Primero observa; luego sirve
Pero con práctica, todos podemos llegar a parecernos más al Salvador al servir a los hijos de Dios.
Una de las grandes evidencias que tenemos de que nuestro amado profeta, el presidente Thomas S. Monson, es el siervo escogido del Señor es que ha aprendido a seguir el ejemplo del Salvador: el de servir individualmente, uno por uno. Quienes hemos entrado en las aguas del bautismo hicimos convenio de hacer lo mismo. Acordamos “[recordar] siempre [al Salvador] y… guardar sus mandamientos”1, y Él ha dicho: “Éste es mi mandamiento: Que os améis los unos a los otros, como yo os he amado”2.
Noten que las siguientes palabras del presidente Monson incluyen la misma invitación: “Estamos rodeados de personas que necesitan nuestra atención, nuestro estímulo, apoyo, consuelo y bondad… Nosotros somos las manos del Señor aquí sobre la tierra, con el mandato de prestar servicio y edificar a Sus hijos. Él depende de cada uno de nosotros”3.
¿La oyeron, la invitación a amarnos los unos a los otros? Para algunos, servir o ministrar uno por uno, siguiendo el ejemplo del Salvador, no resulta fácil. Pero con práctica, todos podemos llegar a parecernos más al Salvador al servir a los hijos de Dios. Para ayudarnos a amarnos mejor unos a otros, sugiero que recordemos cuatro palabras: “Primero observa; luego sirve”.
Hace casi 40 años, fui al templo con mi esposo para nuestra salida del viernes por la noche. Llevábamos poco tiempo de casados y estaba nerviosa porque esa era sólo la segunda vez que iba después de casarme. Una hermana sentada a mi lado debe haberlo notado. Se inclinó hacia mí y con reverencia susurró: “No te preocupes. Yo te ayudaré”. Mis temores se calmaron y pude disfrutar del resto de la sesión. Ella primero observó y luego sirvió.
A todos se nos invita a seguir las enseñanzas de Jesús y a ministrar a los demás. La invitación no se limita a hermanas angelicales. Mientras comparto ejemplos típicos de miembros que aprendieron a observar primero y luego a servir, presten atención a las enseñanzas de Jesús que las demuestran.
Un niño de la Primaria, de seis años, dijo: “Cuando me eligieron ayudante de la clase, podía elegir a un amigo para que trabajara conmigo. Elegí [a un niño de mi clase que me trataba mal], porque nunca lo eligen. Quería hacerlo sentir bien”4.
¿Qué observó este niño? Notó que nunca elegían al niño buscapleitos de la clase. ¿Qué hizo para servir? Simplemente lo eligió como su amigo para ayudar en la clase. Jesús enseñó: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen”5.
En cierto barrio, el Sacerdocio Aarónico primero observó y ahora sirve en forma valiosa. Cada semana los jóvenes llegan temprano y esperan fuera del centro de reuniones, con lluvia, nieve o calor abrasador, la llegada de los muchos miembros ancianos del barrio. Sacan sillas de ruedas y andadores de los autos, brindan brazos fornidos de donde agarrarse y con paciencia acompañan a los ancianos de cabello canoso hasta la entrada del edificio. En verdad cumplen su deber a Dios. Al observar y luego servir, son ejemplos vivientes de la enseñanza del Salvador: “En cuanto lo hicisteis a uno de éstos, mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”6. Al implementar el nuevo programa para la juventud, estos jóvenes sin duda estarán dispuestos aun a más oportunidades de servir de una manera semejante a la de Cristo.
El observar y servir a veces requiere gran esfuerzo. Una jovencita inspirada llamada Alexandria notó que su prima, Madison, no podía completar los requisitos de su propio Progreso Personal porque sufría de autismo severo. Alexandria reunió a las jovencitas de su barrio, consultó con sus líderes, y decidió hacer algo por Maddy que ella no podía hacer por sí misma. Cada jovencita completó una parte de las actividades y los proyectos del Progreso Personal a nombre de Maddy para que ella pudiera recibir su propia medalla7.
Estas jovencitas desempeñarán bien las funciones de la maternidad y de la hermandad de la Sociedad de Socorro, porque están aprendiendo a observar primero, y luego a servir caritativamente.
El presidente Monson nos ha recordado que la caridad, “el amor puro de Cristo”8 —o sea, el observar y servir— “es evidente cuando se recuerda a una anciana viuda y se la lleva a las reuniones del barrio” y “cuando la hermana que se sienta sola en la Sociedad de Socorro recibe la invitación: ‘Venga, siéntese con nosotras’”9. Aquí se aplica la regla de oro: “Cuantas cosas queráis que los hombres [o las mujeres] os hagan a vosotros, así haced vosotros con ellos”10.
