Consideren las bendiciones
Nuestro Padre Celestial está al tanto de nuestras necesidades y nos auxiliará cuando pidamos Su ayuda.
Queridos hermanos y hermanas, en esta conferencia se cumplen 49 años desde que fui sostenido, el 4 de octubre de 1963, como miembro del Quórum de los Doce Apóstoles. Cuarenta y nueve años es mucho tiempo; no obstante, en muchos sentidos el tiempo parece muy corto desde que me puse de pie ante el púlpito del Tabernáculo para dar mi primer discurso en la conferencia general.
Mucho ha cambiado desde el 4 de octubre de 1963. Vivimos en tiempos singulares de la historia del mundo. Tenemos tantas bendiciones, y sin embargo a veces es difícil ver los problemas y la permisividad que nos rodean sin desanimarnos. Me he dado cuenta de que, en lugar de concentrarnos en lo negativo, si damos un paso hacia atrás y consideramos las bendiciones que tenemos, incluso las que parecen pequeñas y que a veces pasamos por alto, hallaremos mayor felicidad.
Al examinar los últimos 49 años, he descubierto algunas cosas. Una es que incontables experiencias que he tenido no fueron necesariamente de las que se considerarían extraordinarias; de hecho, al momento de ocurrir, a menudo parecían comunes e incluso ordinarias. Y sin embargo, en retrospectiva, enriquecieron y bendijeron vidas, entre ellas la mía. Les recomiendo este mismo ejercicio, o sea, que piensen detenidamente en su vida y busquen específicamente las bendiciones grandes y pequeñas que han recibido.
Durante mi propio análisis de los años, constantemente se ha reforzado mi conocimiento de que se escuchan y se contestan nuestras oraciones. Estamos familiarizados con la verdad que se encuentra en 2 Nefi, en el Libro de Mormón: “Existen los hombres para que tengan gozo”1. Testifico que gran parte de ese gozo se recibe cuando reconocemos que podemos comunicarnos con nuestro Padre Celestial mediante la oración y que Él escuchará y contestará esas oraciones —tal vez no sea ni cómo ni cuándo esperemos que sean contestadas, pero sí serán contestadas por un Padre Celestial que nos conoce y nos ama de manera perfecta y que desea nuestra felicidad. ¿No nos ha prometido: “Sé humilde; y el Señor tu Dios te llevará de la mano y dará respuesta a tus oraciones”2?
Durante los pocos minutos que tengo, quiero compartir con ustedes una pequeña muestra de las experiencias que he tenido en las que se escucharon y contestaron oraciones y que, en retrospectiva, me bendijeron a mí y a otros también. Valiéndome del diario que he llevado todos estos años, he podido proporcionar algunos detalles que de otra forma probablemente no habría podido recordar.
A principios de 1965, se me asignó asistir a conferencias de estaca y realizar otras reuniones en el área del Pacífico Sur. Era mi primera visita a esa región del mundo, y fue un tiempo inolvidable. En esa asignación ocurrieron muchas cosas de naturaleza espiritual al reunirme con líderes, miembros y misioneros.
El fin de semana del sábado y el domingo 20 y 21 de febrero, estuvimos en Brisbane, Australia, para realizar las sesiones regulares de la conferencia de la Estaca Brisbane. Durante las reuniones del sábado, me presentaron al presidente de un distrito colindante. Al estrecharle la mano, sentí la firme impresión de que debía hablar con él y darle consejos, así que le pedí que al día siguiente me acompañara a la sesión del domingo por la mañana para que pudiera hacerlo.
Después de la sesión del domingo tuvimos la oportunidad de conversar. Hablamos de sus muchas responsabilidades como presidente de distrito y, al hacerlo, me sentí inspirado a ofrecerle sugerencias específicas respecto a la obra misional y cómo él y sus miembros podían ayudar a los misioneros regulares en sus labores en el área que le correspondía. Después supe que él había estado orando para pedir guía en cuanto a ese tema. Para él, nuestra conversación fue un testimonio especial de que sus oraciones habían sido escuchadas y contestadas. En apariencia, esa reunión fue algo común y corriente, pero estoy convencido de que fue dirigida por el Espíritu y tuvo un impacto en la vida y el servicio de ese presidente de distrito, en sus miembros y en el éxito de los misioneros allí.
Mis hermanos y hermanas, los propósitos del Señor a menudo se logran cuando hacemos caso a la guía del Espíritu. Yo pienso que cuanto más actuamos en base a la inspiración y a las impresiones que recibimos, más nos confiará el Señor Sus asuntos.
He aprendido, como mencioné en mensajes anteriores, a nunca posponer la inspiración que recibo. En una ocasión hace muchos años, hacía ejercicio acuático en el viejo Gimnasio Deseret en Salt Lake City cuando sentí la inspiración de ir al Hospital University para visitar a un buen amigo que, debido a un tumor maligno y a la cirugía que le hicieron, había perdido el uso de las piernas. Inmediatamente salí de la piscina, me vestí y en poco tiempo estaba en camino a ver a ese buen hombre.
