Nuestro hogar, nuestra familia
Los retos son las bendiciones
La autora vive en Nueva Zelanda.
Lo que pensé que eran los retos de un matrimonio solemnizado en el templo se convirtieron, más bien, en bendiciones maravillosas.
Conversaba con una buena amiga sobre las bendiciones de estar casada en el templo y, en broma, le dije que podía pensar en sólo unas pocas bendiciones, pero que podía pensar en bastantes retos. “Bueno”, dijo, “¡tal vez ésas sean las bendiciones!”.
Yo sabía que tenía razón.
El estar sellada en el templo me ha bendecido con una perspectiva eterna del matrimonio y de la familia. Mis convenios del templo han sido las “gafas” mediante las cuales mi marido y yo siempre hemos visto nuestras opciones, incluso cuando éramos una joven pareja de recién casados.
Una perspectiva eterna
Empezamos nuestro matrimonio con una perspectiva eterna, y sentimos que eso significaba que no debíamos postergar el tener hijos ni limitar el número de hijos que estaban esperando venir a nuestra familia. Mi esposo continuó sus estudios superiores a medida que nuestra familia crecía. Para cuando por fin ingresó a la fuerza laboral de jornada completa, teníamos cinco hijos. Yo seguí mis estudios a tiempo parcial para poder quedarme en casa y cuidar de los niños. Recuerdo con cariño esos primeros años, ¡fueron fantásticos! Vivíamos en un pequeño apartamento con dos niños menores de quince meses, manteniéndonos con el escaso subsidio estudiantil y consumiendo mucha carne molida.
Considero esos primeros años como nuestros años pioneros: estábamos cruzando las “praderas” de la educación superior, empezando nuestra familia y viviendo con limitados recursos económicos. Siento algo similar —aunque sólo en una pequeña escala— a lo que uno de los sobrevivientes de la compañía de carros de mano de Martin dijo en cuanto a su trayecto: “Todos los que en ella veníamos tenemos el conocimiento cierto de que Dios vive, porque llegamos a conocerlo en medio de nuestras aflicciones”1.
Ante los ojos del mundo, lo que escogimos hacer en aquellos primeros años de matrimonio no parecía lógico; el postergar mi graduación para tener hijos, el vivir con un solo sueldo y el sacrificar algunas comodidades puede haber parecido una tontería; sin embargo, el Señor le dijo a Isaías:
“Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dice Jehová.
“Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Isaías 55:8–9).
Sacrificar las metas mundanas para seguir la voluntad del Padre Celestial en bien de nuestra familia ha sido una bendición que nos hace sentir muy humildes.
Afrontar los retos juntos
En Doctrina y Convenios leemos que aquellos que “están dispuestos a cumplir sus convenios con sacrificio… son aceptados por [el Señor].
“Porque yo, el Señor, los haré producir como un árbol muy fructífero plantado en buena tierra, junto a un arroyo de aguas puras, que produce mucho fruto precioso” (D. y C. 97:8–9). Nuestros cinco hijos son nuestro fruto precioso; son indudablemente nuestras bendiciones más grandes.
Con el paso de los años, mi esposo y yo hemos enfrentado muchos retos en nuestra vida de casados y, al mirar hacia atrás, sinceramente puedo decir que estoy agradecida por ellos. El Señor nos bendice con pruebas para refinarnos como personas y para ayudarnos a volvernos hacia Él y hacia nuestro compañero.
El matrimonio en el templo es el convenio supremo de la exaltación. El cumplir con ese convenio conduce al más alto grado de gloria en el reino celestial, o la vida eterna, lo que significa tener progenie eterna (véase D. y C. 131:1–4). Debido a esta gran recompensa, debemos esperar que el matrimonio en el templo nos exija superarnos, que cambie nuestra propia naturaleza.
El élder Bruce C. Hafen, miembro emérito de los Setenta, dijo: “Quizás al principio nos casamos porque nos sentimos cómodos, pero luego surgen los problemas. Si tratamos de resolverlos seriamente, quizás no siempre nos sintamos cómodos, pero progresaremos. Entonces, terminaremos estando casados no sólo por comodidad, sino por gozo”2. El resolver nuestros problemas juntos no siempre ha sido cómodo, pero realmente nos ha traído gozo.
El trabajo arduo y el gozo
El ser madre es una de las tareas más difíciles que jamás he emprendido. Antes de tener hijos, pensaba que la maternidad sería mayormente, si no todo el tiempo, feliz, entremezclada con uno o dos momentos de trabajo arduo; pero he llegado a comprender que es al revés. Debido a la asociación eterna que tengo con mi esposo, la maternidad y el matrimonio se han convertido en un laboratorio para llegar a ser como mi Padre Celestial. La responsabilidad de ser padres en esta vida es análoga a la obra y propósitos de nuestro Padre Celestial de “llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre” (Moisés 1:39). El ser esposa y madre exige paciencia, fortaleza y amor celestiales. El ser madre me está ayudando a llegar a ser más como Dios en naturaleza, deseos y posibilidades.
El estar sellada en el templo me ha bendecido de maneras que no había esperado. Es una fuente de fortaleza para mí y de estabilidad para mis hijos; es un eslabón conexivo que me une a mis antepasados y los bendice cuando llevo a cabo la obra por ellos en el templo. Mi matrimonio en el templo vale la pena cualquier sacrificio, y sé que brinda grandes bendiciones.