Un esposo observador sirvió de dos modos importantes. Él cuenta:
“Un domingo ayudé a mi esposa con su clase de la Primaria, llena de activos niños de siete años. Al empezar el tiempo para compartir, noté a una niña de la clase acurrucada en la silla; obviamente no se sentía bien. El Espíritu me susurró que necesitaba consuelo, así que me senté a su lado y en voz baja le pregunté qué sucedía. No contestó… así que comencé a cantarle suavemente.
“La Primaria estaba aprendiendo una canción nueva, y cuando cantamos ‘al Salvador escucho si escucho con el corazón’, empecé a sentir que mi alma se llenaba de una luz y una calidez increíbles… recibí un testimonio personal del amor que el Salvador tenía por ella… y por mí… Aprendí que somos las manos [del Salvador] cuando servimos a la persona en particular”11.
Este hermano cristiano no sólo percibió que debía ayudar a su esposa con una clase llena de niños activos de siete años, sino también prestó servicio a una niña necesitada en particular. Siguió al Salvador, que enseñó: “Aquello que me habéis visto hacer, eso haréis vosotros”12.
Recientemente una inundación presentó muchas oportunidades para que discípulos de Jesucristo primero observaran y luego sirvieran. Hombres, mujeres, adolescentes y niños vieron negocios y hogares destruidos y dejaron todo para ayudar a limpiar y a reparar estructuras dañadas. Algunos vieron que era necesario ayudar con la abrumadora tarea de lavar ropa. Otros laboriosamente limpiaron fotos, documentos legales, cartas y otros papeles importantes; y luego con cuidado los colgaron para que se secaran, y así preservar lo que fuera posible. Observar y luego servir no siempre es conveniente ni se ajusta a nuestro horario.
¿Hay mejor lugar que el hogar para primero observar y luego servir? Un ejemplo de la vida del élder Richard G. Scott lo demuestra:
“Una noche, nuestro pequeño hijo Richard, que tenía problemas cardíacos, se despertó llorando. Por lo general era mi esposa la que se levantaba para cuidar a los pequeños cuando lloraban; pero esa vez le dije: ‘Yo me encargo de él’.
“Debido a su condición, cuando comenzaba a llorar, su pequeño corazón latía muy rápido; vomitaba y ensuciaba las sábanas. Esa noche lo sostuve contra mí para tratar de calmar su corazón acelerado y que dejara de llorar mientras le cambiaba la ropa y ponía sábanas limpias. Lo tuve en brazos hasta que se durmió. En ese momento no sabía que sólo en unos meses moriría. Siempre recordaré haberlo tenido en mis brazos en medio de esa noche”13.
Jesús dijo: “El que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor”14.
A veces estamos tentados a servir del modo que nosotros queremos y no precisamente del modo necesario en ese momento. Cuando el élder Robert D. Hales enseñó el principio de la vida providente, compartió el ejemplo de comprar un regalo para su esposa, quien preguntó: “¿Lo vas a comprar para mí o para ti?”15. Si adaptamos esa pregunta a nosotros al servir y preguntamos: “¿Hago esto para el Salvador o para mí?”, es más probable que nuestro servicio se asemeje al del Salvador. Como el Salvador, debemos preguntarnos: “¿Qué queréis que haga por vosotros?”16.
Hace unas semanas, estaba apurada y extenuada, con una lista larga de cosas para hacer. Quería ir al templo ese día, pero sentía que estaba demasiado ocupada. Apenas pasó por mi mente esa idea de que estaba muy ocupada para servir en el templo, me hizo pensar en qué era lo que más necesitaba hacer. Salí de mi oficina para ir al Templo de Salt Lake, preguntándome cuándo recuperaría el tiempo que estaba perdiendo. Afortunadamente, el Señor es paciente y misericordioso y me enseñó una hermosa lección ese día.
Al sentarme en el salón de sesiones, una hermana joven se me arrimó y susurró con reverencia: “Estoy muy nerviosa. Ésta sólo es mi segunda vez en el templo. ¿Podría ayudarme?”. ¿Cómo podría ella haber sabido que esas palabras eran exactamente lo que necesitaba oír? Ella no sabía, pero el Padre Celestial sí. Él había observado mi mayor necesidad; necesitaba servir. Él inspiró a esta humilde y joven hermana a prestarme servicio invitándome a servirla a ella. Les aseguro que yo fui quien más se benefició.
Reconozco con profunda gratitud a las muchas personas cristianas que han prestado servicio a nuestra familia a lo largo de los años; expreso agradecimiento profundo a mi querido esposo y a mi familia, que sirven desinteresadamente y con gran amor.
Procuremos todos primero observar, luego servir. Al hacerlo, guardamos los convenios, y nuestro servicio, como el del presidente Monson, será evidencia de nuestro discipulado. Sé que el Salvador vive. Su expiación nos permite vivir Sus enseñanzas y sé que el presidente Monson es nuestro profeta hoy en día. En el nombre de Jesucristo. Amén.