Lo sé. Lo vivo. Me encanta.
Seguimos a nuestro Salvador Jesucristo. Esta conversión y confianza es el resultado del esfuerzo diligente y deliberado. Es personal. Es un proceso que dura toda la vida.
Me inspiran los ejemplos de los miembros justos de la Iglesia, incluso los de la noble juventud. Valientemente ustedes siguen al Salvador; son fieles, obedientes y puros. Las bendiciones que reciben por su bondad afectan no sólo su vida, sino también la mía y la de muchísimas personas más de manera profunda y, a menudo, anónima.
Hace algunos años, estaba en la línea de un supermercado local para hacer una compra y delante de mí había una jovencita de unos 15 años. Se veía segura y feliz. Al notar su camiseta, no pude contenerme y le hablé. Empecé: “Eres de otro estado, ¿verdad?”.
Sorprendida por mi pregunta, contestó: “Sí, así es. Soy de Colorado. ¿Cómo lo supo?”.
“Por tu camiseta”, le expliqué. Llegué a mi acertada conclusión después de leer la leyenda de su camiseta: “Yo soy mormona, ¿y tú?”.
Proseguí: “Tengo que decirte que me llama la atención tu confianza para sobresalir y vestirte con una declaración tan audaz. Percibo una diferencia en ti y desearía que cada jovencita y cada miembro de la Iglesia tuviera tu misma convicción y confianza”. Terminamos nuestras compras, nos despedimos y partimos.
Durante varios días y semanas después de esa experiencia cotidiana, reflexioné seriamente en aquel encuentro. Me preguntaba cómo esa jovencita de Colorado había llegado a tener tanta confianza en su identidad como miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. No pude evitar preguntarme qué frase significativa escogería, en sentido figurado, para llevar impresa en mi camiseta, que reflejara mis creencias y testimonio. Imaginé varias leyendas posibles. Finalmente, se me ocurrió una declaración ideal que me enorgullecería portar: “Soy mormona. Lo sé. Lo vivo. Me encanta”.
Hoy quisiera centrar mis palabras en esta declaración audaz y optimista.
La primera parte de la declaración muestra seguridad y nada de qué avergonzarse: “Soy mormona”. Como la joven que conocí en la tienda, que no temía que el mundo supiera que era miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, espero que nunca tengamos miedo ni seamos reacios a dar a conocer que somos mormones. Debemos tener confianza, como el apóstol Pablo cuando dijo: “Porque no me avergüenzo del evangelio de Cristo; porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree”1. Como miembros, seguimos a nuestro Salvador Jesucristo. Esta conversión y confianza es el resultado del esfuerzo diligente y deliberado. Es personal. Es un proceso que dura toda la vida.
La siguiente parte de la declaración afirma: “Lo sé”. El mundo actual tiene un sinfín de actividades, temas e intereses que se disputan cada minuto de nuestra atención. Con tanta distracción, ¿tenemos la fortaleza, disciplina y dedicación para permanecer enfocados en lo que más importa? ¿Somos tan versados en las verdades del Evangelio como en nuestros estudios, profesiones, pasatiempos, deportes, mensajes de texto y tuits? ¿Nos afanamos por hallar respuesta a nuestras preguntas deleitándonos en las Escrituras y las enseñanzas de los profetas? ¿Buscamos la confirmación del Espíritu?
La importancia de lograr conocimiento es un principio eterno. El profeta José Smith “amaba el conocimiento por el poder de rectitud que había en él”2. Dijo: “El conocimiento es necesario para la vida y la divinidad… Escuchen, todos los hermanos, esta grandiosa clave: el conocimiento es el poder de Dios para la salvación”3.
Aunque todo conocimiento y verdad es importante, ante las constantes distracciones de la vida diaria, debemos poner especial atención en aumentar el conocimiento del Evangelio a fin de entender cómo aplicar sus principios a nuestra vida4. A medida que éste aumenta, empezaremos a sentirnos seguros de nuestro testimonio y podremos decir: “Lo sé”.
Luego, la afirmación “Lo vivo”. Las Escrituras enseñan que debemos ser “hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores”5. Vivimos el Evangelio y nos convertimos en “hacedores de la palabra” al ejercitar la fe, obedecer, servir a los demás con amor y seguir el ejemplo de nuestro Salvador. Somos íntegros y hacemos lo correcto “en todo tiempo, y en todas las cosas y en todo lugar”6, no importa quién nos esté o no nos esté mirando.
