Sigue las pequeñas impresiones
Vale la pena escuchar todo susurro del Espíritu Santo.
Si un tornado fuese a lanzar el tronco de un árbol enorme sobre tu cama durante la noche, probablemente querrías saberlo con anticipación.
En una ocasión, Wilford Woodruff (1807–1898), que más tarde llegó a ser el cuarto Presidente de la Iglesia, estaba durmiendo en su carreta a la intemperie con su esposa e hijo cuando el Espíritu le susurró: “Levántate y mueve [tu] carruaje”1. Podría haberlo ignorado pensado que era una idea extraña, pero, en lugar de ello, obedeció. Media hora más tarde, el tornado desarraigó un enorme árbol y lo lanzó por el aire. El árbol cayó exactamente donde había estado la carreta.
Hay muchos ejemplos semejantes a éste de milagros que sucedieron como resultado de hacer caso a las impresiones que se reciben.
¿Pero qué pensamos de la impresión que nos inspira a llamar a un amigo sólo para saludarlo? ¿O del sentimiento de poner un par de calcetines extra en la mochila para la próxima caminata a la montaña? Es muy probable que el seguir esos instintos no produzca resultados dramáticos; sin embargo, también son importantes.
El amigo a quien llames quizás esté teniendo un día difícil; la llamada podría animarlo. Al salir en una caminata, un par extra de calcetines podría marcar la diferencia entre caminar cómodamente o con dolorosas ampollas si inesperadamente se te mojan los pies.
El presidente Thomas S. Monson enseñó: “Velamos y esperamos. Escuchamos para oír esa voz suave y apacible; cuando habla, las mujeres y los hombres sabios obedecen. No postergamos seguir la inspiración del Espíritu”2.
A veces, las impresiones espirituales son apremiantes; pero, con mayor frecuencia, son serenas. Nuestro Padre Celestial nos ha prometido que nos instruirá “…línea por línea, precepto por precepto, un poco aquí y un poco allí” (2 Nefi 28:30).
El élder David A. Bednar, del Quórum de los Doce Apóstoles enseñó: “La mayoría de las veces, la revelación viene en pequeños incrementos a lo largo de cierto tiempo, y se concede de acuerdo con nuestro deseo, dignidad y preparación”3.
Es muy probable que ninguno de nosotros tenga que esquivar el tronco de un árbol que nos lance un tornado; sin embargo, podemos tener la seguridad de que siempre habrá algún bien sencillo y pequeño que podamos hacer si prestamos atención al Espíritu.