2014
Llegar a ser perfectos en Cristo
Julio de 2014


Llegar a ser perfectos en Cristo

Élder Gerrit W. Gong

El comprender el amor expiatorio que el Salvador da sin reserva nos puede librar de las expectativas incorrectas y falsas que nosotros mismos nos imponemos de lo que es la perfección.

Portrait painting of Jesus christ.

Luz del mundo, por Howard Lyon, prohibida su reproducción.

Con nuestros hijos cantamos: “Yo siento Su amor, que me infunde calma”1.

Su amor expiatorio, dado sin reserva, es como “leche y miel sin dinero y sin precio” (2 Nefi 26:25). Por ser infinita y eterna (véase Alma 34:10), la Expiación nos invita a “[venir] a Cristo, y [perfeccionarnos] en él” (Moroni 10:32).

El comprender el amor expiatorio que el Salvador da sin reserva nos puede librar de las expectativas incorrectas y falsas que nosotros mismos nos imponemos de lo que es la perfección. Ese entendimiento nos permite despojarnos de los temores de que somos imperfectos: temores de que cometemos errores, temores de que no somos lo suficientemente buenos, temores de que somos un fracaso comparado con los demás, temores de que no estamos haciendo lo suficiente para merecer Su amor.

El amor expiatorio que el Salvador da sin reserva nos sirve para que seamos más tolerantes y menos críticos de los demás y de nosotros mismos. Ese amor reconcilia nuestras relaciones y nos brinda oportunidades de amar, comprender y prestar servicio a la manera del Salvador.

Su amor expiatorio cambia el concepto que tenemos de la perfección. Podemos depositar nuestra confianza en Él, guardar diligentemente Sus mandamientos y seguir adelante con fe (véase Mosíah 4:6), al mismo tiempo que sentimos mayor humildad, gratitud y dependencia en Sus méritos, misericordia y gracia (véase 2 Nefi 2:8).

En un sentido más amplio, el venir a Cristo y ser perfeccionados en Él coloca la perfección dentro del trayecto eterno de nuestro espíritu y cuerpo o, básicamente, en el trayecto eterno de nuestra alma (véase D. y C. 88:15). El llegar a ser perfectos es el resultado de nuestra travesía por la vida, la muerte y la resurrección físicas, cuando todas las cosas son restablecidas “a su propia y perfecta forma” (Alma 40:23); incluye el proceso del nacimiento espiritual, el cual ocasiona “un potente cambio” en nuestro corazón y disposición (Mosíah 5:2); refleja el refinamiento de toda nuestra vida mediante el servicio semejante al de Cristo y la obediencia a los mandamientos del Salvador y a nuestros convenios; y reconoce la relación que existe entre los vivos y los muertos, que es necesaria para llegar a la perfección (véase D. y C. 128:18).

No obstante, la palabra perfección a veces se malinterpreta, pensando que significa no cometer nunca un error. Quizás ustedes o alguien a quien conozcan estén esforzándose por ser perfectos de esa manera. Debido a que ese tipo de perfección siempre parece inalcanzable, incluso después de realizar nuestros mejores esfuerzos, podemos sentirnos intranquilos, desanimados o exhaustos. Tratamos infructuosamente de controlar nuestras circunstancias y a las personas que nos rodean; nos preocupamos demasiado por las debilidades humanas y los errores; y de hecho, cuanto más nos esforzamos, más alejados nos sentimos de la perfección que procuramos.

A continuación, intento profundizar nuestro aprecio por la doctrina de la expiación de Jesucristo y por el amor y la misericordia que el Salvador nos brinda sin reservas. Los invito a aplicar su entendimiento de la doctrina de la Expiación con el fin de ayudarse a ustedes mismos y a otras personas, incluso a misioneros, estudiantes, jóvenes adultos solteros, padres, madres, cabezas de familia que estén solos o solas, y otras personas que tal vez se sientan presionadas a encontrar la perfección y a ser perfectas.

La expiación de Jesucristo

Habiendo sido preparada desde la fundación del mundo (véase Mosíah 4:6–7), la expiación de nuestro Salvador nos permite aprender, arrepentirnos y progresar por medio de nuestras propias experiencias y decisiones.

En esta probación terrenal, tanto el crecimiento espiritual gradual “línea sobre línea” (D. y C. 98:12), así como las experiencias espirituales transformadoras de un “potente cambio” de corazón (Alma 5:12, 13; Mosíah 5:2), nos ayudan a venir a Cristo y a ser perfeccionados en Él. La conocida frase “perseverar hasta el fin” nos recuerda que el progreso eterno muchas veces implica tiempo, así como un proceso.

