Compartir mi luz
Dolores Sobieski, California, EE. UU.
Era un día atípico para el sur de California, EE. UU.: truenos, relámpagos, lluvia torrencial y un calor agobiante. Estaba ansiosa por relajarme y mirar una película en mi casa con aire acondicionado. Pero al sentarme, sentí que tenía que llamar a mi amiga Sherrill.
Cuando la llamé, me enteré de que estaba sin luz desde esa mañana. Le preocupaba que la comida congelada se descongelara y que la leche se echara a perder, así que pusimos su comida en mi refrigerador.
La siguiente noche, Sherrill y yo nos encontrábamos de pie frente a su casa. Todas las casas de su cuadra estaban en completa oscuridad, mientras que las casas de la acera de enfrente tenían luz. Me llamó la atención una casa en particular. Directamente cruzando la calle, la casa resplandecía y había gente sentada en el pórtico frente a la casa, hablando, riéndose y pasando un buen rato.
Por los próximos días no pude sacarme esa imagen de la cabeza. El contraste era sorprendente: oscuridad absoluta de un lado de la calle y luces brillantes del otro; gente sentada en la oscuridad al mismo tiempo que sus vecinos gozaban de la luz.
Esa imagen me llevó a preguntarme cuán a menudo era yo como esas personas de la calle de enfrente: disfrutaba de la luz del Evangelio, mientras otras personas se encontraban en la oscuridad. Me imaginé sentada frente a mi casa con algunos amigos de la Iglesia, disfrutando de la luz del Evangelio sin compartirla con los demás.
Todas las personas nacen con luz: la luz de Cristo. Como miembros de la Iglesia, tenemos el privilegio de agregar más luz a la que tienen al compartir el Evangelio. El Salvador enseñó:
“He aquí, ¿encienden los hombres una vela y la ponen debajo de un almud? No, sino en un candelero; y da luz a todos los que están en la casa;
“por lo tanto, así alumbre vuestra luz delante de este pueblo, de modo que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (3 Nefi 12:15–16).
Como miembros de la Iglesia, tenemos la responsabilidad de hacer que nuestro testimonio de Cristo brille a fin de que todos lo vean, en especial aquellas personas que se encuentran en la oscuridad espiritual. Después de esa experiencia, tomé la decisión de ser la clase de persona en quien el Padre Celestial pueda confiar que saldrá de la comodidad de su pórtico y llevará la luz del Evangelio a sus vecinos que están en la oscuridad.