Cuando llegué a su habitación, la encontré vacía. Tras preguntar, me dijeron que probablemente lo encontraría en la piscina del hospital, un área que se usaba para terapia física. Y así fue. Él se había dirigido a ese lugar en su silla de ruedas y era la única persona en el lugar. Estaba en el otro extremo de la piscina, cerca de la parte más honda. Lo llamé, y él se acercó en la silla de ruedas para saludarme. Tuvimos una excelente conversación, y lo acompañé de regreso a su habitación, en donde le di una bendición.
Más adelante mi amigo me informó que ese día había estado totalmente abatido y que había contemplado quitarse la vida. Había orado pidiendo alivio pero comenzó a sentir que no recibía respuesta a sus oraciones. Fue a la piscina pensando que una forma de poner fin a su desdicha sería empujar la silla de ruedas en la parte honda de la piscina. Yo había llegado en el momento crítico, como respuesta a lo que sé que fue la inspiración del cielo.
Mi amigo logró vivir muchos años más, años llenos de felicidad y gratitud. Qué complacido estoy de haber sido un instrumento en las manos del Señor ese día crítico en la piscina.
En otra ocasión, cuando la hermana Monson y yo manejábamos hacia casa después de visitar a unos amigos, sentí la impresión de que debíamos ir a la ciudad —a muchos kilómetros de distancia— para visitar a una viuda anciana que había vivido en nuestro barrio. Se llamaba Zella Thomas; en ese entonces, vivía en un asilo para ancianos. Esa tarde la encontramos muy frágil pero acostada pacíficamente en su cama.
Zella había estado ciega por mucho tiempo, pero de inmediato reconoció nuestras voces. Pidió que le diera una bendición, y añadió que estaba preparada para morir si el Señor quería que regresara a casa. En la habitación había un dulce espíritu de paz, y todos sabíamos que el tiempo que le quedaba en la vida mortal sería breve. Zella me tomó de la mano y dijo que había orado fervientemente pidiendo que yo fuera a verla y a darle una bendición. Le dije que habíamos venido por inspiración directa de nuestro Padre Celestial. La besé en la frente, sabiendo que quizás no volvería a verla en la vida mortal. Y ése fue el caso, porque murió al día siguiente. El haber podido dar algo de consuelo y paz a nuestra querida Zella fue una bendición para ella y para mí.
La oportunidad de ser una bendición en la vida de otra persona a veces se presenta de forma inesperada. En el invierno de 1983 a 1984, la noche de un sábado muy frío, mi esposa y yo manejamos varios kilómetros hasta el valle de las montañas de Midway, Utah, donde tenemos una casa. Esa noche la temperatura era de 31 grados Celsius bajo cero, y queríamos asegurarnos de que todo estuviera bien en la casa. Revisamos todo y vimos que no había problemas, así que partimos para regresar a Salt Lake City. Apenas habíamos recorrido unos pocos kilómetros hasta la carretera cuando el auto dejó de funcionar. Estábamos totalmente varados. Pocas veces, si ha existido alguna, he sentido tanto frío como aquella noche.
Muy a nuestro pesar, empezamos a caminar hacia el pueblo más cercano, con los autos pasándonos a gran velocidad. Finalmente se detuvo un auto y un joven ofreció su ayuda. Con el tiempo supimos que el combustible diesel se había espesado por el frío, por lo que fue imposible manejar el auto. Ese joven bondadoso nos llevó de vuelta a nuestra casa en Midway. Traté de pagarle por sus servicios, pero generosamente se negó. Indicó que era un Boy Scout y que quería hacer una buena obra. Le dije quién era yo y él expresó agradecimiento por el privilegio de ayudar. Suponiendo que tenía la edad para ir a la misión, le pregunté si tenía planes de hacerlo, pero dijo que no estaba seguro de lo que quería hacer.
La mañana del lunes siguiente, le escribí una carta al joven agradeciéndole su bondad. En la carta lo animé a servir en una misión de tiempo completo. Le mandé un ejemplar de uno de mis libros, en el que puse de relieve los capítulos sobre el servicio misional.
Más o menos una semana después, la mamá del joven llamó por teléfono y me dijo que su hijo era un joven sobresaliente pero que por ciertas influencias en su vida, el deseo que siempre había tenido de servir en una misión había disminuido. Indicó que ella y el papá habían ayunado y orado pidiendo que hubiera un cambio en su corazón. Habían puesto su nombre en la lista de oración del Templo de Provo, Utah. Esperaban que de alguna forma su corazón fuera influenciado para bien y que volviera a sentir el deseo de servir en una misión y de servir fielmente al Señor. La mamá quería informarme que consideraba que los acontecimientos de aquella noche fría eran la respuesta a sus oraciones por él. Yo le dije: “Estoy de acuerdo con usted”.
