2013
Suficientemente sanada
Enero 2013


Hablamos de Cristo

Suficientemente sanada

¿Cómo podría cambiar pañales, preparar la cena o consolar a mis hijos con un solo brazo?

Cuando tenía diecisiete años, perdí casi todo mi brazo izquierdo en un accidente de tránsito; esa experiencia cambiaría mi vida para siempre. Aunque ha habido días difíciles y momentos de prueba, ese fuego purificador me ha dado la oportunidad de ser testigo, de manera excepcional, del poder de la Expiación.

En este momento, mi vida consiste en ser esposa y madre, dos funciones que amo profundamente. Antes de que mis hijos nacieran, dudaba de mi capacidad para ser madre, ¿cómo podría cambiar pañales, preparar la cena o consolar a mis hijos con un solo brazo? Quince años después, soy la madre de cinco niños encantadores. Me he adaptado bien y mis hijos apenas notan que soy diferente a las otras madres. El brazo que me falta ya no es un impedimento sino un símbolo de amor. Da consuelo a mis hijos al aferrarse a él cuando lloran o se quedan dormidos en la noche. Ese apego puede deberse a varias razones, pero yo lo veo como evidencia de la capacidad del Salvador de crear algo bueno de algo trágico.

No puedo describir la ternura que siento cuando esa parte de mí proporciona consuelo a mis hijos. La maternidad ha brindado una perspectiva a mi limitación física y he sentido que la Expiación ya ha comenzado a sanarme.

Las exigencias diarias de ser madre algunas veces han sido difíciles; los tiempos arduos me han dado motivo para reflexionar en la realidad de la Resurrección y en la habilidad del Salvador para sanarme. Por ello, los ejemplos de sanación que promueven la fe y que se encuentran en las Escrituras tienen un significado especial para mí. Uno de mis preferidos es cuando el Salvador visitó a la gente de las Américas y sanó a sus enfermos. Me he imaginado cómo hubiera sido ser uno de aquellos a quienes el Salvador sanó. El relato comienza con Su amorosa invitación:

“¿Tenéis enfermos entre vosotros? Traedlos aquí. ¿Tenéis cojos, o ciegos, o lisiados, o mutilados… o quienes estén afligidos de manera alguna? Traedlos aquí y yo los sanaré, porque tengo compasión de vosotros; mis entrañas rebosan de misericordia…

“…porque veo que vuestra fe es suficiente para que yo os sane.

“…cuando hubo hablado así, toda la multitud, de común acuerdo, se acercó, con sus enfermos, y sus afligidos, y sus cojos, y sus ciegos, y sus mudos, y todos los que padecían cualquier aflicción; y los sanaba a todos” (3 Nefi 17:7–9).

Para mí, ése es uno de los acontecimientos más conmovedores que se describen en las Escrituras; pero mi perspectiva ha cambiado desde que soy madre y al tener un solo brazo. En cierto momento pensé que yo era una de las personas que más ansiosamente esperaba la Resurrección y la idea de ser sanada; pero ya no tengo tanta prisa. Cada vez más siento el efecto de la Expiación en mi vida ahora. Me he dado cuenta de que el poder sanador no tiene que empezar únicamente en el momento de la Resurrección. La sanación ya ha comenzado cuando, cada noche, uno de mis hijos sostiene con ternura lo que queda de mi brazo y se queda dormido. El comprender esto ha sido tan significativo para mí como lo es cualquier milagro de sanación física. He decidido que, por ahora, estoy tan sana como tengo que estar.

Arriba: Fotografía por Robert Casey.