La reverencia hacia Dios es el comienzo de la sabiduría
De un discurso de graduación pronunciado el 10 de abril de 2009 en la Universidad Brigham Young–Idaho. Para leer el texto completo en inglés, visite http://web.byui.edu/DevotionalsAndSpeeches.
La sabiduría del mundo es de mayor valor cuando humildemente cede ante la sabiduría de Dios.
Vivimos en un mundo con exceso de información. Tal vez algo simbólico de este mundo es la asombrosa Wikipedia, la enciclopedia en línea más grande del mundo. Para darles una idea de su magnitud, en 2012 contaba con más de 2,5 mil millones de palabras en inglés solamente y con más de 22 millones de artículos en unos 284 idiomas. Hay más de 70 versiones de Wikipedia en diferentes idiomas que cuentan con por lo menos 10.000 artículos cada una. La versión en inglés tiene más de 4 millones de artículos1.
Nuestra sobrecarga de información también se manifiesta en el uso explosivo de sitios sociales de internet tales como Facebook, que fue fundado en 2004 y sobrepasa los mil millones de usuarios activos en 20122; o YouTube, iniciado en 2005, donde, al parecer, se han visto clips de video más de cien millones de veces.
En esta oleada de información, necesitamos desesperadamente sabiduría; la sabiduría para determinar y discernir la forma de aplicar lo que aprendemos. T. S. Eliot, un cristiano creyente que escribió hace muchos años, habla a nuestro mundo actual:
¡Oh mundo del estío y del otoño, de muerte y nacimiento!
El infinito ciclo de las ideas y de los actos,
infinita invención, experimento infinito,
trae conocimiento de la movilidad, pero no de la quietud;
conocimiento del habla, pero no del silencio;
conocimiento de las palabras e ignorancia de la Palabra.
Todo nuestro conocimiento nos acerca a nuestra ignorancia,
toda nuestra ignorancia nos acerca a la muerte,
pero la cercanía de la muerte no nos acerca a Dios.
¿Dónde está la vida que hemos perdido en vivir?
¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que hemos perdido en información?
Los ciclos celestiales en veinte siglos
nos apartan de Dios y nos aproximan al polvo3.
¿Qué lugar ocupan ustedes en la escala de la sabiduría? Quizás algunos se identifiquen con la joven emocionada por su boda cercana que dijo a sus padres: “¡Ay, me voy a casar; será el fin de mis problemas!”. Ante lo cual la madre le susurró al esposo: “Sí, pero lo que no sabe es que es el comienzo de otros”.
Cuanto más aprendo sobre la sabiduría de Dios, más creo que sólo me encuentro en el punto inicial de la sabiduría. Me siento humilde al darme cuenta de lo mucho que tengo que aprender. Hoy espero aumentar nuestro deseo de adquirir sabiduría y, más específicamente, la sabiduría de Dios.
Las bendiciones de la sabiduría
Deseo hacer hincapié en varios principios de la sabiduría. Primero, en nuestra era de información y conocimiento, debemos procurar sabiduría; la sabiduría es multidimensional y se presenta en diferentes tamaños y colores; obtener sabiduría a temprana edad proporciona enormes bendiciones; la sabiduría que se logra en un aspecto no se puede transferir a otro; y, finalmente, la sabiduría del mundo, aunque en muchos casos es de mucho valor, es de mayor valor cuando humildemente cede ante la sabiduría de Dios.
En las Escrituras se describen dos tipos de sabiduría: la sabiduría del mundo y la sabiduría de Dios. La sabiduría del mundo consta de un componente positivo y otro negativo. En la descripción más sombría, se podría describir como una verdad parcial, mezclada con inteligencia y manipulación, a fin de lograr propósitos egoístas o inicuos.
