2012
Una llave para acceder a una familia feliz
Octubre de 2012


Mensaje de la Primera Presidencia

Una llave para acceder a una familia feliz

Presidente Dieter F. Uchtdorf

El gran autor ruso León Tolstói comienza su novela Anna Karenina con estas palabras: “Todas las familias felices se parecen; pero cada familia infeliz tiene un motivo particular para sentirse desgraciada”1. Aun cuando no tengo la misma certeza de Tolstói en cuanto a que todas las familias felices sean similares, he descubierto un elemento común en la mayoría de ellas: tienen la actitud de perdonar y olvidar las imperfecciones de los demás y de buscar lo bueno en ellos.

Por otra parte, las personas de una familia que no es feliz con frecuencia buscan defectos, guardan rencor y no parecen poder olvidar las ofensas del pasado.

“Sí, pero…”, dicen los que no son felices. “Sí, pero no sabes hasta qué punto ella me ofendió”, dice uno. “Sí, pero no sabes lo terrible que él es”, dice otro.

Quizás ambos tengan razón; o quizás ninguno la tenga.

Hay muchos grados de ofensa y hay muchos niveles de agravio, pero lo que he notado es que con frecuencia justificamos nuestro enojo y acallamos nuestra conciencia imaginando historias sobre los motivos de las otras personas para calificar sus acciones como imperdonables y egoístas mientras que, al mismo tiempo, elevamos nuestros propios motivos considerándolos puros e inocentes.

El perro del príncipe

Hay una vieja historia galesa del siglo trece acerca de un príncipe que regresó a su casa y encontró a su perro con la cara ensangrentada. Se apresuró a entrar en la casa y con horror halló que la cuna de su bebé estaba volcada y el niño había desaparecido. Furioso, el príncipe desenvainó la espada y mató al perro. Poco después oyó el llanto de su hijito, ¡estaba vivo! Junto al niño había un lobo muerto; en realidad, lo que había hecho el perro era defender a su hijo del lobo asesino.

Aun cuando este relato es dramático, demuestra un punto importante; plantea la posibilidad de que la explicación que nos damos a nosotros mismos sobre el motivo por el que otras personas se comportan de cierta manera no siempre esté de acuerdo con la realidad. A veces, ni siquiera queremos saber la realidad; preferimos autojustificar nuestra ira aferrándonos a la amargura y al resentimiento. A veces, esos rencores suelen durar meses e incluso años; hay casos en que se prolongan por toda la vida.

Una familia dividida

Un hombre no pudo perdonar a su hijo por desviarse del camino que se le había enseñado; el muchacho tenía amigos que a su padre no le gustaban e hizo muchas cosas contrarias a lo que el padre pensaba que debía hacer. Eso produjo un distanciamiento entre padre e hijo y, tan pronto como le fue posible, el muchacho se fue de la casa y nunca regresó. Casi no volvieron a hablarse.

¿Pensó el padre que estaba justificado? Quizás.

¿Pensó el hijo que estaba justificado? Quizás.

Todo lo que sé es que esa familia quedó dividida y no fue feliz porque ni el padre ni el hijo fueron capaces de perdonarse mutuamente; no pudieron dejar de lado los amargos recuerdos que conservaban el uno del otro y permitieron que su corazón se llenara de ira en lugar de amor y de perdón. Cada uno se privó de la oportunidad de influir en el otro para bien. El distanciamiento entre ellos parecía tan profundo y extenso que ambos se volvieron prisioneros espirituales en sus respectivas islas emocionales.

Felizmente, nuestro amoroso y sabio Padre Eterno en los Cielos ha proporcionado los medios para salvar esa brecha de orgullo. La grandiosa e infinita Expiación es el máximo acto de perdón y reconciliación; su magnitud está más allá de mi comprensión, pero testifico con toda mi alma de su realidad y de su poder supremo. El Salvador se ofreció como rescate por nuestros pecados y por medio de Él logramos el perdón.

Ninguna familia es perfecta

Ninguno de nosotros está libre de pecado; todos cometemos errores, incluso ustedes y yo. Todos hemos sido heridos y todos hemos herido a otras personas.

Es gracias al sacrificio de nuestro Salvador que podemos obtener la Exaltación y la Vida Eterna. Al aceptar Sus vías y vencer el orgullo por medio de ablandar el corazón, traemos reconciliación y perdón al seno de nuestra familia y a nuestra vida personal. Dios nos ayudará a estar más dispuestos a perdonar, a caminar la segunda milla, a ser los primeros en disculparnos aun cuando no hayamos tenido la culpa, a dejar de lado viejos rencores y a no alimentarlos más. Demos gracias a Dios, que dio a Su Hijo Unigénito; y al Hijo, que dio Su vida por nosotros.

Todos los días sentimos el amor de Dios por nosotros. ¿No deberíamos ser capaces de dar más de nosotros mismos a nuestros semejantes, como lo enseña el apreciado himno “Tú me has dado muchas bendiciones, Dios”2? El Señor nos ha abierto la puerta para que seamos perdonados. ¿No sería justo que hiciéramos a un lado nuestro egotismo y orgullo y empezáramos a abrir esa puerta bendita del perdón a aquellos con quienes discrepamos, especialmente a todos los de nuestra familia?

Al fin y al cabo, la felicidad no proviene de la perfección sino de aplicar los principios divinos, aun cuando sea en pequeños pasos. La Primera Presidencia y el Quórum de los Doce Apóstoles han declarado: “La felicidad en la vida familiar tiene mayor probabilidad de lograrse cuando se basa en las enseñanzas del Señor Jesucristo. Los matrimonios y las familias que logran tener éxito se establecen y se mantienen sobre los principios de la fe, de la oración, del arrepentimiento, del perdón, del respeto, del amor, de la compasión, del trabajo y de las actividades recreativas edificantes”3.

El perdón está situado en el medio de estas verdades sencillas, que se basan en el plan de felicidad de nuestro Padre Celestial. Debido a que el perdón conecta principios, también conecta a la gente; es una llave, abre puertas cerradas; es el principio de una senda honrada y es una de nuestras mayores esperanzas para tener una familia feliz.

Que Dios nos ayude a estar más dispuestos a perdonar en el seno de nuestra familia, a perdonarnos más los unos a los otros y, tal vez, a perdonarnos más incluso a nosotros mismos. Ruego que practiquemos el perdón como una maravillosa característica en la cual se asemejan la mayoría de las familias felices.

Notas

  1. Véase León Tolstói, Ana Karenina, www.infotematica.com.ar, texto digital, pág. 3.

  2. “Tú me has dado muchas bendiciones, Dios”, Himnos, Nº 137.

  3. “La Familia: Una Proclamación para el Mundo,”, Liahona, noviembre de 2010, pág. 129, cursiva agregada.

Cómo enseñar con este mensaje

“Al preparar cada lección, pregúntese… cómo el principio… se asemeja a algo que los miembros de la familia… hayan experimentado en su vida” (véase La enseñanza: El llamamiento más importante, 2000, pág. 205). Considere la posibilidad de invitar a los miembros de la familia a compartir experiencias positivas de perdón que hayan tenido u observado. Analícenlas, destacando las bendiciones que ocasiona el perdonar. Concluya expresando su testimonio de la importancia de perdonarnos unos a otros.

Ilustración fotográfica por David Stoker.