El gran plan de redención
Sé que cuando nos arrepentimos sinceramente, nuestros pecados en verdad desaparecen —¡y no queda ningún rastro!
Pocos meses antes de que el presidente Boyd K. Packer falleciera, los líderes generales del sacerdocio y de las organizaciones auxiliares tuvimos la valiosa oportunidad de que se dirigiera a nosotros. No he podido dejar de pensar en lo que dijo. Contó que había examinado el pasado de su vida entera en busca de evidencia de los pecados que había cometido y de los que se había arrepentido sinceramente, pero no pudo hallar ningún rastro de ellos. Gracias al sacrificio expiatorio de nuestro amado Salvador Jesucristo, y por medio del arrepentimiento sincero, sus pecados habían desaparecido por completo, como si nunca hubiesen ocurrido. Ese día, el presidente Packer nos encargó que, como líderes, testifiquemos que esto es verdad para todo el que se arrepiente sinceramente.
Sé de un hombre que cometió transgresiones morales hace varios años. Durante un tiempo, a ese hombre le avergonzaba y preocupaba sobremanera hablar con su esposa y líderes del sacerdocio. Deseaba arrepentirse totalmente, pero en realidad dijo que estaba dispuesto a renunciar a su propia salvación eterna en lugar de someter a la esposa y los hijos a la tristeza, vergüenza, u otras consecuencias que podría ocasionar su confesión.
Cuando hemos pecado, Satanás a menudo trata de convencernos de que lo más noble es proteger a los demás de los estragos que causaría el que se conocieran nuestros pecados, incluso de evitar confesar al obispo, quien puede bendecir nuestra vida mediante sus llaves del sacerdocio como juez común en Israel. Sin embargo, la verdad es que lo más noble y cristiano que podemos hacer es confesar y arrepentirnos. Ese es el gran plan de redención del Padre Celestial.
Finalmente, ese hombre confesó a su fiel esposa y a los líderes de la Iglesia, expresando profundo remordimiento. Aunque fue lo más difícil que jamás había hecho, los sentimientos de alivio, paz, gratitud, amor por el Salvador y saber que el Señor le estaba quitando el gran peso que llevaba y que Él lo sostenía, le causaron un gozo indescriptible, sin importar el resultado ni su futuro.
Había tenido la seguridad de que su esposa y sus hijos quedarían destrozados, y así fue; y que se tomarían medidas disciplinarias y sería relevado de su llamamiento, lo cual ocurrió. Estaba seguro de que su esposa se sentiría abatida, lastimada y enojada, y así se sintió; y estaba convencido de que ella lo dejaría y se llevaría a los niños, pero no lo hizo.
A veces las transgresiones graves conducen al divorcio, y según las circunstancias, podría ser necesario. Sin embargo, para el asombro de ese hombre, su esposa lo acogió y se dedicó a ayudarlo de cualquier manera que pudiera. Con el tiempo, logró perdonarlo completamente. Ella había experimentado el poder sanador de la expiación del Salvador. Años más tarde, ese matrimonio y sus tres hijos siguen firmes y fieles; el esposo y la esposa prestan servicio en el templo y tienen un maravilloso matrimonio lleno de amor. La firmeza del testimonio de ese hombre, y su amor y gratitud por el Salvador son más que evidentes.
Amulek testificó: “… quisiera que vinieseis y no endurecieseis más vuestros corazones… si os arrepentís… inmediatamente obrará para vosotros el gran plan de redención”1.
Cuando prestaba servicio junto a mi esposo al presidir él una misión, una mañana fuimos al aeropuerto a recoger a un grupo numeroso de misioneros. Un joven en particular me llamó la atención; parecía triste, agobiado y quizá hasta turbado. Esa tarde, lo observamos con atención. Al llegar la noche, el joven confesó algo que debió haber confesado antes, y sus líderes decidieron que debía regresar a casa. Aunque nos sentimos muy tristes de que hubiera sido deshonesto y no se hubiese arrepentido antes de llegar a la misión, camino al aeropuerto lo elogiamos con sinceridad y con amor por tener la valentía de revelar lo acontecido, y le prometimos mantenernos en contacto con él.
Ese gran joven fue bendecido con padres maravillosos, excelentes líderes del sacerdocio y un barrio amoroso que lo apoyó. Después de un año de esforzarse para arrepentirse por completo y participar de la expiación del Salvador, pudo volver a nuestra misión. Me resulta difícil explicar los sentimientos de gozo que experimentamos al recoger a ese joven del aeropuerto; estaba lleno del Espíritu, feliz, con confianza ante el Señor y deseoso de cumplir una fiel misión. Llegó a ser un misionero excepcional y, tiempo después, mi esposo y yo tuvimos el privilegio de asistir a su sellamiento en el templo.