Un ejemplo del Libro de Mormón es el hombre llamado Amlici. En las Escrituras dice que “cierto hombre, llamado Amlici —hombre muy astuto, sí, versado en la sabiduría del mundo…— [atraía] a muchos con su astucia”. En las Escrituras se sigue describiendo a Amlici como un “hombre perverso… [cuya] intención era destruir la iglesia de Dios” (Alma 2:1–2, 4; cursiva agregada). No estamos interesados en esa clase de sabiduría.
Hay otra clase de sabiduría del mundo que no es tan siniestra; de hecho, es muy positiva. Esa sabiduría se obtiene conscientemente por medio del estudio, la reflexión, la observación y el trabajo arduo; es sumamente valiosa y útil en las cosas que hacemos. Las personas buenas y respetables la obtenemos a través de nuestra experiencia en la mortalidad.
Recordarán el comentario del autor estadounidense Mark Twain: “Cuando yo tenía catorce años, mi padre era tan ignorante que apenas podía soportar su presencia. Pero cuando cumplí los veintiuno, me parecía increíble lo mucho que él había aprendido en siete años”4. Si somos observadores y reflexionamos, el tiempo nos puede enseñar mucho.
Recuerdo que cuando me iba a graduar de la universidad, viajé desde la Universidad Brigham Young hasta Preston, Idaho, EE. UU., donde vivía mi abuela, Mary Keller. En aquel entonces tenía 78 años y estaba muy débil. Falleció dos años después. Era una mujer maravillosa, y yo sabía que si escuchaba y aprendía de sus experiencias, adquiriría sabiduría que me ayudaría a lo largo del camino.
Podemos evitar muchas de las tristes experiencias que algunas personas tienen en la vida si obtenemos sabiduría a temprana edad, sabiduría que vaya más allá de nuestra edad. Procuren esa sabiduría: reflexionen, observen atentamente, contemplen las experiencias de su vida.
También podemos aprender sabiduría en nuestras empresas profesionales y personales. Permítanme darles dos ejemplos.
El Dr. DeVon C. Hale es un médico de Salt Lake City que se crió en Idaho Falls, Idaho. Me he quedado maravillado por su conocimiento y su sabiduría en lo referente a enfermedades tropicales. No es sólo el conocimiento que tiene el doctor Hale, sino también su entendimiento de cómo aplicar ese conocimiento, analizando sus varios estratos de información y evaluándolos uno contra el otro. Es una bendición tener esa clase de sabiduría médica para los misioneros de todo el mundo.
Un segundo ejemplo: Cuando nuestro hijo mayor empezó la escuela primaria en donde vivíamos en Tampa, Florida, EE. UU., estábamos ansiosos por conocer a su maestra del jardín de infantes, la señorita Judith Graybell. Era una mujer de cincuenta y tantos años que poseía una asombrosa destreza para tratar a los niños pequeños; sabía exactamente cómo motivarlos, cuándo elogiarlos, y cuándo ser firme con ellos; poseía el conocimiento para enseñarles, pero poseía mucho más. Hicimos todo lo posible por lograr que cada uno de nuestros hijos estuviera en su clase del jardín de infantes.
Esas dos personas manifiestan sabiduría específica en el mundo; su sabiduría es de ayuda para muchas personas y les permite tener éxito en sus profesiones.
Sin embargo, debemos ser conscientes de los límites de esa sabiduría. La sabiduría en un aspecto no se trasmite necesariamente a otro; por ejemplo, tal vez no querría que la señorita Graybell diagnosticara enfermedades tropicales ni que el doctor Hale enseñara la clase de mi hijo en el jardín de infantes.
Lo que es más importante, la sabiduría que nos proporciona éxito en el mundo debe estar dispuesta a supeditarse a la sabiduría de Dios y no pensar que puede sustituirla.
Recuerden: no toda la sabiduría es igual.
El salmista dijo: “El principio de la sabiduría es el temor a Jehová” (Salmos 111:10). Lo que el pasaje significa es que una “profunda reverencia”5 por el Señor es el principio de la sabiduría. Esa profunda reverencia se recibe porque nuestro Padre Celestial “tiene toda sabiduría y todo poder, tanto en el cielo como en la tierra” (Mosíah 4:9). Su sabiduría es perfecta; es pura; es desinteresada.
