2012
Ser un cristiano más cristiano
Noviembre de 2012


Ser un cristiano más cristiano

Elder Robert D. Hales

Ése es el llamado de Cristo a todo cristiano hoy: “Apacienta mis corderos… Apacienta mis ovejas”.

¿Qué significa ser cristiano?

Un cristiano tiene fe en el Señor Jesucristo, en que Él es el Hijo literal de Dios, enviado por Su Padre para sufrir por nuestros pecados en el acto supremo de amor conocido como la Expiación.

Un cristiano cree que mediante la gracia de Dios el Padre y de Su Hijo Jesucristo, podemos arrepentirnos, perdonar a los demás, guardar los mandamientos y heredar la vida eterna.

La palabra cristiano denota tomar sobre nosotros el nombre de Cristo, lo cual hacemos al ser bautizados y recibir el don del Espíritu Santo mediante la imposición de manos por los que poseen la autoridad de Su sacerdocio.

Un cristiano sabe que a través de la historia, los profetas de Dios siempre han testificado de Jesucristo. Ese mismo Jesús, acompañado del Padre Celestial, se apareció al profeta José Smith en el año 1820 y restauró el Evangelio y la organización de Su Iglesia original.

Por las Escrituras y por el testimonio de José Smith, sabemos que Dios, nuestro Padre Celestial, tiene un cuerpo glorificado y perfecto de carne y huesos. Jesucristo es Su Hijo Unigénito en la carne. El Espíritu Santo es un personaje de espíritu cuya obra es testificar del Padre y del Hijo. La Trinidad está compuesta por tres seres separados y distintos, unidos en propósito.

Con estas doctrinas como fundamento de nuestra fe, ¿cabe duda o se puede disputar que seamos cristianos? Sin embargo, para cada cristiano, hay una pregunta sencilla: ¿Qué clase de cristianos somos?. En otras palabras, ¿cómo nos va en nuestro objetivo de seguir a Cristo?

Consideren conmigo la experiencia de dos discípulos cristianos:

“Y andando Jesús junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos, a Simón, que es llamado Pedro, y a Andrés, su hermano, que echaban la red en el mar, porque eran pescadores.

“Y les dijo: Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres.

“Ellos entonces, dejando al instante las redes, le siguieron”1.

Como cristianos hoy, tenemos la oportunidad de actuar sin demora, de inmediato y con decisión, tal como lo hicieron Pedro y Andrés: “Y al instante, dejando sus redes, le siguieron”2. A nosotros también se nos llama a dejar nuestras redes, a rechazar los hábitos, las costumbres y las tradiciones del mundo y a abandonar nuestros pecados. “Y llamando a la gente… les dijo: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz y sígame”3. Negarnos al comportamiento impío es el comienzo del arrepentimiento, lo cual produce un potente cambio en el corazón, hasta que “ya no tenemos más disposición a obrar mal”4.

Ese cambio, llamado conversión, es posible sólo mediante el Salvador. Jesús prometió: “si los hombres vienen a mí, les mostraré su debilidad… y basta mi gracia a todos los hombres que se humillan ante mí; porque si se humillan ante mí, y tienen fe en mí, entonces haré que las cosas débiles sean fuertes para ellos5. Al volvernos nuevos en Cristo, nuestra naturaleza cambia y ya no deseamos volver a lo que hacíamos antes.

Aún así, los cristianos fieles siempre tendrán la bendición de dificultades y desalientos. Cuando lleguen esos desafíos refinadores, podemos sentirnos tentados a regresar al camino de antes. Tras la crucifixión del Salvador, Él se apareció a las mujeres y les dijo que los discípulos lo hallarían en Galilea. Cuando Pedro, el apóstol mayor, regresó a Galilea, también volvió a lo que conocía —a lo que le era cómodo hacer. “Voy a pescar”6, explicó, y se llevó a varios discípulos.

De hecho, Pedro y los demás pescaron toda la noche sin resultados. A la mañana siguiente, Jesús se apareció y los llamó desde la orilla: “Echad la red a la derecha”. Los discípulos que estaban en el barco siguieron las instrucciones de Jesús y rápidamente descubrieron que sus redes se llenaron milagrosamente hasta el borde. Juan reconoció la voz del Salvador, y Pedro al instante se lanzó al agua y nadó hasta la orilla7.

A los cristianos que han regresado a su antiguo camino menos devoto, consideren el ejemplo fiel de Pedro. No demoren. Vengan, escuchen y reconozcan la voz del Maestro que llama. Después regresen a Él al instante y reciban de nuevo Sus abundantes bendiciones.

Al regresar a la orilla del mar, los discípulos descubrieron un banquete de pescado y pan. “Venid, comed”8, invitó el Salvador. Al darles de comer, le preguntó a Pedro tres veces: “Simón hijo de Jonás, ¿me amas?”. Cuando Pedro expresó su amor, el Salvador le imploró: “Apacienta mis corderos… Apacienta mis ovejas”9.

