Sigamos el sendero de la felicidad
Tomado de un discurso de un devocional del SEI pronunciado en el Tabernáculo de Salt Lake el 12 de noviembre de 2012. Para leer el texto completo, vaya a lds.org/broadcasts.
La felicidad de ustedes depende mucho más de los principios que decidan seguir que de las circunstancias externas de su vida.
En general, la juventud es la época perfecta para hacer planes personales. Ustedes, jóvenes adultos, deben tener sueños para el futuro. Quizás su sueño sea la esperanza de tener éxito en los deportes, el crear una gran obra de arte, recibir un diploma o conseguir un puesto profesional. Tal vez incluso tengan en mente una valorada imagen de su futuro esposo o esposa.
¿Cuántos de sus sueños se harán realidad? La vida está llena de incertidumbre. Habrá momentos clave para ustedes que podrían cambiar el curso de su vida en un instante. Esos momentos pueden consistir en una sola mirada, una conversación o un acontecimiento inesperado; y también habrá nuevas oportunidades, como la declaración reciente del presidente Thomas S. Monson respecto a la edad del servicio misional1. A veces, el cambio de rumbo en nuestra vida ocurre por desafíos o desilusiones inesperados.
A la mayoría de las personas no les agrada lo desconocido. La incertidumbre de la vida puede causar falta de confianza y temor en cuanto al futuro. Algunos titubean en hacer compromisos por temor al fracaso aun cuando se les presentan buenas oportunidades. Por ejemplo, quizás demoren el matrimonio, los estudios, el tener hijos o el establecerse en una actividad profesional estable, prefiriendo pasar el rato con los amigos o quedarse en la acogedora comodidad de la casa de los padres.
Otra filosofía que nos limitará se ilustra con esta máxima: “Comed, bebed y divertíos, porque mañana moriremos” (2 Nefi 28:7). Esa filosofía favorece el satisfacer los placeres inmediatos sin importar las consecuencias futuras.
El sendero de la felicidad
Hay un sendero diferente a los senderos del temor, de la duda o de la autocomplacencia: un sendero que brinda paz, confianza y serenidad en la vida. Ustedes no pueden controlar todas las circunstancias de la vida, pero sí tienen el control de su felicidad; ustedes son los artífices de ella.
La felicidad de ustedes es más que nada el resultado de su visión espiritual y de los principios sobre los cuales basan su vida. Esos principios les brindarán felicidad a pesar de los desafíos y las sorpresas inesperados. Permítanme repasar algunos de estos principios esenciales.
1. Reconozcan su propia valía
Hace poco, mi familia y yo pasamos unos días de descanso en el sur de Francia. Una noche, poco después de ponerse el sol y de que la oscuridad hubo envuelto la campiña a nuestro alrededor, decidí recostarme en una silla reclinable afuera de la casa. Mis ojos comenzaron a examinar los cielos, que al principio eran de un negro impenetrable, hasta que, de repente, apareció una luz, como una chispa, luego dos y entonces tres. Progresivamente, al acostumbrarse mis ojos a la oscuridad, empecé a admirar una infinidad de estrellas. Lo que yo pensaba que era un cielo oscuro se transformó en la Vía Láctea.
Mientras reflexionaba sobre la inmensidad del universo y mi propia insignificancia física, me pregunté: “¿Qué soy yo ante tal grandeza y magnificencia?”, y acudió a mi mente un pasaje de las Escrituras:
“Cuando contemplo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste,
“digo: ¿Qué es el hombre para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre para que lo visites?” (Salmos 8:3–4).
Inmediatamente sigue esta frase de consuelo:
“Pues le has hecho un poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra” (Salmos 8:4–5).
Ésta es la paradoja y el milagro de la Creación. El universo es inmenso e infinito y, sin embargo, a la vez, cada uno de nosotros tiene un valor singular, glorioso e infinito a los ojos de nuestro Creador. Mi presencia física es infinitésimal; no obstante, mi propia valía es de importancia incalculable para mi Padre Celestial.
El saber que Dios nos conoce y nos ama personalmente es como una luz que ilumina nuestra vida y le da sentido. Quienquiera que yo sea, tenga o no amigos, sea o no popular, y aun si siento que otros me rechazan o me persiguen, tengo la absoluta certeza de que mi Padre Celestial me ama. Él conoce mis necesidades; Él entiende mis preocupaciones; Él desea bendecirme.