A veces, esa sabiduría será contraria a la sabiduría del mundo, lo que significa que la sabiduría de Dios y la sabiduría del mundo estarán en conflicto directo la una con la otra.
¿Recuerdan las palabras del Señor que se encuentran en Isaías?
“Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová.
“Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Isaías 55:8–9).
No recibiremos la sabiduría de Dios por derecho; debemos estar dispuestos a procurarla. “…si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, quien da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada” (Santiago 1:5; cursiva agregada).
La sabiduría de Dios es un don espiritual. “…no busquéis riquezas sino sabiduría; y he aquí, los misterios de Dios os serán revelados, y entonces seréis ricos” (D. y C. 6:7; cursiva agregada).
La búsqueda de la sabiduría de Dios siempre va acompañada de la obediencia a los mandamientos.
Por lo general, el don espiritual de la sabiduría se obtiene paso a paso a medida que la procuremos de manera sincera y diligente. “Daré a los hijos de los hombres línea por línea, precepto por precepto… y benditos son aquellos que escuchan mis preceptos… porque aprenderán sabiduría; pues a quien reciba, le daré más” (2 Nefi 28:30; cursiva agregada).
José Smith dijo: “Las cosas de Dios son de profunda importancia, y sólo se pueden descubrir con el tiempo, la experiencia y los pensamientos cuidadosos, reflexivos y solemnes”6. No hay recompensa instantánea al procurar la sabiduría de Dios.
Por último, la fuente de la sabiduría de Dios es diferente a la del mundo. La sabiduría de Dios se encuentra en las Escrituras, en las enseñanzas de los profetas (como durante la conferencia general) y, naturalmente, en nuestras oraciones (véase D. y C. 8:1–2). Y esta sabiduría siempre, siempre se derrama sobre nosotros por el poder del Espíritu Santo. El apóstol Pablo dijo:
“Porque, ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios.
“…lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por humana sabiduría, sino con las enseñadas por el Espíritu” (1 Corintios 2:11, 13; cursiva agregada).
Con la sabiduría de Dios, vemos más allá de nuestra circunstancias actuales porque, como dice en las Escrituras, “…el Espíritu habla… de las cosas como realmente son, y de las cosas como realmente serán” (Jacob 4:13).
La sabiduría de Dios es sabiduría digna de nuestra dedicada atención.
La sabiduría y el diezmo
Quizás el punto más importante es que no toda la sabiduría es igual; debemos aprender que cuando hay conflicto entre la sabiduría del mundo y la sabiduría de Dios, debemos ceder nuestra voluntad a la sabiduría de Dios.
Nosotros somos hijos e hijas de Dios; somos seres espirituales en una misión mortal. Aquellos de nosotros que estamos dedicados a aprender la sabiduría del mundo y la sabiduría de Dios no debemos confundirnos en cuanto a cuál de ellas es más importante.
Permítanme compartir la experiencia de una noble hermana Santo de los Últimos Días de São Paulo, Brasil, que relata la lucha que tuvo para decidir entre pagar su diezmo o su matrícula de la universidad. Éstas son sus palabras:
“La universidad… tenía un reglamento que prohibía a los alumnos tomar un examen si debían los derechos o cuotas [o que no habían pagado la matrícula].
“Recuerdo una ocasión en que… me encontré en serios aprietos económicos. Era jueves cuando cobré mi sueldo; al calcular el presupuesto del mes, me di cuenta de que no tendría dinero suficiente para pagar mi diezmo y la universidad. Tendría que escoger uno de los dos. Los exámenes bimestrales comenzarían la semana siguiente y, si no los tomaba, me iba a arriesgar a perder todo el año escolar. Sentí una angustia terrible… Me dolía el corazón”.
