Un mejor ejemplo
Ojalá hubiésemos escuchado las instrucciones de nuestras líderes, pero no creíamos que se aplicaran a nosotras.
Nuestras líderes de las Mujeres Jóvenes decidieron que una excursión donde pasáramos la noche sería lo apropiado a fin de prepararnos para el campamento. Escogieron las riberas del río San Pedro, en el sur de Arizona, EE. UU., para instalar nuestro campamento de práctica.
Después de desenrollar nuestras bolsas de dormir, las otras chicas y yo queríamos explorar y meternos al agua. Las líderes consideraron que primero debían hablarnos un poco de la seguridad y de los primeros auxilios, así que todas nos sentamos a la sombra cerca del río para escuchar la lección.
No era fácil prestar atención cuando veíamos el río brillar a la luz del sol. La brisa jugueteaba en los álamos mientras la hermana Brown (se han cambiado los nombres) hablaba. Todas habíamos escuchado la lección antes, y yo sencillamente no lograba entender por qué necesitábamos escucharla en ese momento. Todas sabíamos que debíamos aplicar presión a una herida para que no sangrara, pero allí estaba ella, diciéndolo otra vez.
Antes de dejarnos ir, las líderes nos repitieron varias veces que no nos metiéramos al río sin calzado. “Nunca se sabe lo que hay en el río y tienen que protegerse los pies”.
Cuando llegué a la orilla del río, algunas de las chicas ya estaban jugando en el agua. El agua estaba color café por causa del lodo; en todo lo ancho, el río no tenía ni medio metro de profundidad, y yo no podía creer que fuese peligroso.
Decidí quitarme los zapatos; sólo había llevado un par de zapatos deportivos y no le veía sentido a mojarlos y tener que andar con ellos empapados todo el día. Mis dos mejores amigas me recordaron lo que habían dicho las líderes, pero yo igual me los quité y les expliqué el porqué. Martha también se sacó los zapatos; Elizabeth no se decidía. Caminé hacia el agua y con tono sarcástico le dije: “Déjatelos puestos si quieres”.
Se sentó, se quitó el calzado y corrió hacia el agua. Después de unos cinco pasos se detuvo, empalideció y con calma dijo: “Oh, no”. Cuando sacó el pie del agua pude ver que le brotaba sangre de una herida: había pisado una botella rota.
Ver sangre hizo que mi mente quedara en blanco. Aun cuando acababa de escuchar la lección sobre primeros auxilios, no tenía ni idea de qué hacer. Decidí ir corriendo a buscar ayuda; otras dos chicas la ayudaron a salir del agua.
Encontré a la hermana Brown y le dije lo que había pasado; pensó que yo estaba bromeando, pero cuando vio a Elizabeth sentada junto al charco de sangre que le brotaba del pie, corrió hacia ella gritando: “¡Pongan presión en la herida!”.
La lección que habíamos tenido unos diez minutos antes comenzó a tener sentido. Las chicas, que se habían quedado paradas mirando a Elizabeth sangrar, le alzaron el pie y pusieron presión en la herida.
Llevaron a Elizabeth al hospital, donde le dijeron que casi se había cortado el pie por la mitad. Tuvieron que ponerle muchos puntos e iba a tardar mucho en curarse; cuando la volví a ver, estaba usando muletas.
Nunca pensé que yo fuera capaz, ni que trataría, de convencer a mi mejor amiga de hacer algo que la lastimaría tanto. Nunca antes me había considerado a mí misma una mala influencia.
Ahora trato de ser un mejor ejemplo para mis amigas y estoy más dispuesta a escuchar a mis líderes; ellas saben de lo que hablan.