Ése es el llamado de Cristo a todo cristiano hoy: “Apacienta mis corderos… Apacienta mis ovejas”; comparte Mi evangelio con jóvenes y ancianos por igual, elevándolos, bendiciéndolos, consolándolos, animándolos y edificándolos, especialmente a los que no piensen ni crean lo mismo que nosotros. Apacentamos a Sus corderos en nuestro hogar al vivir el Evangelio: guardar los mandamientos, orar, estudiar las Escrituras y emular Su amor. Apacentamos a Sus corderos en la Iglesia al servir en los quórumes del sacerdocio y las organizaciones auxiliares. Y apacentamos a Sus ovejas por todo el mundo al ser vecinos cristianos, al practicar la religión pura de visitar y servir a las viudas, los huérfanos, los pobres y a todos los necesitados.

Para muchos, el llamado a ser cristiano puede parecer difícil, incluso abrumador. Pero no hay necesidad de temer ni de sentirnos ineptos. El Salvador prometió que nos habilitará para Su obra. “Venid en pos de mí”, dijo Él, “y os haré pescadores de hombres”10. Al seguirle, Él nos bendice con dones, talentos y la fortaleza para hacer Su voluntad, y nos permite salir de nuestra comodidad y hacer cosas que jamás creímos posibles. Eso quizás signifique compartir el Evangelio con vecinos, rescatar a los que están espiritualmente perdidos, servir en una misión de tiempo completo, trabajar en el templo, criar a un niño con necesidades especiales, amar al pródigo, servir a un compañero enfermo, soportar malos entendidos o padecer aflicción. Significa prepararnos para responder a Su llamado diciendo: “A donde me mandes iré; lo que me mandes diré; alegre haré [Tu] voluntad; lo que Tú quieras seré”11.

Para ser quien el Padre Celestial desea que seamos, seguimos a Jesucristo. Testifico que Él continuamente nos pide que lo sigamos. Si usted apenas está aprendiendo acerca del compromiso de los Santos de los Últimos Días de ser cristianos o si no ha estado participando plenamente en la Iglesia y desea seguirlo de nuevo, ¡no tema! Todos los discípulos originales del Salvador eran miembros nuevos de la Iglesia, nuevos conversos a Su evangelio. Jesús enseñó con paciencia a cada uno; los ayudó a cumplir sus responsabilidades. Los llamó Sus amigos y dio Su vida por ellos. Y ya hizo lo mismo por usted y por mí.

Testifico que por medio de Su infinito amor y gracia, podemos llegar a ser cristianos más cristianos. Consideren las siguientes cualidades de Cristo. ¿Hasta qué punto las estamos afianzando en nosotros mismos?

El amor cristiano. El Salvador valoró a todos. Bondadoso y compasivo con todos, dejó a los noventa y nueve para hallar a uno12, porque “aun los cabellos de [nuestra] cabeza están… contados”13 para Él.

La fe cristiana. A pesar de tentaciones, pruebas y persecuciones, el Salvador confió en el Padre Celestial y eligió ser fiel y obediente a Sus mandamientos.

El sacrificio cristiano. En el transcurso de Su vida, el Salvador dio Su tiempo, energía y finalmente, mediante la Expiación, se dio a Sí mismo para que todos los hijos de Dios resucitaran y tuvieran la oportunidad de heredar la vida eterna.

El afecto cristiano. Al igual que el buen samaritano, el Salvador continuamente rescató, amó y cuidó a los que lo rodeaban, sin importar su cultura, credo o circunstancias.

El servicio cristiano. Ya sea sacando agua de un pozo, preparando una cena de pescado o lavando pies empolvados, el Salvador pasó Sus días sirviendo a los demás, ayudando al cansado y fortaleciendo al débil.

La paciencia cristiana. En Su propio pesar y sufrimiento, el Salvador esperó en Su Padre. Con paciencia hacia nosotros, espera a que entendamos el plan y regresemos a casa con Él.

La paz cristiana. Durante todo Su ministerio, Él fomentó la comprensión y la paz. Especialmente entre Sus discípulos, enseñó que, a pesar de sus diferencias, los cristianos no pueden contender con otros cristianos.

El perdón cristiano. Él nos enseñó a bendecir a los que nos maldicen y nos mostró el camino al suplicar el perdón para los que lo crucificaron.

La conversión cristiana. Al igual que Pedro y Andrés, muchos reconocen la verdad del Evangelio en cuanto la escuchan. Se convierten al instante. Para otros quizás tome más tiempo. En una revelación dada a través de José Smith, el Salvador enseñó: “Lo que es de Dios es luz; y el que recibe luz y persevera en Dios, recibe más luz, y esa luz se hace más y más resplandeciente hasta el día perfecto”14. Jesucristo es “la luz y el Redentor del mundo; el Espíritu de verdad”15.

Perseverancia cristiana hasta el fin. En todos Sus días, el Salvador nunca desistió de hacer la voluntad de Su Padre, sino continuó en rectitud, bondad, misericordia y verdad hasta el fin de Su vida mortal.

Éstas son algunas de las características de los que escuchan y obedecen la voz del Salvador. Y como uno de Sus testigos especiales sobre la tierra, doy mi testimonio cristiano de que Él los llama hoy: “Venid en pos de mí”16. Vengan y caminen por el sendero que lleva a la felicidad y gozo eternos y a la vida sempiterna en el reino del Padre Celestial. En el nombre de Jesucristo, nuestro Salvador y Redentor. Amén.