Después de varios meses y de tener más comunicaciones con el joven, mi esposa y yo sentimos gran gozo cuando asistimos a su despedida antes de que saliera a la Misión Canadá Vancouver.
¿Fue casualidad el que se cruzaran nuestros caminos esa fría noche de diciembre? No lo creo ni por un minuto. Más bien creo que fue la respuesta a las oraciones sinceras de una madre y de un padre a favor del hijo al que amaban.
De nuevo, hermanos y hermanas, nuestro Padre Celestial está al tanto de nuestras necesidades y nos auxiliará cuando pidamos Su ayuda. Yo pienso que ningún asunto nuestro es demasiado pequeño o insignificante. El Señor participa en los detalles de nuestra vida.
Quiero concluir con el relato de una experiencia reciente que tuvo un impacto en cientos de personas. Ocurrió hace cinco meses en la celebración cultural del Templo de Kansas City. Tal como ocurre con muchas cosas en nuestra vida, en el momento parecía ser otra experiencia en la que todo salió bien. Pero, al enterarme de las circunstancias relacionadas con la celebración cultural la noche antes de la dedicación del templo, me di cuenta de que el espectáculo esa noche no fue común y corriente, sino más bien extraordinario.
Al igual que para todos los eventos culturales que se llevan a cabo con la dedicación de un templo, los jóvenes del distrito del Templo de Kansas City, Misuri, habían practicado el espectáculo en grupos separados en sus propias áreas. El plan era que se reunieran todos en el gran centro municipal rentado la mañana del sábado de la función para que aprendieran cuándo y dónde entrar, dónde ponerse, cuánto espacio dejar entre uno y otro, cómo salir del piso principal, y demás; muchos detalles que tendrían que aprender ese día mientras los encargados unían las diferentes escenas para que la función final saliera impecable y profesional.
Pero ese día hubo sólo un problema muy grande. La producción entera dependía de segmentos grabados que se mostrarían en la pantalla grande conocida como jumbotrón. Esos segmentos grabados eran vitales para la entera producción. No sólo unían las partes, sino que cada segmento televisado daba una introducción a la siguiente representación. Los segmentos de video eran el marco del cual dependía la producción entera; y el jumbotrón no funcionaba.
Los técnicos trataron frenéticamente de resolver el problema mientras los jóvenes esperaban, cientos de ellos perdiendo valioso tiempo de práctica. La situación parecía imposible.
Susan Cooper, autora y directora de la celebración, explicó después: “Al cambiar del Plan A al Plan B y al Plan Z, nos dimos cuenta de que no iba a funcionar… Al mirar el horario, vimos que no lograríamos hacerlo, pero sabíamos que en el piso inferior teníamos una de las fuerzas más grandes: tres mil jóvenes. Teníamos que bajar y decirles lo que estaba ocurriendo y recurrir a su fe”3.
Una hora antes de que empezara a llegar la audiencia al centro, 3.000 jóvenes se arrodillaron en el piso y oraron juntos. Oraron por los que trabajaban en el jumbotrón pidiendo que recibieran inspiración para saber cómo repararlo; pidieron al Padre Celestial que compensara lo que ellos no podían hacer por la premura del tiempo.
Alguien que después escribió acerca de ello dijo: “Fue una oración que los jóvenes nunca olvidarán, no porque el piso era duro, sino porque el Espíritu se sintió hasta los huesos”4.
En poco tiempo llegó uno de los técnicos para informarles que habían descubierto y corregido el problema. Dijo que habían tenido suerte, pero todos esos jóvenes sabían que era más que eso.
Cuando llegamos al centro municipal esa noche, no teníamos idea de las dificultades que habían tenido. Nos enteramos después. Sin embargo, fuimos testigos de una producción hermosa e impecable, una de las mejores que he visto. Los jóvenes irradiaban un espíritu glorioso y poderoso que todos los presentes percibieron. Parecían saber exactamente dónde entrar, dónde ponerse y cómo interactuar con los demás artistas que los rodeaban. Cuando supe que habían practicado poco y que el grupo entero no había podido practicar muchos de los números, quedé asombrado. Nadie lo hubiera sabido. El Señor en verdad había compensado las deficiencias.
Nunca deja de asombrarme cómo el Señor puede motivar y dirigir cada parte de Su reino y aún así tener tiempo para dar inspiración respecto a una persona, o una celebración cultural, o un jumbotrón. El hecho de que puede hacerlo y que lo hace es un testimonio para mí.
Mis hermanos y hermanas, el Señor participa en la vida de todos nosotros. Él nos ama y desea bendecirnos. Desea que pidamos Su ayuda. Conforme Él nos guíe y nos dirija y escuche y conteste nuestras oraciones, hallaremos aquí y ahora la felicidad que Él desea para nosotros. Que seamos conscientes de Sus bendiciones en nuestra vida; lo ruego en el nombre de Jesucristo, nuestro Salvador. Amén.