En el último capítulo del Libro de Mormón, el gran profeta Moroni nos enseña la manera de venir a Cristo y ser perfeccionados en Él. Nos “[abstenemos] de toda impiedad”; amamos “a Dios con toda [nuestra] alma, mente y fuerza”; entonces, Su gracia nos es suficiente “para que por su gracia [seamos] perfectos en Cristo”, lo cual “está en el convenio del Padre para remisión de [nuestros] pecados”, para que podamos “[llegar] a ser santos, sin mancha” (Moroni 10:32, 33).

En última instancia, es el “gran y postrer sacrificio” del Salvador lo que trae la “misericordia, que [sobrepuja] a la justicia y [provee] a los hombres la manera de tener fe para arrepentimiento” (Alma 34:14, 15). De hecho, nuestra “fe para arrepentimiento” es esencial para que vengamos a Cristo, seamos perfeccionados en Él y disfrutemos las bendiciones del “gran y eterno plan de redención” (Alma 34:16).

El aceptar plenamente la expiación de nuestro Salvador puede aumentar nuestra fe y darnos el valor para despojarnos de las expectativas restringentes de que, de algún modo, es necesario que seamos perfectos o que hagamos las cosas de manera perfecta. Una manera rígida de pensar afirma que todo es absolutamente perfecto o irremediablemente imperfecto; pero, como hijos e hijas de Dios, podemos aceptar agradecidos que somos Su creación suprema (véanse Salmos 8:3–6; Hebreos 2:7), a pesar de que aún seamos una creación en proceso de desarrollo.

Al entender el amor expiatorio que nuestro Salvador da sin reserva, dejamos de temer que Él sea un juez severo y crítico; más bien, sentimos seguridad: “Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él” (Juan 3:17); comprendemos que para progresar se necesita tiempo y que es un proceso (véase Moisés 7:21).

Nuestro ejemplo perfecto

Únicamente nuestro Salvador vivió una vida perfecta, e incluso Él aprendió y progresó en la experiencia terrenal. Ciertamente, “no recibió de la plenitud al principio, sino que continuó de gracia en gracia hasta que recibió la plenitud” (D. y C. 93:13).

Christ as a youth learning carpentry skills in a carpenter's shop. Joseph, the husband of Mary, is watching him.

A través de la experiencia terrenal, Él aprendió a tomar “[nuestras] enfermedades… sobre sí… a fin de que según la carne sepa cómo socorrer a los de su pueblo” (Alma 7:12). Él no cedió a las tentaciones, pecados o presiones cotidianas, sino que descendió por debajo de todas las pruebas y los retos de la vida terrenal (véase D. y C. 122:8).

En el sermón del Monte, el Salvador nos manda: “Sed, pues, vosotros perfectos” (Mateo 5:48). La palabra griega para perfecto se puede traducir como “completo, íntegro y plenamente desarrollado” (en la nota b al pie de página de Mateo 5:48). Nuestro Salvador nos pide que seamos completos, íntegros, plenamente desarrollados, a fin de ser perfeccionados en las virtudes y los atributos que Él y nuestro Padre Celestial manifiestan2.

Veamos cómo el aplicar la doctrina de la Expiación puede ayudar a aquéllos que sienten la necesidad de encontrar la perfección o de ser perfectos.

El perfeccionismo

El malentendido de lo que significa ser perfecto puede resultar en perfeccionismo, una actitud o conducta en la que el deseo admirable de ser bueno se convierte en una expectativa poco realista de ser perfectos ya. A veces, el perfeccionismo surge del sentimiento de que únicamente aquellos que son perfectos merecen que se les ame, o de que nosotros no merecemos ser felices a menos que seamos perfectos.

El perfeccionismo puede causar insomnio, ansiedad, desidia, desánimo, autojustificación y depresión. Esos sentimientos pueden desplazar la paz, el gozo y la seguridad que nuestro Salvador desea que tengamos.

Los misioneros que quieren ser perfectos ahora mismo, pueden sentir ansiedad o desánimo si el aprendizaje del idioma de la misión, el que las personas se bauticen o el recibir asignaciones de liderazgo no ocurren lo suficientemente rápido. Para los jóvenes capaces que están acostumbrados a sobresalir, quizás la misión sea el primer gran reto de su vida. No obstante, los misioneros pueden obedecer con exactitud sin ser perfectos; pueden medir su éxito principalmente por el compromiso de ayudar a las personas y a las familias “a ser miembros fieles de la Iglesia que disfruten de la presencia del Espíritu Santo”3.