En este estado mortal, nadie es perfecto. Aun esforzándonos con suma diligencia por vivir el Evangelio, todos cometeremos errores y pecaremos. Qué consuelo es tener la seguridad de que, por el sacrificio redentor del Salvador, podemos ser perdonados y limpios de nuevo. Este proceso de verdadero arrepentimiento y perdón fortalece nuestro testimonio y nuestra resolución de obedecer los mandamientos del Señor y vivir según las normas del Evangelio.
La frase “Lo vivo” me recuerda a una jovencita que conocí, llamada Karigan; ella escribió: “Tengo poco más de un año de ser miembro de la Iglesia… Para mí, cuando estaba investigando, una señal de que ésta era la Iglesia verdadera vino al sentir que finalmente había encontrado una iglesia que enseñaba normas y modestia. He sido testigo de lo que sucede a las personas cuando ignoran los mandamientos y escogen el camino equivocado. Hace mucho, decidí vivir de acuerdo con altas normas morales… Me siento tan bendecida por haber encontrado la verdad y haberme bautizado. Soy tan feliz”7.
La frase final de mi declaración es “Me encanta”. Lograr un conocimiento del evangelio de Jesucristo y vivir diligentemente los principios del Evangelio en nuestra vida diaria lleva a que muchos miembros de la Iglesia exclamen con entusiasmo: “¡Me encanta el Evangelio!”.
Este sentimiento viene cuando el Espíritu Santo nos testifica que somos hijos del Padre Celestial, que Él nos tiene presentes y que estamos en el camino correcto. Nuestro amor por el Evangelio aumenta al experimentar el amor del Padre Celestial y la paz que promete el Salvador si le mostramos que estamos dispuestos a obedecerlo y seguirlo.
En diferentes momentos de nuestra vida, seamos nuevos conversos a la Iglesia o miembros de toda la vida, quizá descubramos que ese vivo entusiasmo se ha desvanecido. A veces sucede en tiempos difíciles, cuando debemos tener paciencia. Otras veces ocurre en la cima de la prosperidad y la abundancia. Siempre que me siento así, sé que tengo que volver a concentrar mis esfuerzos en aumentar mi conocimiento del Evangelio y vivir los principios del mismo más cabalmente.
Uno de los principios más eficaces del Evangelio, aunque a veces difícil de aplicar, es la humildad y la sumisión a la voluntad de Dios. Cuando Cristo oró en el Jardín de Getsemaní, dijo al Padre: “No se haga mi voluntad, sino la tuya”8. Ése debe ser nuestro ruego también. A menudo, es en estos momentos apacibles de oración que nos sentimos rodeados por el amor del Padre, y volvemos a experimentar dulces sentimientos de regocijo.
En una reunión de liderazgo de Mujeres Jóvenes en Eugene, Oregón, tuve el privilegio de conocer a la hermana Cammy Wilberger y de hablar con ella. La historia que la hermana Wilberger compartió conmigo fue un testimonio del poder y la bendición que es el que una joven conozca, viva y ame el Evangelio.
Brooke, la hija de 19 años de la hermana Wilberger, murió trágicamente hace varios años durante las vacaciones de verano, tras su primer año de universidad. La hermana Wilberger recordó: “Fue una época difícil y oscura para nuestra familia; pero Brooke nos había dado un gran regalo. No nos habíamos percatado de ello mientras crecía, pero cada año y momento de su corta vida, Brooke nos había dado el regalo más grande que una hija pueda darle a sus padres: Brooke era una hija digna de Dios… Gracias a ese regalo y en especial gracias al poder habilitador de la Expiación, he tenido la fuerza, el consuelo y la paz que prometió el Salvador. No tengo duda de dónde está Brooke ahora y anhelo nuestro tierno reencuentro”9.
Tengo un testimonio del gran plan de felicidad eterna de nuestro Padre Celestial. Sé que Él nos conoce y nos ama. Sé que Él nos mandó un profeta, el presidente Thomas S. Monson, para darnos aliento y ayudarnos a volver a Él. Ruego que todos nos esforcemos por tener la confianza para declarar: “Soy mormón. Lo sé. Lo vivo. Me encanta”. Digo estas cosas con humildad, en el nombre de Jesucristo. Amén.