Imagínense lo que significaría para ustedes si pudiesen verse a ustedes mismos como Dios los ve. ¿Qué pasaría si se vieran con la misma benevolencia, amor y confianza con que Dios los ve? Imagínense el impacto que tendría en su vida el entender su potencial eterno como Dios lo entiende.
Testifico que Él está allí. ¡Búsquenlo! Escudriñen y estudien; oren y pregunten. Les prometo que Dios les enviará señales tangibles de Su existencia y de Su amor por ustedes.
2. Lleguen a ser quienes son2
Llegar a ser quienes son suena a paradoja. ¿Cómo puedo llegar a ser quien ya soy? Ilustraré este principio con un relato.
En la película La edad de la razón se relata la historia de Marguerite, una banquera próspera que lleva una vida ajetreada, llena de viajes y de conferencias. Aunque tiene un admirador que la adora, ella dice que no tiene tiempo para el matrimonio ni para los hijos.
El día que cumple 40 años recibe una carta misteriosa que dice: “Querida yo: Hoy cumplo siete años y te escribo esta carta para ayudarte a recordar las promesas que hice a esta edad, y también para que recuerdes lo que quiero llegar a ser”. La autora de la carta no es otra que Marguerite misma cuando tenía siete años. Después de ello, siguen varias cartas en las que la pequeña describe con detalle las metas que tiene en la vida.
Marguerite se da cuenta de que la persona que ha llegado a ser no se parece en nada a la que quería ser cuando era niña. Cuando decide recuperar la persona que se imaginó cuando era niña, su vida da un giro completo; se reconcilia con su familia y toma la determinación de consagrar el resto de su vida a servir a los necesitados3.
Si fuese posible que ustedes recibieran una carta de su vida preterrenal, ¿qué diría? ¿Qué impacto tendría en ustedes una de esas cartas de un mundo olvidado pero muy real si la recibieran hoy?
Esa carta quizás diría algo así: “Querido yo: Te escribo para que recuerdes quién quiero llegar a ser. Espero que recuerdes que mi mayor deseo es ser un discípulo de nuestro Salvador Jesucristo. Apoyo Su plan y, cuando esté en la tierra, quiero ayudarlo en Su obra de salvación. Por favor, recuerda también que quiero formar parte de una familia que esté junta por toda la eternidad”.
Una de las grandes aventuras de la vida es la de averiguar quiénes somos en realidad y de dónde vinimos y luego, vivir constantemente en armonía con nuestra verdadera identidad como hijos de Dios y con el propósito de nuestra existencia.
3. Confíen en las promesas de Dios
Una enseñanza del profeta Malaquías es una parte fundamental de la restauración del Evangelio: “Y él plantará en el corazón de los hijos las promesas hechas a los padres, y el corazón de los hijos se volverá a sus padres” (José Smith—Historia 1:39). Gracias a la Restauración, ustedes son los hijos de la promesa y recibirán como herencia las promesas hechas a sus padres.
Vuelvan a leer su bendición patriarcal; en ella, el Señor confirma que están ligados a una de las doce tribus de Israel y, por ello, mediante su fidelidad, llegan a ser herederos de las inmensas bendiciones prometidas a Abraham, Isaac y Jacob. Dios le prometió a Abraham: “…cuantos reciban este evangelio serán llamados por tu nombre; y serán considerados tu descendencia, y se levantarán y te bendecirán como padre de ellos” (Abraham 2:10).
Esas promesas son tangibles, y si hacemos nuestra parte, Dios hará la Suya. Por otro lado, esas promesas no aseguran que todo lo que ocurra en nuestra vida será en conformidad con nuestras expectativas y deseos; más bien, las promesas de Dios garantizan que lo que nos suceda será de acuerdo con Su voluntad. Lo mejor que podemos desear en la vida es alinear nuestra voluntad con la de Dios: aceptar Su plan para nuestra vida. Él lo sabe todo desde el principio, tiene una perspectiva que nosotros no tenemos, y nos ama con un amor infinito.
Ilustraré este principio con una experiencia personal. Cuando era joven, decidí prepararme para el examen de ingreso a una de las mejores universidades empresariales de Francia. Esa preparación, que duró un año, fue muy difícil. Al comenzar el año decidí que, por más pesada que fuera la tarea, nunca permitiría que mis estudios me impidieran asistir a las reuniones dominicales ni participar en la clase semanal de instituto; incluso acepté servir como secretario de mi barrio de jóvenes adultos. Confiaba en que el Señor reconociera mi fidelidad y me ayudara a lograr mis objetivos.