Los estudiantes que inician un nuevo año escolar, especialmente los que dejan su hogar para estudiar en la universidad, sienten entusiasmo, pero también preocupación. Los becados, los atletas, los que se destacan en las artes y otros, pasan de ser una persona de mucha importancia en un grupo o una organización pequeña, a sentirse una persona común y corriente en un lugar nuevo, más grande e impredecible. Es fácil para los estudiantes que tienen tendencias perfeccionistas sentir que, no importa cuánto se esfuercen, han fracasado si no son los primeros en todo.

Tomando en cuenta las exigencias de la vida, los estudiantes pueden aprender que, a veces, está perfectamente bien esforzarse al máximo, y que no siempre es posible ser el mejor.

También imponemos expectativas de perfección en nuestros hogares. Es posible que un padre o una madre se sientan obligados a ser el cónyuge, el padre, el ama de casa o el sostén de familia perfectos, o de formar parte de una familia Santo de los Últimos Días perfecta, ya mismo.

¿Qué es lo que puede ayudar a quienes luchan con tendencias perfeccionistas? El hacerles preguntas que les brinden apoyo y que conduzcan a respuestas francas y detalladas les ayuda a saber que los amamos y aceptamos. Tales preguntas invitan a los demás a centrarse en lo positivo y nos permiten definir lo que consideramos que marcha bien. Los familiares y amigos pueden evitar hacer comparaciones que sean competitivas y, en vez de ello, brindar ánimo sinceramente.

Otra seria dimensión del perfeccionismo es esperar que los demás estén a la altura de nuestras normas poco realistas, moralistas o intolerantes. De hecho, ese tipo de comportamiento quizás obstruya o limite las bendiciones de la expiación del Salvador en nuestra vida y en la vida de los demás. Por ejemplo, los jóvenes adultos solteros tal vez hagan una lista de las cualidades que desean en un futuro cónyuge y, sin embargo, no se casen debido a las expectativas poco realistas que tengan del compañero o compañera perfectos.

Por consiguiente, una hermana quizás no esté dispuesta a considerar salir con un hermano maravilloso y digno porque éste no se ajusta a la escala perfeccionista de ella: no baila bien, no tiene pensado ser rico, no sirvió en una misión, o admite que tuvo un problema con la pornografía, algo que se resolvió mediante el arrepentimiento y el asesoramiento.

De manera similar, un hermano quizás no considere salir con una hermana maravillosa y digna que no encaje en el perfil poco realista que él tenga: no le gustan los deportes, no es presidenta de la Sociedad de Socorro, no ha ganado concursos de belleza, no tiene un minucioso presupuesto, o admite que previamente tuvo una debilidad con la Palabra de Sabiduría que ya se ha resuelto.

Por supuesto, debemos considerar las cualidades que deseamos en nosotros mismos y en un futuro cónyuge; debemos mantener nuestras más elevadas esperanzas y normas; pero, si somos humildes, nos sorprenderemos al encontrar lo bueno en los lugares menos esperados, y quizás creemos oportunidades para acercarnos a alguien que, al igual que nosotros, no es perfecto.

La fe reconoce que, mediante el arrepentimiento y el poder de la Expiación, las cosas débiles se pueden hacer fuertes y que los pecados de los cuales la persona se ha arrepentido verdaderamente son perdonados.

Los matrimonios felices no son el resultado de dos personas perfectas que intercambian votos; más bien, la devoción y el amor crecen a medida que a lo largo del trayecto dos personas imperfectas edifican, bendicen, ayudan, alientan y perdonan. En una ocasión, se le preguntó a la esposa de un profeta moderno cómo era estar casada con un profeta; sabiamente contestó que no se había casado con un profeta, sino que simplemente se había casado con un hombre que estaba totalmente dedicado a la Iglesia sin importar el llamamiento que recibiera4. En otras palabras, con el transcurso del tiempo, los esposos y las esposas progresan juntos, tanto en forma personal como en pareja.

La espera para tener el cónyuge perfecto, la educación perfecta, el trabajo perfecto o la casa perfecta será larga y solitaria. Somos sensatos si seguimos el Espíritu en las decisiones importantes de la vida y no permitimos que las dudas generadas por las exigencias perfeccionistas obstruyan nuestro progreso.

Para aquellos que quizás se sientan constantemente agobiados o preocupados, pregúntense con franqueza: “¿Defino la perfección y el éxito según las doctrinas del amor expiatorio del Salvador o de acuerdo con las normas del mundo? ¿Mido el éxito o el fracaso según la confirmación del Espíritu Santo respecto a mis deseos rectos o de acuerdo con alguna otra norma del mundo?”.

