2012
El gozo del sacerdocio
Noviembre de 2012


El gozo del sacerdocio

President Dieter F. Uchtdorf

Abracemos y entendamos la maravilla y el privilegio del sacerdocio. Aceptemos y amemos las responsabilidades que se nos pide cumplir.

El gozo de volar

Hace muchos años, un par de comandantes de avión amigos míos y yo decidimos hacer realidad el sueño de nuestra juventud de restaurar un aeroplano antiguo. Juntos compramos un antiguo Piper Cub de 1938 y comenzamos a trabajar para devolverlo a su estado original. El proyecto fue una obra de amor que tuvo un significado especial para mí, pues había aprendido a volar en un aparato parecido cuando era joven.

Ese aeroplano se construyó apenas 35 años después de que los hermanos Wright hicieran su famoso primer vuelo. El sólo pensar en ello me hace sentir muy viejo.

El motor carecía de arranque eléctrico; mientras alguien cebaba el motor desde la cabina, otra persona en tierra tenía que agarrar la hélice y tirar de ella con fuerza para que el motor arrancara por sí mismo. Cada vez que se arrancaba el motor era un momento de emoción y valentía.

Cuando el aeroplano ya estaba en pleno vuelo, era evidente que el Piper Cub no se había concebido para ser veloz. De hecho, siempre que había un fuerte viento en contra, parecía que no se movía en lo absoluto. Recuerdo estar volando con mi hijo adolescente, Guido, por encima de la autopista en Alemania y, como era de esperarse, ¡los coches nos adelantaban fácilmente!

¡Pero cómo amaba yo aquel avioncito! Era la manera perfecta de experimentar la maravilla y la belleza de volar. Uno podía oír, sentir, oler, probar y ver la esencia de volar. Los hermanos Wright lo expresaron así: “[Nada] se equipara al gozo de los aviadores cuando se desplazan por el cielo sobre unas alas grandes y blancas”1.

En contrapartida, a principios de este año tuve el privilegio de volar en un sofisticado avión de combate F-18 con los mundialmente famosos Blue Angels, el equipo de demostraciones aéreas de la Marina de los Estados Unidos. Fue como volar hacia atrás en el recuerdo, pues casi ese mismo día se cumplían exactamente 50 años desde que había terminado mi formación como piloto de combate de las fuerzas aéreas.

Desde luego, la experiencia de volar en el F-18 fue totalmente diferente a la del Piper Cub. Me mostró una belleza de vuelo más dinámica. Era como aplicar las leyes actuales de la aerodinámica de una manera más perfecta. No obstante, volar con los Blue Angels me recordó inmediatamente que ser piloto de aviones de combate es idóneo para cuando se es joven. Cito de nuevo a los hermanos Wright: “Más que ninguna otra cosa, la sensación [de volar] equivale a una paz perfecta mezclada con una emoción que tensa cada nervio al máximo”2. Además de eso, volar con los Blue Angels supuso una manera completamente distinta de tener “ángeles” a mí alrededor para sostenerme.

Si me preguntaran cuál de las dos experiencias de vuelo disfruté más, no sabría decirles. En algunos aspectos, obviamente, fueron diferentes, por no decir más, y en otros aspectos, fueron muy parecidas.

Tanto en el Piper Cub como en el F-18 sentí la emoción, la belleza y la alegría de volar. En ambos casos sentí el llamado del poeta a “[distanciarme] de los hoscos lazos de la tierra y [bailar] en los cielos con alas plateadas por la risa”3.

El mismo sacerdocio en todas partes

Tal vez se pregunten: ¿Qué tienen que ver dos experiencias de vuelo totalmente diferentes con nuestra reunión de hoy o con el sacerdocio que tenemos el privilegio de poseer, o con el servicio que tanto amamos en el sacerdocio?

Hermanos, ¿no es cierto que nuestras experiencias individuales de servicio en el sacerdocio podrían resultar todas bastante diferentes? Podríamos decir que algunos de ustedes están volando en aviones F-18, mientras que otros lo hacen en Piper Cubs. Algunos de ustedes residen en barrios y estacas donde cada llamamiento, desde el ayudante del líder del grupo de los sumos sacerdotes hasta el secretario del quórum de diáconos, está asignado a un poseedor del sacerdocio activo. Ustedes tienen el privilegio de participar en la organización de un barrio que cuenta con los miembros suficientes para ocupar todos los llamamientos.

