En 1915, los profetas de los últimos días nos aconsejaron apartar una noche a la semana para dedicarla a la familia. Desde un principio se le llamó “noche de hogar” y consistía en apartar un tiempo para aprender el Evangelio, pasar un rato ameno juntos y al mismo tiempo fortalecer los lazos terrenales y eternos.
Cien años después, la noche de hogar nos sigue ayudando a establecer familias que duren toda la eternidad. Los profetas nos han hecho la promesa de que, por medio de ella, nuestro corazón se llenará de fe y de fortaleza espiritual, y en nuestros hogares gozaremos de mayor protección, unidad y paz.
Todos pertenecemos a una familia en la tierra y somos parte de la familia de nuestro Padre Celestial. Dondequiera que nos encontremos en el mundo y cualquiera que sea nuestra situación en la vida, podemos celebrar la noche de hogar y participar en ella.