Para aquellos que se sienten física o emocionalmente agotados, empiecen a dormir y a descansar con regularidad, y tomen tiempo para comer y relajarse; reconozcan que estar ocupado no es lo mismo que ser digno, y que para ser digno no es necesaria la perfección5.

Para aquellos que tienden a ver sus propias debilidades o faltas, celebren con gratitud las cosas que hagan bien, ya sean grandes o pequeñas.

Para aquellos que temen el fracaso y que dejan las cosas para después, a veces preparándose demasiado, ¡tengan la seguridad y cobren ánimo de saber que no es necesario que se abstengan de las actividades que presentan desafíos y que pueden traerles gran progreso!

Si es necesario y apropiado, procuren asesoramiento espiritual o atención médica competente que los ayude a relajarse, a establecer maneras positivas de pensar y estructurar su vida, a disminuir conductas contraproducentes, y a experimentar y expresar más gratitud6.

La impaciencia obstruye la fe. La fe y la paciencia ayudarán a los misioneros a comprender un nuevo idioma o cultura, a los estudiantes a dominar nuevas materias, y a los jóvenes adultos solteros a empezar a entablar relaciones en vez de esperar a que todo sea perfecto. La fe y la paciencia también ayudarán a los que esperan autorizaciones para sellamientos en el templo o la restauración de las bendiciones del sacerdocio.

Al actuar y no dejar que se actúe sobre nosotros (véase 2 Nefi 2:14), podemos lograr una vida de equilibrio entre las virtudes complementarias y lograr gran parte del progreso en la vida. Éstas pueden aparecer en “una oposición”, siendo “un solo conjunto” (2 Nefi 2:11).

Por ejemplo, podemos cesar de ser ociosos (véase D. y C. 88:124) sin correr más aprisa de lo que las fuerzas nos permitan (véase Mosíah 4:27).

Podemos estar “anhelosamente consagrados a una causa buena” (D. y C. 58:27) mientras que al mismo tiempo y de vez en cuando hacemos una pausa para estar “tranquilos y [saber] que yo soy Dios” (Salmos 46:10; véase también D. y C. 101:16).

Podemos hallar nuestra vida al perderla por causa del Salvador (véase Mateo 10:39; 16:25).

Podemos no “[cansarnos] de hacer lo bueno” (D. y C. 64:33; véase también Gálatas 6:9) a la vez que tomamos el tiempo necesario para reanimarnos espiritual y físicamente.

Podemos ser alegres sin ser frívolos.

Podemos reír alegremente con alguien, pero no reírnos arrogantemente de alguien.

Nuestro Salvador y Su expiación nos invitan a “…[venir] a Cristo, y [a ser perfeccionados] en él”. Al hacerlo, Él promete que “…su gracia [nos] es suficiente, para que por su gracia [seamos] perfectos en Cristo” (Moroni 10:32).

Para aquellos que sienten el agobio de preocuparse demasiado por encontrar la perfección o por ser perfectos ahora mismo, el amor expiatorio que el Salvador da sin reserva nos asegura:

“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar…

“Porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mateo 11:28–30)7.

Notas

  1. “Siento el amor de mi Salvador”, (Canciones para los niños, pág. 42).

  2. Véase también de Russell M. Nelson, “La inminencia de la perfección”, Liahona, enero de 1996, págs. 99–102.

  3. Predicad Mi Evangelio: Una guía para el servicio misional , 2004, pág. 10.

  4. Véase de Lavina Fielding, “Camilla Kimball: Una mujer dedicada al estudio”, Liahona, marzo de 1976, pág. 5.

  5. Véase, por ejemplo, de Dieter F. Uchtdorf, “Cuatro títulos”, Liahona, mayo de 2013, págs. 58–61. El presidente Uchtdorf también hace esta advertencia: “Algunas personas quizás piensen que su propia valía depende de lo larga que sea su lista de tareas” (“De las cosas que más importan”, Liahona, noviembre de 2010, pág. 20).

  6. Esta perspectiva la aportan Carlos F. y Alane Kae Watkins, asesores de salud mental en el Área Asia, asignados a trabajar en Hong Kong. Otros puntos de vista para este artículo provienen de Susan Gong, Larry Y. y Lynda Wilson, Randy D. y Andrea Funk, Janet S. Scharman, y misioneros de la Misión Indonesia Jakarta.

  7. Véase también de Cecil O. Samuelson, “What Does It Mean to Be Perfect?”, New Era, enero de 2006, págs. 10–13; Janet S. Scharman, “Seeking Perfection without Being a Perfectionist”, en Virtue and the Abundant Life: Talks from the BYU Religious Education and Wheatley Institution Symposium, ed. Lloyd D. Newell y otros (2012), págs. 280–302.