Otros de ustedes viven en regiones del mundo que cuentan sólo con un puñado de miembros de la Iglesia y poseedores del sacerdocio. Puede que se sientan solos y abrumados con el peso de tantas cosas que hay que hacer. En su caso, tal vez necesiten poner mucho de su parte para arrancar el motor del servicio del sacerdocio. En ocasiones puede que hasta les parezca que su barrio o rama no avanza en lo absoluto.

Sin embargo, no importa cuáles sean sus responsabilidades o circunstancias, tanto ustedes como yo sabemos que siempre hay un gozo especial que emana del servicio dedicado en el sacerdocio.

Siempre me ha encantado volar, ya sea en un Piper Cub, en un F-18 o en cualquier otro avión. Cuando estuve en el Piper Cub no me quejé por la falta de velocidad; y cuando estuve en el F-18 no refunfuñé cuando la tensión de las maniobras acrobáticas reveló sin misericordia las realidades de mi avanzada edad.

Sí, siempre hay algo imperfecto en cualquier situación. Sí, es fácil encontrar algo de qué quejarse.

¡Pero hermanos, somos poseedores del Santo Sacerdocio según el Orden del Hijo de Dios! A cada uno de nosotros se nos han puesto las manos sobre la cabeza y hemos recibido el sacerdocio de Dios. Se nos han otorgado la autoridad y la responsabilidad de actuar en Su nombre como Sus siervos en la tierra. Tanto si estamos en un barrio grande o en una rama pequeña, somos llamados a servir, a bendecir y a actuar en todas las cosas para el beneficio de todos y de todo lo que se confíe a nuestro cargo. ¿Puede haber algo más estimulante?

Entendamos, apreciemos y sintamos el gozo del servicio en el sacerdocio.

El gozo del sacerdocio

Mi amor por volar influyó en el rumbo de toda mi vida. Pero a pesar de lo estimulantes y dichosas que resultaron mis experiencias como piloto, mis experiencias como miembro de esta Iglesia han sido mucho más profundas, más gozosas y muchísimo más intensas. Al sumergirme en el servicio a la Iglesia, he sentido el enorme poder de Dios, así como Sus tiernas misericordias.

Como piloto, toqué los cielos. Como miembro de la Iglesia, he sentido el abrazo del cielo.

En ocasiones echo de menos estar sentado en una cabina, pero servir al lado de mis hermanos y hermanas en la Iglesia fácilmente lo compensa. Ser capaz de sentir la paz y el gozo sublimes que emanan del ser una parte pequeña de esta gran causa y obra es algo que no querría perderme por nada del mundo.

Hoy nos hemos reunido como un vasto cuerpo del sacerdocio. Nuestro es el gozo y el privilegio sagrado de servir al Señor y a nuestro prójimo, de comprometer lo mejor que haya en nosotros a la noble causa de elevar a los demás y edificar el reino de Dios.

Sabemos y comprendemos que el sacerdocio es el poder eterno y la autoridad de Dios. Es una definición que podemos recitar fácilmente de memoria. Sin embargo, ¿comprendemos realmente el significado de lo que estamos diciendo? Permítanme repetirlo: El sacerdocio es el poder eterno y la autoridad de Dios.

Piensen en ello. Por medio del sacerdocio, Dios creó y gobierna los cielos y la tierra.

Por medio de ese poder, Él redime y exalta a Sus hijos, llevando a cabo “la inmortalidad y la vida eterna del hombre”4.

El sacerdocio, tal y como lo explicó el profeta José Smith, es “el conducto mediante el cual el Todopoderoso comenzó a revelar Su gloria… [en] la creación de esta tierra, y por el cual ha seguido revelándose a los hijos de los hombres hasta el tiempo actual, y es el instrumento por el que dará a conocer Sus propósitos hasta el fin del tiempo”5.

Nuestro Padre Celestial Todopoderoso nos ha confiado la autoridad del sacerdocio a nosotros, seres mortales que, por definición, erramos y somos imperfectos. Él nos concede la autoridad para actuar en Su nombre para la salvación de Sus hijos. Mediante este gran poder se nos autoriza para predicar el Evangelio, administrar las ordenanzas de salvación, contribuir a la edificación del reino de Dios en la tierra, y bendecir y prestar servicio a nuestra familia y a nuestro prójimo.

Al alcance de todos

Tal es el sagrado sacerdocio que portamos.

El sacerdocio, o cualquier responsabilidad dentro de éste, no se puede comprar ni se puede pedir que se nos dé. El uso del poder del sacerdocio no puede verse influenciado, persuadido ni compelido por posición, riqueza o influencia. Es un poder espiritual que se administra según la ley celestial. Tiene su origen en el gran Padre Celestial de todos nosotros, y su poder únicamente se puede controlar mediante los principios de la rectitud6, no los de la jactancia.

