Salvar mi día de reposo
La autora vive en Utah, EE. UU.
¡Llegaba tarde! Me puse rápidamente un lindo vestido, agarré una cinta para el cabello, manejé hasta la Iglesia, estacioné y me apresuré a entrar. ¡Uf! Me senté en el estrado justo cuando el obispo se ponía de pie para empezar la reunión sacramental.
Tenía que discursar ese domingo, así que le eché un vistazo rápido a mis anotaciones para asegurarme de no olvidar nada. La reunión sacramental pareció terminar en un suspiro y ya estaba de camino a la Escuela Dominical. ¡Otro éxito sacramental!
Pero, ¿lo era de verdad?
Durante la semana siguiente empecé a preguntarme si en realidad era así. De nuevo era domingo, y mientras estaba sentada en la reunión sacramental reflexionando en el significado que la Santa Cena tenía para mí, de repente pensé: cada semana renuevo el compromiso de recordar siempre a Jesucristo, pero ¿lo estoy haciendo realmente?
Quería cambiar, así que decidí elaborar un plan semanal.
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Durante la semana dedicaría tiempo a reflexionar sobre mi conducta y pedir perdón por mis pecados. También me aseguraría de llegar temprano a las reuniones para así escuchar el preludio musical y sentir el Espíritu.
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Durante la Santa Cena, recordaría a Jesucristo y Su expiación. Analizaría con espíritu de oración lo que había hecho bien y lo que había hecho mal, y me preguntaría: “Señor, ¿qué más me falta?” (véase Mateo 19:20).
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Después de tomar la Santa Cena, cada día oraría pidiendo ayuda para mejorar y para recordar a Cristo.
Al poner en práctica mi plan, ¡verdaderamente llegué a apreciar la Santa Cena! Me encantaba orar al Padre Celestial y conversar con Él acerca de mi vida. Independientemente de mi conducta durante la semana anterior, siempre estaba agradecida por la expiación de Jesucristo y la oportunidad de cambiar y de llegar a ser mejor. He aprendido que la Santa Cena no es solo para los domingos, sino para todos los días.