El Maestro sanador
No tienen que experimentar el dolor causado por el pecado, el dolor causado por las acciones de otros, o las dolorosas realidades de la vida terrenal, solas.
Una de las oportunidades más satisfactorias de viajar es aprender de mis hermanas de todo el mundo. No hay nada como trabajar juntas, tener contacto visual y conectarse emocionalmente.
En una de esas experiencias, una líder de la Sociedad de Socorro me preguntó: “¿Hay algo específico en lo que las mujeres deban centrarse?”.
Le respondí: “¡Sí!”, mientras me venía a la mente el discurso del presidente Russell M. Nelson “Una súplica a mis hermanas”. El presidente Nelson enseñó: “… necesitamos mujeres que tengan un entendimiento sólido de la doctrina de Cristo”1.
Nefi describió la doctrina de Cristo así:
“Porque la puerta por la cual debéis entrar es el arrepentimiento y el bautismo en el agua; y entonces viene una remisión de vuestros pecados por fuego y por el Espíritu Santo …
“Y ahora… quisiera preguntar si ya quedó hecho todo. He aquí, os digo que no; porque no habéis llegado hasta aquí sino por la palabra de Cristo, con fe inquebrantable en él, confiando íntegramente en los méritos de aquel que es poderoso para salvar.
“Por tanto, debéis seguir adelante con firmeza en Cristo, teniendo un fulgor perfecto de esperanza y amor por Dios y por todos los hombres. Por tanto, si marcháis adelante, deleitándoos en la palabra de Cristo, y perseveráis hasta el fin, he aquí, así dice el Padre: Tendréis la vida eterna.
“… esta es la senda; y no hay otro camino, ni nombre dado debajo del cielo por el cual el hombre pueda salvarse en el reino de Dios. Y ahora bien, he aquí, esta es la doctrina de Cristo”2.
¿Por qué necesitamos un entendimiento sólido de esos principios?
Con frecuencia me reúno con mujeres Santos de los Últimos Días que están desesperadas en busca de ayuda, pero no recurren a Aquél que puede brindarles ayuda sempiterna. Muy a menudo procuran entendimiento buscando en “… el grande y espacioso edificio”3.
Cuando aumentamos nuestra comprensión de la doctrina de Cristo, pronto descubrimos que estamos desarrollando un entendimiento más profundo del “… gran plan de felicidad”4. También reconocemos que nuestro Salvador, Jesucristo, está en el centro del plan.
Cuando aprendemos a aplicar la doctrina de Cristo a nuestras circunstancias personales, nuestro amor por el Salvador crece. Reconoceremos que “… a pesar de las diferencias aparentes, todos necesitamos la misma Expiación infinita”5. Nos damos cuenta de que Él es nuestro fundamento, “… la roca de nuestro Redentor… un fundamento seguro … sobre el cual, si [edificamos], no [caeremos]”6.
¿De qué manera puede bendecirnos esta doctrina al buscar paz, entendimiento y esforzarnos por perseverar con gozo en nuestra singular trayectoria terrenal?
Sugiero que comencemos, como dice Nefi, “… con fe inquebrantable en [Cristo], confiando íntegramente en los méritos de aquel que es poderoso para salvar”7. Nuestra fe en Jesucristo nos permite superar cualquier desafío.
De hecho, a menudo vemos que nuestra fe se profundiza y nuestra relación con el Padre Celestial y Su Hijo se refinan en la adversidad. Permítanme compartir tres ejemplos.
Primero, El Salvador, el Maestro sanador, tiene el poder de cambiar nuestro corazón y nos da alivio permanente del dolor causado por nuestros pecados. Cuando el Salvador enseñó a la mujer samaritana en el pozo, Él sabía de sus graves pecados. Sin embargo, “… Jehová mira el corazón”8, y Él sabía que ella estaba dispuesta a aprender.
Cuando la mujer llegó al pozo, Jesús —la representación del agua viva— dijo simplemente: “… Dame de beber”. Asimismo, nuestro Salvador nos hablará con una voz que reconozcamos cuando vayamos a Él, porque nos conoce. Él se encuentra con nosotros allá donde estemos; y por motivo de quién es Él y lo que ha hecho por nosotros, Él comprende. Por motivo de que Él ha experimentado nuestro dolor, puede darnos agua viva cuando la buscamos. Enseñó esto a la mujer samaritana cuando le dijo: “… Si conocieses el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber, tú le pedirías a él, y él te daría agua viva”. Finalmente, al comprender, la mujer respondió con fe y le pidió: “… Señor, dame esa agua, para que no tenga sed”.
Después de que la mujer samaritana tuviera esta experiencia con el Salvador, ella “dejó su cántaro, y fue a la ciudad y dijo a los hombres,
“Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será este el Cristo?”.
Ella había recibido un testimonio; había comenzado a recibir el agua viva y deseó testificar de Su divinidad a los demás9.
Cuando venimos a Él con un corazón humilde y dispuesto a aprender, incluso si nos sentimos mal por nuestros errores, pecados y transgresiones, Él puede cambiarnos “… porque es poderoso para salvar”10. Con un corazón cambiado, podemos, como la mujer samaritana, ir a nuestras ciudades— a nuestros hogares, escuelas y lugares de trabajo —a testificar de Él.
Segundo, el Maestro sanador puede consolarnos y fortalecernos cuando experimentamos dolor por las acciones inicuas de los demás. He tenido muchas conversaciones con mujeres que afrontan pruebas difíciles. El guardar sus convenios del templo ha llegado a ser un difícil trayecto de sanación. Ellas sufren por convenios quebrantados, gran desilusión y desconfianza. Muchas son víctimas de adulterio, abuso verbal, sexual y emocional, a menudo como resultado de las adicciones de otras personas.