Cristo es la fuente de toda verdadera autoridad del sacerdocio y poder sobre la tierra7. Ésta es Su obra y nosotros tenemos el privilegio de colaborar en ella. “Y nadie puede ayudar en ella a menos que sea humilde y lleno de amor, y tenga fe, esperanza y caridad, y sea moderado en todas las cosas, cualesquiera que le fueren confiadas”8.

No actuamos movidos por ninguna ganancia personal; antes bien, procuramos servir y elevar a los demás. No lideramos por fuerza bruta, sino por “persuasión… longanimidad, benignidad, mansedumbre y por amor sincero”9.

El sacerdocio del Dios Todopoderoso está al alcance de los varones dignos dondequiera que estén, independientemente de sus orígenes, sin importar lo humilde de sus circunstancias ni la cercanía o la lejanía de su lugar en el mundo. Está disponible sin dinero ni precio mundano. Parafraseando al antiguo profeta Isaías: ¡Cualquiera que tenga sed puede venir a las aguas, pues no se requiere dinero alguno para venir y comer!10

Gracias a la expiación eterna e insondable de nuestro Salvador Jesucristo, el sacerdocio de Dios puede estar al alcance de ustedes aunque hayan tropezado o hayan sido indignos en el pasado. Mediante el proceso espiritualmente refinador y purificador del arrepentimiento, ¡pueden “levantarse y brillar”!11. Gracias al amor ilimitado y clemente de nuestro Salvador y Redentor, ustedes pueden alzar la vista, ser limpios y dignos, y convertirse en hijos rectos y nobles de Dios, es decir, en dignos poseedores del más sagrado sacerdocio del Dios Todopoderoso.

La maravilla y el privilegio del sacerdocio

Siento cierta tristeza por aquellos que no captan ni aprecian la maravilla y el privilegio del sacerdocio. Son como los pasajeros de un avión que pasan el tiempo quejándose del tamaño de las bolsas de maní que les dan como refrigerio mientras surcan el aire muy por encima de las nubes, ¡algo por lo que los reyes de la antigüedad habrían dado todas sus posesiones con tal de probarlo y vivirlo una sola vez!

Hermanos, somos bendecidos al ser humildes partícipes de este gran poder y autoridad del sacerdocio. Elevemos la vista y veamos, reconozcamos y aceptemos esta oportunidad como lo que realmente es.

Mediante un servicio recto, amoroso y dedicado en el sacerdocio, seremos capaces de experimentar el verdadero significado de la revelación: “Estaré a vuestra diestra y a vuestra siniestra, y mi Espíritu estará en vuestro corazón, y mis ángeles alrededor de vosotros, para sosteneros”12.

Abracemos y entendamos la maravilla y el privilegio del sacerdocio. Aceptemos y amemos las responsabilidades que se nos pide cumplir, ya sean responsabilidades en el hogar o en nuestra unidad de la Iglesia, sin importar lo grande o pequeñas que sean. Aumentemos constantemente en rectitud, dedicación y servicio en el sacerdocio. ¡Descubramos el gozo de servir en el sacerdocio!

La mejor manera de hacerlo es aplicando los principios del conocimiento, la obediencia y la fe.

Esto implica que, primero, precisamos conocer e interiorizar la doctrina del sacerdocio tal y como se encuentra en la palabra revelada de Dios. Es importante que comprendamos los convenios y los mandamientos por los que se administra el sacerdocio13.

En segundo lugar, seamos prudentes y actuemos basándonos en este conocimiento obtenido de manera constante y honorable. Al obedecer las leyes de Dios, disciplinemos la mente y el cuerpo, alineemos nuestras acciones de acuerdo con los patrones de la rectitud que enseñan los profetas, y experimentaremos el gozo del servicio en el sacerdocio.

Por último, aumentemos nuestra fe en nuestro Señor Jesucristo. Tomemos Su nombre sobre nosotros y comprometámonos cada día a caminar por el sendero del discipulado. Permitamos que nuestras obras perfeccionen nuestra fe14. A través del discipulado podemos perfeccionarnos paso a paso al servir a nuestra familia, a nuestro prójimo y a Dios.

Cuando prestamos servicio en el sacerdocio con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerza, recibimos la promesa de conocimiento, paz y dones espirituales sublimes. Cuando honramos el santo sacerdocio, Dios nos honra a nosotros y “[apareceremos] sin culpa ante [Él] en el último día”15.

Ruego que siempre tengamos ojos para ver y un corazón para sentir la maravilla y el gozo del sacerdocio de nuestro gran y poderoso Dios. En el nombre de Jesucristo. Amén.