Como la viuda de Sarepta: El milagro de las ofrendas de ayuno
Los autores viven en Utah, EE. UU.
Al considerar dar una ofrenda de ayuno más generosa, recordamos que una persona no puede dar una migaja al Señor sin recibir una hogaza a cambio.
Muchas familias alrededor del mundo tienen dificultades económicas, en especial durante tiempos de crisis financieras1. El impacto de una de esas crisis se hizo sentir en nuestro barrio local hace varios años, cuando vimos que varias familias necesitaban ayuda. A principios de ese año, nuestro obispo nos extendió una invitación que había hecho nuestro presidente de estaca de dar una generosa ofrenda de ayuno para ayudar a los necesitados.
A pesar de que nuestros líderes nos pidieron que analizáramos nuestras situaciones individuales y consideráramos si podíamos ser más generosos con las ofrendas de ayuno, no especificaron cuánto debíamos dar. Sin embargo, el Espíritu nos recordó el consejo que hace algunos años dio el presidente Marion G. Romney (1897–1988), Primer Consejero de la Primera Presidencia. Él dijo: “Creo firmemente que no es posible dar a la Iglesia y para la edificación del Reino de Dios y quedar más pobre económicamente… Una persona no puede dar una migaja al Señor sin recibir una hogaza a cambio. Esa ha sido mi experiencia. Si los miembros de la Iglesia duplicaran sus contribuciones de ofrendas de ayuno, la espiritualidad en la Iglesia se duplicaría. Hay que tener eso en cuenta y ser generosos en nuestras contribuciones”2.
Sabíamos que iba a ser un sacrificio para nuestra familia aumentar nuestras ofrendas de ayuno, pero consideramos con detenimiento la enseñanza y la promesa del presidente Romney. Como familia, habíamos sido abundantemente bendecidos y teníamos un fuerte deseo de aumentar nuestras ofrendas de ayuno.
Por otra parte, queríamos que nuestra familia superara la tendencia a ser egoísta. Debido a que vivimos en una sociedad que se concentra tanto en adquirir cosas y satisfacer nuestros propios deseos, nos preocupaba que nuestros hijos crecieran siendo egoístas. Sin embargo, teníamos esperanza en las palabras del presidente Spencer W. Kimball (1895–1985): “En la práctica de la ley del ayuno, el individuo encuentra un recurso de poder personal para vencer la autoindulgencia y el egoísmo”3.
En los primeros tres meses de dar una ofrenda de ayuno más generosa, empezamos a ver muchas bendiciones. Gastamos menos en comestibles y el tanque de gasolina del auto parecía permanecer más tiempo lleno; nuestros hijos pedían menos cosas y el egoísmo casi desapareció de nuestro hogar.
Por ejemplo, cuando contribuimos a la colecta local de alimentos, nuestros hijos empezaron a animarnos a contribuir más; cuando hicimos el inventario anual de nuestro almacén de alimentos, descubrimos que en realidad teníamos alimentos que nos durarían dos años. Además, en el pasado nos tomaba un mes consumir un saco de arroz de 23 k, mientras que ahora el mismo saco nos duraba dos meses. Parecía que nuestro almacenamiento de alimentos se multiplicaba.
Recordamos la historia de la viuda de Sarepta. Durante un tiempo de hambruna, el profeta Elías visitó a una viuda que no tenían medios para darle de comer ni para proporcionarle agua ni pan. Ella respondió: “Vive Jehová, Dios tuyo, que no tengo pan cocido; solamente un puñado de harina tengo en la tinaja y un poco de aceite en una vasija; y he aquí que ahora recogía dos leños para entrar y prepararlo para mí y para mi hijo, para que lo comamos y nos muramos” (1 Reyes 17:12).
El profeta le prometió que “[la] harina de la tinaja no escaseará, ni el aceite de la vasija disminuirá…
“Entonces ella fue e hizo como le dijo Elías; y comieron él, y ella y su casa durante muchos días” (1 Reyes 17:14–15). La tinaja, en la que había suficiente para una última comida para la familia, se multiplicó para permitir que la familia de ella y otras personas comieran por muchos días. Ese mismo tipo de milagro —basado en nuestra propia ofrenda— estaba ocurriendo en nuestra familia.
Durante dificultades económicas, el dar una generosa ofrenda de ayuno y ayudar a cuidar de los necesitados puede ser difícil, especialmente si, al igual que la viuda de Sarepta, nos encontramos entre los necesitados. El dar una ofrenda de ayuno generosa, sin importar la cantidad, requiere fe en el Señor y en Su promesa de que velará por nosotros; pero el Señor cumple Sus promesas, y la experiencia que tuvo nuestra familia nos enseñó que, cuanto más dispuestos estamos a compartir, más bendecidos somos.
Como dijo el presidente Romney: “No den solamente para beneficiar al pobre, sino por su propio bienestar. Den lo suficiente para poder obtener el Reino de Dios por medio de la consagración de sus bienes y de su tiempo”4. El dar una ofrenda de ayuno más generosa ayudó a nuestra familia a encontrar gozo al cuidar de los pobres y fortaleza en nuestro propio bienestar espiritual.
El estar dispuestos a dar una migaja nos ha traído muchas hogazas a cambio; el estar dispuestos a dar ofrendas de ayuno generosas ha duplicado sobremanera nuestro almacenamiento de alimentos. De hecho, el poder del Señor para multiplicar los cinco panes y los dos peces a fin de alimentar a cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños, con suficientes porciones para llenar doce cestas (véase Mateo 14:16–21), es el mismo poder que llenó la tinaja de la viuda de Sarepta y multiplicó el almacenamiento de alimentos de nuestra familia. Aun así, nuestro mayor beneficio no ha sido la multiplicación de alimentos, sino la disminución del egoísmo y el aumento de la espiritualidad en nuestro hogar.
Testificamos que a medida que contribuyamos generosamente a los fondos de las ofrendas de ayuno de la Iglesia, incluso cuando nuestros propios medios sean limitados, el Señor magnificará nuestro esfuerzo y nos bendecirá más de lo que podamos comprender.