Dios enjugará toda lágrima
A medida que ejerzamos fe en el Salvador, Él nos edificará y nos sostendrá durante el transcurso de nuestras pruebas y, finalmente, nos salvará en el reino celestial.
Como parte del plan de nuestro Padre Celestial, Él permitió que el dolor formara parte de nuestra experiencia terrenal1. Si bien parece que las pruebas dolorosas recaen sobre nosotros de manera desigual, podemos estar seguros que, en mayor o menor grado, todos sufrimos y luchamos. Es mi oración que el Espíritu Santo nos guíe a una mayor comprensión de la razón por la que debe ser así.
Cuando vemos las experiencias difíciles de la vida a través del lente de la fe en Cristo, somos capaces de ver que nuestro sufrimiento puede tener un propósito divino. Los fieles pueden experimentar la verdad del consejo aparentemente contradictorio de Pedro. Él escribió: “… si alguna cosa padecéis por causa de la rectitud, bienaventurados sois”2. A medida que aplicamos nuestros “corazones para entender”3, podemos aumentar nuestra capacidad para perseverar bien en nuestras pruebas, así como para aprender de ellas y ser refinados por ellas. Ese entendimiento brinda respuesta a la eterna pregunta: “¿Por qué ocurren cosas malas a las personas buenas?”.
Todos los que están escuchando el día de hoy han conocido cierto grado de soledad, desesperación, dolor o pesar. Sin el “ojo de la fe”4 ni el entendimiento de la verdad eterna, a menudo nos damos cuenta de que la miseria y el sufrimiento que se padecen en la vida terrenal pueden oscurecer o eclipsar el gozo eterno de saber que el gran plan de nuestro Padre Celestial realmente es el plan de felicidad eterno. No hay ninguna otra manera de recibir una plenitud de gozo5.
Dios nos invita a responder con fe a nuestras propias aflicciones singulares a fin de que podamos cosechar bendiciones y obtener conocimiento que no se puede obtener de ninguna otra manera. Se nos manda guardar los mandamientos en toda condición y circunstancia, pues “el que es fiel en la tribulación tendrá mayor galardón en el reino de los cielos”6. Y tal como leemos en las Escrituras: “Si estás triste, clama al Señor tu Dios con súplicas, a fin de que tu alma se regocije”7.
El apóstol Pablo, quien no fue ajeno a la aflicción, utilizó su propia experiencia para enseñar con profundidad y belleza la perspectiva eterna que se obtiene cuando perseveramos bien y con paciencia. Él dijo: “Porque esta momentánea y leve tribulación nuestra nos produce un cada vez más y eterno peso de gloria”8. En otras palabras, en medio de nuestras aflicciones, podemos saber que Dios ha proporcionado un galardón compensador eterno.
La capacidad que tenía Pablo para hablar de las pruebas, persecuciones y pesares de su vida como una “leve tribulación” contradice la severidad de su sufrimiento, que para él fue consumido por la perspectiva eterna del Evangelio. La fe que Pablo tenía en Jesucristo hizo que soportara todas las cosas. Cinco veces recibió azotes, tres de ellas con varas; fue apedreado una vez; tres veces padeció naufragio; a menudo fue puesto en peligro de morir ahogado, por causa de ladrones e incluso de falsos hermanos; sufrió fatiga y dolor, hambre y sed, y fue encarcelado en el frío y en desnudez9.
Muchos de nosotros hemos suplicado a Dios que elimine la causa de nuestro sufrimiento, y cuando el alivio que buscamos no ha llegado, hemos sentido la tentación de pensar que no nos escucha. Testifico que, incluso en esos momentos, Él oye nuestras oraciones, tiene alguna razón para permitir que nuestras aflicciones continúen10, y nos ayudará a sobrellevarlas11.
En un pasaje íntimo y contemplativo, Pablo nos habla de un “aguijón” sin nombre que llevaba en su carne, el cual le causó gran dolor y lo llevó a ponerse de rodillas tres veces, suplicándole al Señor que se lo quitara. Como respuesta a las oraciones de Pablo, el Señor no le quitó el aguijón, sino que le dio paz y entendimiento a su corazón, diciendo: “Te basta mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad”. Con nuevo entendimiento, Pablo pudo aceptar el aguijón que se le había dado y sentirse agradecido por él. Él dijo: “… de buena gana me gloriaré… en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo”12.
A medida que adquirimos esa perspectiva eterna en nuestra vida, nuestra capacidad para perseverar aumenta, aprendemos cómo socorrer a los que necesitan socorro13 y llegamos a apreciar e incluso expresar gratitud por las experiencias que Dios nos da para que sean nuestras maestras en el camino a la vida eterna.
Cuando nos hallamos esforzándonos en medio de las tribulaciones, puede ser difícil ver nuestras pruebas como indicadores en nuestro sendero personal del discipulado. No obstante, ya sea que en ocasiones nos encontremos en el oscuro valle de la desesperación o en el elevado camino de la felicidad, puede ser una bendición aprender del sufrimiento de los demás y sentir compasión por ello.