He aquí un conflicto directo entre la sabiduría del mundo y la sabiduría de Dios. A pesar de ser buenos y rectos, en la vida descubrirán que, si son sinceros con ustedes mismos, sentirán pesar en el corazón al afrontar algunos de estos conflictos.
Vuelvo a la historia. Primeramente, ella pagó su diezmo el domingo; y relató lo que sucedió ese lunes siguiente:
“La jornada de trabajo iba llegando a su fin cuando mi jefe fue a darme las últimas órdenes del día… De pronto, se detuvo y volviéndose a mirarme, me preguntó: ‘¿Cómo le va en la universidad?’. [Ella lo describió como un hombre áspero, y todo lo que pudo decir fue:] ‘¡Todo marcha bien!’”.
Entonces él se fue. De pronto entró la secretaria y dijo: “El jefe acaba de decir que a partir de hoy la empresa le pagará todos los gastos de la universidad y los textos de estudio. Antes de que se vaya, pase por mi escritorio a decirme a cuánto asciende la cantidad y mañana le daré el cheque”7.
Si son perceptivos, descubrirán que muchas veces a lo largo de la vida se enfrentan a ese tipo de pruebas. ¿Dónde depositarán su confianza? Escuchen la advertencia directa del Señor a nosotros:
“¡Oh las vanidades, y las flaquezas, y las necedades de los hombres! Cuando son instruidos [en la sabiduría del mundo] se creen sabios, y no escuchan el consejo de Dios, porque lo menosprecian, suponiendo que saben por sí mismos [la sabiduría del mundo], por tanto, su sabiduría es locura, y de nada les sirve; y perecerán.
“Pero bueno es ser instruido [en la sabiduría del mundo] si hacen caso de los consejos de Dios” (2 Nefi 9:28–29; cursiva agregada).
Ahora las palabras de Pablo:
“¿Dónde está el sabio?… ¿Acaso no ha convertido Dios en necedad la sabiduría del mundo?” (1 Corintios 1:20).
“Nadie se engañe a sí mismo; si alguno entre vosotros se cree sabio en este mundo, hágase ignorante para llegar a ser sabio.
“Porque la sabiduría de este mundo es insensatez para con Dios” (1 Corintios 3:18–19; cursiva agregada).
Con frecuencia la prueba es si estaremos dispuestos a permitir que la sabiduría de Dios sea la que guíe nuestro rumbo cuando sea contraria a la sabiduría del mundo.
Ammón se lamentó: “…pues ni buscan sabiduría, ni desean que ella los rija” (Mosíah 8:20). Cuando pienso en aquellos que han estado dispuestos a permitir que la sabiduría de Dios sea su guía, pienso en un amigo mío de China, Xie Ying, quien hizo sacrificios considerables para unirse a la Iglesia y sirvió en una misión en Nueva York. Pienso en mis dos hijas, ambas muy inteligentes con diplomas de maestría, pero que han elegido las bendiciones de la maternidad y de los hijos. Pienso en un amigo de Sudamérica que dejó un empleo lucrativo cuando se dio cuenta de que ilegalmente evadían el pago de impuestos. Todos ellos han puesto la sabiduría de Dios por encima de la sabiduría del mundo.
Lamentablemente, la sabiduría del mundo puede engañar a personas capaces. José Smith lo expresó de esta manera: “Hay entre nosotros muchísimos hombres y mujeres eruditos que son demasiado sabios para que se les pueda enseñar; por tanto, tendrán que morir en su ignorancia, y en la resurrección descubrirán su error”8.
La sabiduría y los recursos económicos
Con las dificultades económicas, permítanme traer a colación el asunto de los recursos económicos personales. En nuestra situación actual, todos somos más humildes y más dispuestos a recibir consejos, pero piensen en los últimos años.