Por el contrario, sé de una misionera que, consciente de que el pecado que había cometido antes de la misión, y el cual no había confesado, seguramente causaría que la enviaran a casa antes de tiempo, hizo planes de esforzarse extremadamente durante la misión y confesarlo al presidente unos días antes de completar su servicio. Ella no había experimentado la tristeza según Dios y trató de evadir el plan que nuestro amoroso Salvador nos ha brindado.
Durante nuestra misión, una vez acompañé a mi esposo a la entrevista bautismal de un hombre. Mientras mi esposo realizaba la entrevista, yo esperé afuera, con las misioneras que habían enseñado a ese hermano. Una vez que se terminó la entrevista, mi esposo informó a las misioneras que el hombre podría bautizarse. Ese maravilloso hombre no dejaba de llorar mientras explicaba que estaba seguro de que los pecados que había cometido durante su vida no le permitirían bautizarse. Pocas veces he sido testigo de un gozo y felicidad como los que vi ese día en alguien que salía de la oscuridad hacia la luz.
El élder D. Todd Christofferson testificó:
“Con fe en [nuestro] misericordioso Redentor y en Su poder, lo que puede ser desesperanza se convierte en esperanza. El corazón y los deseos de la persona cambian y el pecado, que antes era atractivo, es cada vez más abominable…
“Sea cual sea el costo del arrepentimiento, se consume en el gozo del perdón”2.
Esas experiencias me recuerdan a Enós, del Libro de Mormón, quien “[clamó al Señor] con potente oración” y luego oyó una voz que decía: “Enós, tus pecados te son perdonados…
“Y yo, Enós, sabía que Dios no podía mentir; por tanto, mi culpa fue expurgada.
“Y dije yo: Señor, ¿cómo se lleva esto a efecto?
“Y él me dijo: Por tu fe en Cristo… por tanto, ve, tu fe te ha salvado”3.
Mientras preparaba este discurso, quería saber cómo nuestros nietos entienden el arrepentimiento y qué sienten por el Salvador, así que les pedí a nuestros hijos que les hicieran las siguientes preguntas. Me conmovieron las respuestas de nuestros nietos.
¿Qué es el arrepentimiento?: “Cuando le pegas a alguien, puedes pedirle perdón y ayudarle a levantarse”.
¿Cómo te sientes cuanto te arrepientes?: “Siento al Señor; siento Su cariño y el sentimiento malo desaparece”.
¿Qué sientes por Jesús y el Padre Celestial cuando te arrepientes?: “Siento que Jesús cree que valió la pena hacer la Expiación, y que Él está feliz de que podamos volver a vivir con Él”.
¿Por qué quieren Jesús y el Padre Celestial que me arrepienta? Según las palabras de mi nieta adolescente: “¡Porque me aman! Para progresar y llegar a ser como Ellos, debo arrepentirme. Además, como deseo tener el Espíritu conmigo, debo arrepentirme a diario para tener su maravillosa compañía. Nunca sabré cómo agradecerles”.
Cuando Brynlee, de cuatro años, escuchó las preguntas, dijo: “No lo sé, papi. Enséñame”.
En una conferencia general pasada, el élder Jeffrey R. Holland declaró: “… por más tarde que piensen que hayan llegado, por más oportunidades que hayan perdido, por más errores que piensen que hayan cometido… o por más distancia que piensen que hayan recorrido lejos del hogar, de la familia y de Dios, testifico que no han viajado más allá del alcance del amor divino. No es posible que se hundan tan profundamente que no los alcance el brillo de la infinita luz de la expiación de Cristo”4.
Cuánto deseo que cada uno de mis hijos, nietos y cada uno de ustedes, mis hermanos y hermanas, sientan el gozo y la cercanía al Padre Celestial y a nuestro Salvador por arrepentirnos diariamente de nuestros pecados y debilidades. Cada hijo responsable del Padre Celestial necesita el arrepentimiento. Consideren de qué pecados debemos arrepentirnos. ¿Qué nos está deteniendo? ¿De qué maneras debemos mejorar?
Yo sé, como el presidente Packer lo experimentó y testificó, que cuando nos arrepentirnos sinceramente de nuestros pecados, en verdad desaparecen ¡y no queda ningún rastro! Yo misma he sentido el amor, el gozo, el alivio y la confianza ante el Señor al arrepentirme sinceramente.
Para mí, los milagros más grandes de la vida no son partir el Mar Rojo, mover montañas, ni siquiera sanar el cuerpo. El milagro más grande ocurre cuando acudimos con humildad al Padre Celestial y rogamos fervientemente en oración ser perdonados, y luego se nos limpia de esos pecados por medio del sacrificio expiatorio del Salvador. En el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.