Los mormones sí creen en Dios
La autora vive en Chihuahua, México.
En un aeropuerto lejos de mi país tuve la oportunidad de compartir el Evangelio con una desconocida.
Viajaba de México a Montana, EE. UU., e hicimos escala en Denver, Colorado. Caminé por el aeropuerto mirando a través de los grandes ventanales los aviones que aterrizaban y despegaban. Estaba nerviosa, porque nunca antes había viajado en avión. El aeropuerto parecía enorme.
Miré mi boleto y me di cuenta de que tenía dos horas antes de que partiera mi vuelo. Decidí buscar un lugar donde sentarme y leer hasta abordar el avión. Sentía un poco de miedo mientras buscaba un lugar donde sentarme; casi todos los asientos estaban ocupados. Decidí sentarme junto a una señora mayor que parecía estar sola; era la única persona que no me infundió temor.
Pasó una hora antes de que me decidiera a hablarle. Me presenté; ella parecía ser muy amable y comenzó a hablarme con entusiasmo de los logros de sus nietos. Me preguntó un poco de mí y le conté todo en cuanto a mi vida en México. De pronto sentí la necesidad de hablarle acerca del Evangelio. Me preguntó a qué religión pertenecía y le dije que era miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
Dijo que nunca había oído hablar de ella.
Sonreí y dije: “También nos llaman mormones”.
De inmediato cambió su actitud; sus expresiones faciales y la forma en que me hablaba cambiaron; parecía no saber qué decir. Me dio la impresión de que la conversación había llegado a su fin, pero traté de seguir hablándole. Le pregunté a qué religión pertenecía y me dijo sin vacilar: “Soy católica”.
Entonces dijo: “No entiendo; usted es una joven tan agradable; parece ser una persona decente, ¿cómo es que es mormona?”.
Quedé sorprendida ante ese comentario, y no sabía qué responder. Ofrecí una oración en silencio pidiendo al Padre Celestial que me ayudara a explicar lo que significaba para mí ser Santo de los Últimos Días. Le comenté que me encantaba ser miembro de la Iglesia y que, gracias a las enseñanzas del Evangelio, podía ser una persona mejor y ver las cosas en perspectiva.
Pareció sorprendida y dijo: “Los mormones no creen en Dios”.
Traté de no reírme al oír su comentario; más bien, sonreí y me di cuenta de que ésa era mi oportunidad de darle a conocer la verdad. Le expliqué algunas de nuestras creencias básicas; le hablé del Plan de Salvación y de la importancia de la familia. No parecía estar muy convencida, así que decidí expresarle mi testimonio. Allí, en ese enorme aeropuerto, se me bendijo con la valentía de compartir mi testimonio sobre José Smith, sobre los profetas y apóstoles vivientes y sobre el amor que siento por el Evangelio y el Libro de Mormón.
Miré el reloj; era hora de abordar el avión.
La experiencia de esa tarde fortaleció mi testimonio de una forma que nunca antes había sentido. Estaba contenta de haberle expresado mi testimonio y agradecida de haber podido cambiar su opinión en cuanto a los miembros de la Iglesia. Ahora puedo contestar con más confianza cuando alguien me pregunte sobre la Iglesia.