La primera vez que oré en cuanto a la Primera Visión
Jing-juan Chen, Taiwán
Cuando decidí bautizarme, fue porque algunos de mis problemas se resolvieron mientras estaba recibiendo las lecciones de los misioneros. No fue porque había orado y recibido un testimonio de que el Libro de Mormón era verdadero ni de que José Smith había visto al Padre Celestial y a Su Hijo Jesucristo. Los misioneros me habían invitado a orar acerca de esas cosas, pero yo nunca lo hice. Simplemente creía en lo que los misioneros me habían enseñado.
Tres años después de mi bautismo, una hermana se puso de pie en el púlpito de la capilla y compartió su testimonio del Libro de Mormón y de José Smith. Nos pidió a todos que meditáramos en esta pregunta: “¿Hemos orado sinceramente en cuanto a la veracidad del Libro de Mormón y de la experiencia que tuvo José Smith?”. Esa pregunta me impactó profundamente y pensé para mis adentros: “Nunca he orado en cuanto a estas cosas, pero debería hacerlo y lo haré”.
Me sentí motivada a actuar, ya que mi fe en ese momento era débil y mi testimonio de las Escrituras era superficial. Esa noche oré a mi Padre acerca de José Smith y de la veracidad del Libro de Mormón.
La primera vez que oré no sentí nada, ni tampoco la segunda. Sin desanimarme, abrí las Escrituras en José Smith—Historia 1:14–17, donde se describe la ocasión en que José fue a la arboleda para hacer una oración personal:
“Vi una columna de luz, más brillante que el sol, directamente arriba de mi cabeza; y esta luz gradualmente descendió hasta descansar sobre mí.
“No bien se apareció, me sentí libre… Al reposar sobre mí la luz, vi… a dos Personajes”.
Al leer esas palabras, empecé a temblar, como si una corriente eléctrica me hubiera atravesado todo el cuerpo. De inmediato supe que José Smith realmente había visto al Padre Celestial y a Su Hijo Amado, Jesucristo. Supe que teníamos el Libro de Mormón gracias a que Dios hizo que se tradujera por medio de Su profeta.
Agradezco que el Padre Celestial me haya otorgado este testimonio de la veracidad de la Primera Visión. Me di cuenta de que, si el Evangelio no se hubiera restaurado, yo no habría conocido a mi Redentor. Sé que la plenitud del Evangelio es verdadera, y sé que recibiré las promesas de Dios si persevero fielmente hasta el fin.