¿A dónde me conducirán mis decisiones?
¿Podía Karina cambiar su rumbo si cambiaba sus decisiones?
La sonrisa de Karina desapareció. Comenzó a sudar, y no porque hiciera más calor de lo usual esa semana. Miró a su alrededor en busca de ayuda pero, a pesar de la multitud que había en el programa de puertas abiertas, nadie parecía notar que estaba sola con la periodista que le hacía todas esas preguntas.
Hasta ese momento, Karina, que tenía 17 años, había disfrutado de ofrecerse como voluntaria para el programa de puertas abiertas del Templo de Kiev, Ucrania. Ahora, frente a la reportera que esperaba con expectativa, parecía tener la lengua trabada.
Karina temía que, debido a los errores que había cometido en el pasado y que estaba tratando de superar, Dios no la ayudara.
A dónde nos conduce el seguir a la multitud
Al criarse en la Iglesia, Karina había soñado casarse en el templo; pero, como muchos adolescentes, sentía la necesidad de tener la aprobación de los demás.
Ella quería ser hermosa y popular como su hermana mayor; soñaba con sobresalir y que la admiraran, pero tenía miedo de llamar la atención y de que la ridiculizaran. El querer seguir los pasos de su padre e ir a la academia de policía sólo aumentaba la presión; de los dos mil estudiantes, sólo setenta eran mujeres. A ella le gustaba recibir atención, pero al mismo tiempo tenía miedo.
Por su deseo de sentirse parte del grupo, tomó decisiones incorrectas. “La influencia del mundo era fuerte”, dice Karina. “La gente a mi alrededor tomaba y fumaba; me insistieron y yo cedí. Me gustaba ser parte de un grupo que se sentía tan libre de preocupaciones”.
Ella sabía que no estaba haciendo lo correcto, pero no pensó hacia dónde la conducirían sus decisiones al seguir al grupo y alejarse de Dios (véase Mateo 7:13–14).
Decidir cambiar implica cambiar las decisiones que tomamos
Un día, un jovencito que a ella le gustaba le dijo que respetaba las creencias religiosas que ella tenía.
Avergonzada por no vivir mejor esas creencias, Karina finalmente se detuvo a pensar en el sendero en el que se encontraba (véase Hageo 1:5–7). Se dio cuenta de que sus decisiones la estaban alejando de Dios, de la compañía del Espíritu Santo y de su sueño de tener una familia eterna.
La única forma de cambiar la dirección en la que iba era cambiar las decisiones que tomaba cada día1. Pero se preguntaba si ya había avanzado demasiado por el camino equivocado. ¿Era demasiado tarde para cambiar?
Para comenzar a cambiar, Karina decidió orar y leer las Escrituras todos los días. Empezó a escribir en su diario personal, lo cual la ayudó a reconocer la ayuda que recibía del Padre Celestial cada día. Cambiaba el tema si las conversaciones se tornaban inapropiadas.
La decisión más difícil fue la de escoger quedarse sin amigos por un tiempo antes de tener amistades que fueran una influencia negativa. Comenzó a buscar amigos que tuvieran normas más elevadas.
La importancia de la esperanza
En los meses siguientes, el adversario le infundió duda y temor cada vez que se enfrentaba a una decisión. A veces se preguntaba si el esfuerzo de seguir al Salvador valía la pena. Parecía que lo que quería llegar a ser era inalcanzable.
Sin embargo, observó cómo vivían sus padres y otras personas que tenían un testimonio fuerte y aprendió que hay algo más poderoso que la duda y el temor; aprendió que gracias al arrepentimiento, hay esperanza.
“Vi que era posible vivir de manera correcta”, dice. “No se nos condena por causa de nuestros errores; nuestro Padre Celestial nos ha dado la oportunidad de arrepentirnos y cambiar nuestro rumbo”.
El alejarse de sus decisiones pasadas y tratar de seguir al Salvador cada día le han enseñado que el Padre Celestial es paciente. “Él me ha dado una oportunidad tras otra de cambiar y de llegar a ser una persona mejor”, expresó. “Me ha ayudado a través de las dificultades”.
La ayuda está disponible si escogemos seguir
Karina se enderezó y se volvió hacia la periodista. La sonrisa se le iluminó; el Padre Celestial ya había hecho tanto por ella que supo que en ese momento también la ayudaría.
Después de que la reportera terminó de hacerle preguntas, Karina le sonrió y la saludó con la mano. La reportera le devolvió la sonrisa y se alejó. Karina no recordaba mucho de lo que había dicho, pero recordaría por mucho tiempo cómo se sintió al saber que nuestro Padre Celestial siempre está cerca de quienes deciden seguirlo.