Durante una reciente asignación de conferencia de estaca en Filipinas, se me partió el alma cuando me enteré de la experiencia trágica del hermano Daniel Apilado. El hermano Apilado y su esposa se bautizaron en 1974; aceptaron el Evangelio restaurado y se sellaron en el templo, tras lo cual tuvieron la bendición de tener cinco hermosos hijos. El 7 de julio de 1997, mientras el hermano Apilado prestaba servicio como presidente de estaca, se produjo un incendio en su pequeña casa. Michael, el hijo mayor del hermano Apilado, rescató a su padre, lo sacó de la estructura ardiente y luego regresó a la casa a rescatar a los demás. Esa fue la última vez que el hermano Apilado vio a su hijo con vida. En el incendio perecieron la esposa del hermano Apilado, Dominga, y sus cinco hijos.
El hecho de que el hermano Apilado estuviera viviendo una vida que agradaba a Dios cuando ocurrió la tragedia, no evitó que esta sucediera ni lo hizo inmune al consiguiente sufrimiento. Sin embargo, su fidelidad en guardar los convenios y en ejercer la fe en Cristo le dieron seguridad en la promesa de que se volverá a reunir con su esposa y familia. Esa esperanza se convirtió en un ancla para su alma14.
Durante mi visita, el hermano Apilado, que actualmente es patriarca de estaca, me presentó a su nueva esposa, Simonette, y a sus dos hijos, Raphael y Daniel. Jesucristo realmente puede “vendar a los quebrantados de corazón”15, y lo hará.
Al compartir la historia del hermano Apilado, me preocupa que la enormidad de su pérdida haga que muchos piensen que sus propios dolores y sufrimientos son, en comparación, de escasa trascendencia. Les pido que no comparen, sino que procuren aprender y poner en práctica principios eternos conforme atraviesan “el horno” de sus propias aflicciones.
Si me permiten hablarles en forma individual, a “todos los que estáis trabajados y cargados”16, quisiera sugerir que sus luchas personales, sus penas individuales, sus dolores, tribulaciones y enfermedades de todo tipo, son del conocimiento de nuestro Padre Celestial y de Su Hijo; ¡tengan valor, tengan fe, y crean en las promesas de Dios!
El propósito y la misión de Jesucristo incluían que Él “[tomaría] sobre sí los dolores y las enfermedades de su pueblo”, que tomaría sobre sí “sus debilidades” y que “[socorrería] a los de su pueblo, de acuerdo con las debilidades de ellos”17.
Para recibir plenamente esos dones que nuestro Salvador nos ha brindado tan libremente, todos debemos aprender que el sufrimiento por sí mismo no nos enseña ni otorga nada de valor perdurable, a menos que deliberadamente participemos en el proceso de aprender de nuestras aflicciones mediante el ejercicio de la fe.
El élder Neal A. Maxwell en una ocasión compartió, con las siguientes palabras, lo que había aprendido mediante el sufrimiento con un propósito:
“En realidad, ciertas formas de sufrimiento, si se sobrellevan bien, pueden ennoblecer…
“Parte del proceso de sobrellevar bien las pruebas consiste en ser lo suficientemente mansos, en medio de nuestro sufrimiento, para aprender de las experiencias que se aplican a nosotros. En lugar de tan solo soportar estas cosas, debemos dejar que influyan en nosotros de tal manera que nos santifiquen”18.
He observado en la vida y el ejemplo de otras personas que el ejercitar una fe fuerte y perdurable en Jesucristo y en Sus promesas brinda la firme esperanza de que las cosas van a mejorar. Esa firme esperanza nos estabiliza y nos brinda la fortaleza y el poder que necesitamos para perseverar19. Cuando podemos vincular nuestro sufrimiento con la seguridad de que nuestra mortalidad tiene propósito y, más específicamente, con el galardón que nos espera en lugares celestiales, nuestra fe en Cristo aumenta y recibimos consuelo en el alma.
Podemos entonces ver la luz al final del túnel. El élder Jeffrey R. Holland ha enseñado: “Realmente sí hay luz al final del túnel. Es la Luz del Mundo, la Estrella Resplandeciente de la Mañana; la ‘luz que es infinita, que nunca se puede extinguir’ [Mosíah 16:9]. Es el Hijo de Dios mismo”20.
Nos podemos fortalecer al saber que todas las experiencias difíciles de esta vida son temporales; incluso la noche más oscura se convierte en amanecer para los fieles.
Cuando todo haya terminado y hayamos sobrellevado todas las cosas con fe en Jesucristo, tenemos la promesa de que“Dios enjugará toda lágrima de [nuestros] ojos”21.
Testifico que Dios nuestro Padre y Su Hijo, Jesucristo, viven y que cumplen Sus promesas. Testifico que el Salvador nos invita a todos a venir y participar de Su expiación. A medida que ejercitemos fe en Él, Él nos elevará y nos sostendrá durante el transcurso de nuestras pruebas y, finalmente, nos salvará en el reino celestial. Les invito a venir a Cristo, a perseverar bien con fe, a ser perfeccionados por medio de Él, y a tener gozo en Él. En el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.