Al fin del año, al acercarse los exámenes, sentí que había dado lo mejor de mí mismo. Cuando llegué al examen de la universidad de mayor reputación, tenía plena confianza en que el Señor haría que se cumpliesen mis deseos. Lamentablemente, el examen oral de la asignatura en la que estaba más preparado fue un desastre inesperado: recibí una calificación que me impidió ingresar en esa universidad tan ambicionada. Quedé destrozado. ¿Cómo podía el Señor abandonarme cuando yo había perseverado en mi fidelidad?
Cuando me presenté al examen oral para la segunda universidad de mi lista, estaba lleno de dudas. En esa universidad, la evaluación que tenía mayor peso era una entrevista con un jurado presidido por el decano de la facultad. El comienzo de la entrevista fue normal… hasta que me hicieron una pregunta aparentemente insignificante: “Sabemos que estudió mucho para prepararse para este examen, pero nos interesaría saber cuáles eran sus actividades al margen de los estudios”.
¡Mi corazón dio un brinco! Durante un año sólo había hecho dos cosas: ¡estudiar e ir a la Iglesia! Temía que el jurado interpretara negativamente mi descripción del ser miembro de la Iglesia. Sin embargo, en un segundo tomé la decisión de ser fiel a mis principios.
Durante unos 15 minutos describí mis actividades en la Iglesia: las reuniones del día de reposo, las clases de instituto y mis responsabilidades como secretario del barrio. Cuando terminé, habló el decano.
“¿Sabe una cosa? De joven estudié en los Estados Unidos”, dijo. “Uno de mis mejores amigos era mormón. Era un joven extraordinario con grandes cualidades humanas. Considero a los mormones muy buenas personas”.
Ese día recibí una de las mejores calificaciones, lo cual me permitió ingresar en esa universidad con una posición de honor.
Le di las gracias al Señor por Su bondad. No obstante, me tomó varios años entender la milagrosa bendición de no haber podido ingresar en la primera universidad. En la segunda universidad conocí a personas clave; los beneficios de mi asociación con ellas llegaron a ser evidentes a lo largo de toda mi carrera y siguen siendo importantes en mi vida y en la de mi familia.
Si las cosas no salen como ustedes esperaban después de haber hecho todo lo que estaba a su alcance, estén dispuestos a aceptar la voluntad del Padre Celestial. Él no nos impondrá nada que, en última instancia, no sea para nuestro bien. Escuchen esa voz tranquilizante que nos susurra al oído: “Toda carne está en mis manos; quedaos tranquilos y sabed que yo soy Dios” (D. y C. 101:16).
El futuro es tan brillante como su fe
Cuanto más contemplo el curso de mi vida con mi esposa, Valérie, más creo que lo que ha marcado la diferencia es que en nuestra juventud compartimos una visión en común de la vida eterna. Queríamos iniciar una familia eterna; sabíamos por qué estábamos aquí en la tierra y cuáles eran nuestros objetivos eternos; sabíamos que Dios nos amaba y que éramos de gran valor ante Su vista; confiábamos totalmente en que Él contestaría nuestras oraciones a Su manera y en el momento que Él considerase propicio.
No sé si estábamos listos para aceptar Su voluntad en todas las cosas, porque eso fue algo que tuvimos que aprender y que seguimos aprendiendo; pero queríamos dar lo mejor de nosotros mismos para seguirlo y consagrarnos a Él.
Al igual que el presidente Monson, testifico que el futuro de ustedes “es tan brillante como su fe”4. La felicidad de ustedes depende mucho más de los principios que decidan seguir que de las circunstancias externas de su vida. Sean fieles a esos principios. Dios los conoce y los ama. Si viven en armonía con Su plan eterno y si tienen fe en Sus promesas, ¡entonces tendrán un futuro brillante!
¿Tienen sueños y metas? ¡Qué bueno! Trabajen de todo corazón para lograrlos y después dejen que el Señor haga el resto. Él los convertirá en algo que ustedes no pueden lograr por ustedes mismos.
Acepten Su voluntad en todo momento. Estén preparados para ir adonde Él les pida que vayan y hacer lo que Él les pida hacer. Conviértanse en los hombres y las mujeres que Él los está ayudando a ser.
Testifico que esta vida es un momento maravilloso de la eternidad. Estamos aquí con una meta gloriosa: prepararnos para comparecer ante Dios.