Reflexiones
¿Calabazas o melones?
La autora vive en Utah, EE. UU.
En ocasiones no hay una decisión equivocada; solo hay una decisión.
Mi padre se sorprendió bastante al descubrir que las semillas de calabaza que había plantado el año anterior habían decidido brotar este verano en medio del sembradío de melones. Los melones estaban creciendo bien; pero las calabazas también. De hecho, las calabazas estaban creciendo tan bien que mi padre estuvo tentado a dejar que siguieran creciendo; sin embargo, sabía que si lo hacía, las calabazas entorpecerían el crecimiento de los melones.
Así que tenía que tomar una decisión: podía arrancar las calabazas para que los melones tuvieran más posibilidades de florecer, o bien dejar crecer las plantas de calabaza y verlas desplazar a las plantas de melón, lo cual seguramente haría que ambas dieran menos fruto. ¿Calabazas o melones? Tenía que elegir entre dos buenas opciones.
Al sopesar las dos, mi padre decidió arrancar las prósperas plantas de calabaza. No solo porque habían germinado tarde, sino que además decidió que deseaba los melones que había planeado más de lo que deseaba las calabazas que habían aparecido por sorpresa.
Esa experiencia me llevó a pensar en las decisiones que tomamos, sobre todo en nuestras relaciones con los demás. Ya sea con nuestra familia, nuestros amigos, nuestro empleador, las personas con las que salimos, o aquella con quien nos casamos, cuando se trata de elegir entre dos buenas opciones en ocasiones es difícil reconocer la opción correcta o la mejor, especialmente cuando queremos evitar tomar malas decisiones. En ocasiones, el miedo a tomar la decisión equivocada nos paraliza, y ese temor nos puede impedir avanzar con fe. Pero la verdad es que, a veces, no hay una decisión equivocada; solo hay una decisión. En su caso, mi padre basó su decisión en lo que él valoraba más. No le agradaba ver morir a las calabazas, pero sabía que lamentaría el daño que causarían a los melones más adelante.
En la vida, algunas de las decisiones que tenemos que tomar a menudo no tienen importancia, por ejemplo: ¿Qué tomaré para desayunar? ¿De qué color me visto hoy? Cuando tengamos que tomar una decisión entre dos cosas buenas, podríamos hacer lo mismo que hizo mi padre y simplemente preguntarnos: “¿Qué es lo que yo valoro más?”, y después tomar la decisión y avanzar con fe, confiando en que el Señor nos corregirá si, de algún modo, estamos en error.
Sin embargo, algunas decisiones sí tienen mucha importancia. El presidente Thomas S. Monson dijo una vez: “Constantemente tenemos decisiones ante nosotros. A fin de tomarlas sabiamente, se necesita valor, el valor para decir no, y el valor para decir sí. Las decisiones sí determinan nuestro destino” (“Los tres aspectos de las decisiones”, Liahona, noviembre de 2010, pág. 68). Cuando afrontamos ese tipo de decisiones, una pregunta mejor que podemos hacernos es: “¿Qué es lo que el Señor valora más?”. Si sabemos la respuesta a esa pregunta, todo lo que tenemos que hacer es alinear nuestros valores con los Suyos y luego actuar de acuerdo con esa decisión; siempre será la correcta.