Conozcan a los santos italianos
Si alguna vez visitan Italia, quizás tengan la oportunidad de asistir a una reunión sacramental con los santos italianos. En el país hay aproximadamente cien barrios y ramas. En Génova, su caminata a la Iglesia tal vez los lleve por el laberinto de calles del centro de la ciudad, pasando la Piazza Di Ferrari, al segundo piso de un edificio de oficinas. No tendrán ningún problema para encontrar una reunión en Roma, donde la Iglesia tiene capillas en tres diferentes sectores de la ciudad. Si se encuentran cerca de L’Aquila, irán a una hermosa capilla nueva ubicada en Via Avezzano, ya que la antigua capilla quedó destruida a raíz del terremoto ocurrido en 2009.
Cualquiera sea el barrio o rama que visiten, cuando se sienten en la capilla y entonen el himno de apertura con los santos italianos, sentirán su fe. Estos miembros viven en una región donde casi no se conoce a los mormones; un país en el que rigen las tradiciones de otra religión. De los 25.000 miembros que hay en Italia en la actualidad, más de la mitad se bautizó a partir de 1986, de modo es muy posible que la persona que esté sentada a su lado sea conversa a la Iglesia. Si le preguntaran a esa persona qué fue lo que la llevó a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, tal vez oigan una historia parecida a las que siguen a continuación. Éstas son las experiencias y los testimonios de tres fieles miembros italianos.
Paola Fava, de Génova
Paola Fava ha sido miembro de la Iglesia por diez años; reside en Génova, una hermosa ciudad portuaria de la costa noroeste de Italia que es famosa por ser el lugar donde nació Cristóbal Colón y por una comida tradicional italiana llamada pesto. El esposo de Paola falleció en 2009, tiene un perrito que se llama Bak, y se mantiene ocupada prestando servicio en la Iglesia y haciendo historia familiar. Ésta es la historia de su conversión.
Hace varios años, conocí a una muchacha que trabajaba en la sucursal de Londres de la misma compañía para la que yo trabajaba. Era muy buena en su trabajo y era encantadora como amiga. Yo no sabía que era mormona. Por muchos años nos mantuvimos en contacto por carta, y cada vez que me escribía me decía que tenía mucho trabajo que hacer para su iglesia. Nunca comprendí la clase de trabajo que sería, pero un día escribió que estaba haciendo “bautismos por los muertos” y eso despertó mi curiosidad.
Transcurrieron algunos años, y fui a visitarla a Inglaterra. Un día, durante mi visita, nos sentamos en el césped y me preguntó si podíamos hablar un poco acerca de Dios. “Qué extraño”, pensé, pero le dije que sí. Me dijo: “¿Sabías que un joven de Estados Unidos encontró planchas de oro que contenían la historia de los antiguos habitantes de América a quienes Jesucristo se apareció?”. Me dijo que al muchacho también se le había dado el mensaje de restaurar la antigua Iglesia de Jesucristo sobre la tierra, lo cual hizo a pesar de muchas dificultades.
Ese mensaje me conmovió profundamente; sentí que realmente era verdadero. Esa noche en su casa, sobre la mesita de noche, encontré un ejemplar del Libro de Mormón. Sin embargo, en ese momento no deseaba involucrarme con una iglesia diferente, a pesar de que no me sentía bien espiritualmente.
Un día, en otra carta, me dijo que su esposo se había hecho miembro de la Iglesia y que las cosas estaban mejor que nunca. “Bueno, ¡tengo que saber en cuanto a esta iglesia!”, me dije. Llamé a la oficina de la misión e hice arreglos para reunirme con las misioneras.
Después de recibir las lecciones, entré en las aguas del bautismo. Derramé muchas lágrimas, sentí un gozo inmenso y experimenté innumerables bendiciones, las cuales sigo recibiendo hasta el día de hoy. Mi conversión fue el fruto de la paciencia y la perseverancia de una amiga especial; ella tenía la convicción de que su mensaje me llegaría profundamente al corazón. Se llevó a cabo un gran cambio en mi vida y por fin me siento feliz en la fe, sabiendo de verdad quién soy, de dónde vine y, particularmente, a dónde quiero ir.
Valentina Aranda, de Roma
Valentina Aranda, de 33 años, se considera bendecida por haber vivido toda su vida en el mismo vecindario de Roma, una ciudad apreciada en todo el mundo por su historia y su arte. Su familia proviene de diferentes partes de Italia, lo cual enriquece su vida con una variedad de tradiciones. Tenía por delante una próspera carrera profesional en mercadotecnia, la cual dejó de lado para criar a sus dos hijas. A continuación comparte la historia de su conversión cuando tenía 21 años.
