significa igual), o sea, una compañera igual, necesaria y con derechos en todo sentido”8.
Principio 3: Presidir con rectitud
En los consejos del sacerdocio
Para llevar a cabo un consejo eficaz del sacerdocio, es de suma importancia comprender el significado correcto del término presidir. Aquellos que presiden la Iglesia “vela[n] por ella” (Alma 6:1) y tienen la responsabilidad de asegurarse de que se pongan en práctica la unidad, la participación equitativa y otros principios relacionados con la deliberación en consejo. El élder Ballard nos recuerda que “los que posean el sacerdocio no deben olvidar nunca que no tienen el derecho de ejercer la autoridad del sacerdocio como un garrote sobre las cabezas de los demás… El sacerdocio es para prestar servicio, no para exigir servidumbre; es compasión, no coacción; es cuidado, no control. Quienes piensen de otra forma están actuando fuera de los límites de la autoridad del sacerdocio”9.
En el hogar
El deber patriarcal del marido, como la persona que preside el hogar, no es gobernar a los demás, sino asegurarse de·que el matrimonio y la familia prosperen. El presidente David O. McKay (1873–1970) explicó que, un día, todo hombre tendrá una entrevista personal del sacerdocio con el Salvador: “Primeramente, Él solicitará un informe para dar cuentas de la relación que uno haya tenido con su esposa. ¿Ha estado activamente ocupado en hacerla feliz y en cerciorarse de que las necesidades de ella como persona se hayan satisfecho?”10.
El marido es responsable del progreso y de la felicidad en su matrimonio, pero esa responsabilidad no le concede autoridad sobre su esposa. Ambos están a cargo del matrimonio. En los consejos matrimoniales justos, ambos cónyuges comparten una serie de virtudes que, cuando se aplican, los ayudan a enfocarse el uno en el otro.
En Doctrina y Convenios 121:41 podemos aprender acerca de algunas de esas virtudes: “Ningún poder o influencia se puede ni se debe mantener en virtud del sacerdocio, sino por persuasión, por longanimidad, benignidad, mansedumbre y por amor sincero”.
No podemos hacer uso del sacerdocio con el fin de ejercer poder e influencia; por lo tanto, no podemos utilizar medios injustos con el fin de establecer dominio en el matrimonio. El verdadero poder se recibe únicamente cuando trabajamos juntos en rectitud y, de ese modo, nos hacemos merecedores de las bendiciones del Señor.
Edificar un matrimonio eterno
Los matrimonios que tengan dificultades en cuanto al control de autoridad o desacuerdos sobre cómo manejar el tiempo, el dinero, la relación con los hijos o con los suegros, o sobre cualquier otro asunto, deben revaluar los principios básicos que hayan elegido seguir en su matrimonio. ¿Pueden mejorar su relación si establecen un modelo mediante el cual puedan deliberar juntos con amor sincero?
Los principios de unidad, participación y de presidir con rectitud nos permiten llegar a un consenso con nuestro cónyuge e invitar al Espíritu a nuestra vida. El aplicar las virtudes del amor y de la bondad atenuará muchos desacuerdos, conducirá a una satisfacción más profunda en el matrimonio y edificará una relación que perdurará a lo largo de la eternidad.