El mundo enseña que si queremos algo, debemos tenerlo y no debemos esperar para adquirirlo. Endeudarnos nos permite tenerlo ahora mismo; podemos hacerlo por medio de tarjetas de crédito o préstamos donde pongamos nuestras casas como seguridad colateral. Podemos dar como garantía colateral lo que poseemos, incluso nuestra educación. El valor de las cosas siempre irá en aumento, y prosperaremos. La sabiduría del mundo dicta que la cantidad del pago mensual es más importante que el tamaño del préstamo. Nuestras obligaciones son un tanto discrecionales y, si todo fracasara, la bancarrota es nuestra última opción.
Consideremos ahora la sabiduría de Dios en las finanzas personales que constantemente enseñan los profetas. La base es la autosuficiencia y el trabajo; damos al dinero su debida función mediante el pago de un diezmo justo y al ser generosos con nuestras ofrendas; vivimos con menos de lo que ganamos y hacemos una distinción entre nuestras necesidades y nuestros deseos; evitamos la deuda salvo para las necesidades más fundamentales; vivimos dentro de un presupuesto; siempre ponemos una cantidad en ahorros; somos honrados en todas nuestras obligaciones.
Hace aproximadamente catorce años, el presidente Gordon B. Hinckley (1910–2008) amonestó: “…digo que ha llegado el momento de poner nuestra casa en orden. Muchos de nuestros miembros viven al borde de sus ingresos; de hecho, algunos viven con dinero prestado… Hay un presagio de tiempo tormentoso al cual debemos hacer caso”9.
Hace varios años, en el apogeo de nuestra prosperidad, el presidente Thomas S. Monson dijo:
“Mis hermanos y hermanas, eviten la filosofía de que los lujos de ayer son las necesidades del presente. No son necesidades a menos que así lo determinemos. Muchos adquieren deudas a largo plazo para luego darse cuenta de que ocurren cambios: las personas enferman o quedan discapacitadas, las empresas fracasan o reducen su tamaño, se pierde el trabajo, ocurren desastres naturales. Hay muchas razones por las que no se puede cumplir con los pagos de grandes préstamos. Nuestras deudas llegan a ser como una espada de Damocles que cuelga sobre nuestra cabeza y amenaza con destruirnos.
“Los insto a que vivan dentro de sus recursos económicos. No se puede gastar más de lo que se gana y ser solvente. Les prometo que entonces serán más felices que si estuviesen preocupándose constantemente de cómo cumplir con el siguiente pago de una deuda no esencial”10.
¿Se dan cuenta de cómo la sabiduría de Dios puede estar en conflicto con la sabiduría del mundo? La decisión no parecía ser tan evidente cuando todo parecía próspero. Muchos miembros de la Iglesia desean haber escuchado con más atención.
Ésta es la sabiduría de Dios.
Propongo que consideren algunos de los problemas que tienen que afrontar. Tracen una línea en medio de una hoja de papel; en el lado izquierdo anoten la sabiduría del mundo, y en el derecho la sabiduría de Dios. Anoten las cosas que están en conflicto unas con otras.
¿Qué decisiones están tomando?
En la sección 45 de Doctrina y Convenios, que trata de los acontecimientos que condujeron a la segunda venida del Salvador, el Señor vuelve a contar la historia de las diez vírgenes y después nos deja estas palabras: “Porque aquellos que son prudentes y han recibido la verdad, y han tomado al Santo Espíritu por guía, y no han sido engañados, de cierto os digo que éstos no serán talados ni echados al fuego, sino que aguantarán el día” (D. y C. 45:57).
Procuremos la sabiduría de Dios. Actualmente estamos pasando tiempos económicos difíciles por todo el mundo, lo que acarrea cierta preocupación al hacer planes para trabajos, carreras e ingresos; pero hay por delante muchos días buenos y prósperos. Hay mucho que podemos aprender ahora mismo acerca de la sabiduría. Les prometo que tendrán las bendiciones del Señor a medida que busquen sabiduría: la sabiduría de Dios.