Todo empezó cuando vi el Libro de Mormón en la biblioteca de mi amiga. El libro despertó mi curiosidad y me sentí atraída a él. Un día lo tomé y empecé a leer, pero no le encontraba sentido; se lo hice saber a la madre de mi amiga y dijo que debía orar antes de leerlo.
La noche siguiente, oré y empecé a leer el libro desde el principio; parecía ser un libro diferente al que había leído el día anterior, y sentí algo que nunca había sentido. Le hablé a mi amiga sobre ello y le dije que el próximo domingo me gustaría ir a la Iglesia con su familia.
Al llegar a la capilla, de inmediato me sentí en casa; era domingo de ayuno y testimonio y descendió sobre mí un espíritu muy fuerte. Nunca olvidaré ese domingo. Esa mañana conocí a los misioneros, quienes empezaron a enseñarme la verdad. Esos dos ángeles fueron un gran don, y hasta el día de hoy siguen siendo amigos muy queridos.
No obstante, mi creencia en José Smith como profeta fue el testimonio más grande, más fuerte y firme que tuve. De inmediato supe que él era un profeta de Dios y que se le había confiado una gran misión; y después de que los misioneros me enseñaron la lección sobre la Restauración, decidí bautizarme. Cinco semanas después de que asistí a la Iglesia por primera vez entré en las aguas del bautismo; ¡fue muy emocionante!
La Iglesia me dio una nueva vida. Me siento feliz y segura por mi decisión; estoy sellada a mi esposo y a mis hijas; tengo nuevas amistades, la verdad, las Escrituras, el templo y rodillas que ahora saben arrodillarse a orar.
Espero con gran ilusión el templo aquí en Roma; sé que será una gran bendición para mí y para muchos, muchos hermanos y hermanas que también lo esperan.
Angelo Melone, de L’Aquila
Angelo Melone vive con su familia en L’Aquila, una pequeña ciudad fundada en tiempos medievales cerca del centro de Italia. Trabaja como director en la oficina de prevención contra el fraude de aduanas, un trabajo que le gusta mucho. Dice que lo más preciado para él en la vida es su familia. Su esposa, Elizabete, es originaria de Brasil, y tienen dos hijas: Naomi, de 11 años, y Michela Alessandra, de 19. Se bautizó cuando tenía 18 años.
Cada vez que recuerdo mi conversión, le doy gracias al Señor por ayudarme a conocer a los misioneros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
Nací y me crié en Ortona dei Marsi, un pueblito cerca del Parque Nacional de Abruzzo, en la provincia de L’Aquila. Cuando tenía 18 años, los misioneros se pusieron en contacto con mi hermana. En ese tiempo ella estudiaba Medicina en la Universidad de Chieti y vivía en Pescara, donde había una rama de la Iglesia. Ella recibió las lecciones misionales y decidió bautizarse.
Conocí a los misioneros cuando iba a visitar a mi hermana de vez en cuando. Yo era una persona obstinada y traté de utilizar la Biblia para probar que la doctrina de la Iglesia estaba en error. Leí casi todas las publicaciones de la Iglesia, pero no logré detectar ninguna contradicción; en lugar de ello, llegué a conocer la historia de la Restauración y la maravillosa experiencia de la Primera Visión, aprendí el concepto de lo que era un testimonio y sentí el deseo de tener uno.
Un domingo, le dije al presidente de rama de Pescara que nunca me bautizaría en la Iglesia; no obstante, sabía que algo en mi interior estaba cambiando. Esa semana, abrí mi ejemplar del Libro de Mormón y me llamó la atención una lista de preguntas que estaba pegada en el interior de la cubierta. Me detuve en la pregunta que decía: “¿Cómo puedo desarrollar fe?”. En la lista decía que podría encontrar la respuesta en Alma 32, donde la palabra de Dios se compara con una semilla.
Mientras estudiaba el pasaje, me di cuenta de que si quería recibir un testimonio, tendría que cambiar de actitud. Mi corazón era un terreno al que había que quitarle las malezas; tenía que abandonar todos mis prejuicios e ideas equivocadas acerca de la Iglesia, y después podría intentar poner a prueba el experimento. Procuré plantar la semilla en mi corazón: me arrodillé y oré para saber si la Iglesia había sido restaurada y si el Libro de Mormón era en realidad el resultado de esa Restauración. El espíritu que sentí me ayudó a saber que la Iglesia de Jesucristo estaba otra vez sobre la tierra. Fui bautizado el 10 de agosto de 1978.
Los años subsiguientes fueron emocionantes. Para ir a la Iglesia, tenía que viajar diez kilómetros a pie y aproximadamente tres horas por tren, ¡pero valía la pena el esfuerzo! Esos pequeños sacrificios trajeron mucho gozo y muchas bendiciones a mi vida: mi matrimonio con Elizabete en el Templo de São Paulo, en 1990, y el nacimiento de dos hijas maravillosas, Michela y Naomi.