Esas experiencias, aunque no son producto de sus propias acciones, han hecho que muchas se sientan culpables y avergonzadas. Al no comprender cómo manejar las poderosas emociones que experimentan, muchas tratan de enterrarlas, metiéndolas más profundamente dentro de sí mismas.
La esperanza y la sanación no se hallan en el oscuro abismo del secreto, sino en la luz y el amor de nuestro Salvador, Jesucristo11. El élder Richard G. Scott aconsejó: “Si estás libre de pecados graves, no sufras innecesariamente por las consecuencias de los pecados de otros… puedes sentir compasión… Sin embargo, no debes tomar sobre ti… responsabilidad… Cuando hayas hecho todo lo que sea razonable para ayudar a quien amas, deja la carga a los pies del Salvador… Al hacerlo, no solo encontrarás paz sino que demostrarás tu fe en el poder del Salvador de quitar la carga del pecado de un ser amado, mediante su arrepentimiento y obediencia”.
Él continúa: “La recuperación completa vendrá por conducto de tu fe en Jesucristo y en Su poder y capacidad de que, por medio de Su expiación, se curarán las cicatrices de lo que es injusto o inmerecido”12.
Si se encuentran en esta situación, hermanas, la sanación puede ser un proceso largo. Requerirá que, con espíritu de oración, busquen guía y la ayuda adecuada, incluyendo consultar con los poseedores del sacerdocio debidamente ordenados. Al aprender a comunicarse abiertamente, fijen límites adecuados y quizás busquen terapia profesional. ¡Es de vital importancia que mantengan la salud espiritual en todo el proceso! Recuerden su identidad divina: ustedes son hijas amadas de Padres Celestiales. Confíen en el plan eterno del Padre para ustedes. Continúen incrementando a diario su entendimiento de la doctrina de Jesucristo. Ejerzan la fe cada día para beber del manantial de aguas vivas del Salvador. Confíen en la investidura de poder que se ha puesto al alcance de cada uno de nosotros mediante las ordenanzas y los convenios. Permitan que el poder sanador del Salvador y Su expiación entren en sus vidas.
Tercero, el Maestro sanador puede consolarnos y sostenernos cuando experimentamos las dolorosas “realidades de la vida terrenal”13, como los desastres, las enfermedades mentales, las afecciones, el dolor crónico y la muerte.Hace poco conocí a una increíble joven llamada Josie que sufre de trastorno bipolar. Esto es solo un poco de lo que compartió conmigo de su trayectoria hacia la sanación:
“Los peores momentos ocurren en lo que mi familia y yo denominamos los ‘días abrumadores’. Comienzan con sobrecarga sensorial, sensibilidad aguda y resistencia a cualquier tipo de sonido, contacto o luz. Esto produce muchísima angustia mental. Hay un día en particular que nunca olvidaré.
“Fue al principio, lo que hizo que la experiencia fuese especialmente aterradora. Puedo recordar el llanto, cómo las lágrimas corrían por mi rostro mientras me faltaba el aire; pero incluso tal sufrimiento intenso era mucho menor comparado con el dolor que siguió cuando vi que el pánico abrumaba a mi madre, tan desesperada por ayudarme.
“Con mi mente trastornada vino su corazón quebrantado; pero no sabíamos que, a pesar de la profunda oscuridad, estábamos a punto de experimentar un gran milagro.
“Mientras siguió la larga hora, mi madre me susurró una y otra vez: ‘Haría lo que fuera por quitarte esto’.
“Entretanto, la oscuridad se intensificó; y cuando estaba convencida de que no podía aguantar más, entonces ocurrió algo maravilloso.
“Un poder trascendente y maravilloso de repente se apoderó de mi cuerpo. Luego, con una ‘fuerza superior a mí’,14 le declaré a mi mamá, con gran convicción, ocho palabras que cambiaron mi vida en respuesta a su deseo de llevar mi dolor. Le dije: ‘No tienes por qué; alguien ya lo hizo’”.
Desde el oscuro abismo de la debilitante enfermedad mental, Josie acudió a la fuerza para testificar de Jesucristo y de Su expiación.
Ella no fue sanada por completo ese día, pero recibió la luz de esperanza en un momento de oscuridad. Hoy, apoyada por el sólido entendimiento de la doctrina de Cristo y fortalecida a diario por el agua viva del Salvador, Josie continúa su trayectoria hacia la sanación y ejerce una fe inquebrantable en el Maestro sanador. Ella ayuda a otras personas por el camino y dice: “Cuando la oscuridad parece constante, confío en el recuerdo de Sus tiernas misericordias. Me sirven como una luz de guía cuando afronto situaciones difíciles”15.
Hermanas, yo les testifico que:
No tienen que seguir llevando la carga del dolor causado por el pecado, solas.
No tienen que llevar el dolor causado por las acciones inicuas de los demás, solas.
No tienen que experimentar las dolorosas realidades de la vida terrenal, solas.
El Salvador suplica:
“… ¿no os volveréis a mí ahora, y os arrepentiréis de vuestros pecados, y os convertiréis para que yo os sane?
“… si venís a mí, tendréis vida eterna. He aquí, mi brazo de misericordia se extiende hacia vosotros; y a cualquiera que venga, yo lo recibiré”16.
“[Él] haría cualquier cosa para que no se sintieran así”. De hecho, “[Él] ya lo ha hecho”. En el nombre de Jesucristo, El Maestro sanador. Amén.