La oración del alma
Cada momento de preciada oración puede ser un tiempo sagrado que pasamos con nuestro Padre, en el nombre del Hijo, por el poder del Espíritu Santo.
En medio de las dificultades de la vida terrenal, nunca estamos solos para realizar nuestra obra, hacer frente a nuestras batallas y afrontar la adversidad o las preguntas sin respuesta. Jesucristo enseñó con una parábola “sobre la necesidad de orar siempre y no desmayar”. Contó acerca de un juez que no temía a Dios ni respetaba a hombre. Una viuda lo visitó en repetidas ocasiones, suplicando que se le hiciera justicia contra su adversario. Por un tiempo, el juez no le ofreció ninguna ayuda; pero debido a los fieles y constantes ruegos de la viuda, el juez finalmente pensó para sí: “… porque esta viuda me es molesta, le haré justicia, no sea que, viniendo de continuo, me agote la paciencia”.
Entonces Jesús explicó:
“¿Y no hará Dios justicia a sus escogidos que claman a él día y noche…?
“Os digo que pronto les hará justicia”.
Y luego el Señor hace esta pregunta: “Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?”1.
La oración es esencial para cultivar la fe. ¿Hallará el Señor a personas que sepan orar con fe y que estén preparadas para recibir la salvación cuando Él venga nuevamente? “… porque todo aquel que invoque el nombre del Señor será salvo”2. Somos hijos de un Padre Celestial amoroso y podemos gozar de un canal de comunicación personal y directo con Él al orar “con un corazón sincero, con verdadera intención, teniendo fe en Cristo”3, y luego actuar conforme a las respuestas que recibamos mediante los susurros del Espíritu Santo. Oramos, escuchamos y obedecemos con fe, para que aprendamos a ser uno con el Padre y el Hijo4.
Una oración que se ofrece con fe abre la senda para recibir gloriosas bendiciones del cielo. El Salvador enseñó:
“Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá.
“Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá”5.
Si esperamos recibir, debemos pedir, buscar y llamar. En su búsqueda de la verdad, José Smith leyó en las Escrituras: “Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, quien da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada”6. En respuesta a su oración de fe, se abrieron los cielos; Dios, el Padre, y Su Hijo, Jesucristo, descendieron en gloria y le hablaron a José Smith, marcando el comienzo de la dispensación del cumplimiento de los tiempos. Para nosotros, la sanación milagrosa, la protección poderosa, el conocimiento divino, el perdón liberador y la paz preciada, son algunas de las respuestas que recibimos al ofrecer con fe “la oración del alma”7.
Oramos al Padre en el nombre de Jesucristo, por el poder del Espíritu Santo, y así incluimos a los tres miembros de la Trinidad en nuestras súplicas.
Oramos a nuestro Padre Celestial y solo a Él porque Él es el “Dios en el cielo, infinito y eterno, de eternidad en eternidad… el organizador de los cielos y de la tierra, y de todo cuanto en ellos hay”. Por ser nuestro Creador, Él dio mandamientos de que “lo [amemos] y lo [sirvamos] a él, el único Dios verdadero y viviente, y que él fuese el único ser a quien [adoremos]”8.
Al orar al Padre Celestial con fe, “él os consolará en vuestras aflicciones… [para que podáis deleitaros] en su amor”9. El presidente Henry B. Eyring contó que las oraciones de su padre, cuando este perdía la batalla contra el cáncer, le enseñaron de la estrecha relación personal que hay entre Dios y Sus hijos:
“Cuando el dolor se volvió intenso, lo encontramos de rodillas por la mañana junto a la cama; estaba tan débil que no había podido volver a meterse en ella. Nos dijo que había orado para preguntarle a su Padre Celestial por qué tenía que sufrir tanto cuando siempre había intentado ser bueno, y que había recibido una amable respuesta: ‘Dios necesita hijos valientes’.
“De modo que perseveró valientemente hasta el fin, confiando en que Dios lo amaba, lo escuchaba y lo elevaría. Había recibido la bendición de saber desde temprana edad, y de nunca olvidar, que hay un amoroso Dios tan solo a una oración de distancia”10.
Oramos en el nombre de Jesucristo porque nuestra salvación es en Cristo, y “no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”11. Venimos al Padre en el nombre sagrado de Jesucristo12 porque Él es nuestro Intercesor con el Padre que aboga por nuestra causa13. Él sufrió, sangró y murió a fin de glorificar a Su Padre, y Su petición misericordiosa en nuestro favor permite que cada uno de nosotros obtenga paz en esta vida y la vida eterna en el mundo venidero. Él no desea que suframos más tiempo ni que soportemos más pruebas de lo necesario. Él desea que acudamos a Él y que le permitamos que haga ligeras nuestras cargas, nos sane el corazón y purifique nuestra alma mediante Su poder purificador. Nunca debemos tomar Su nombre en vano con palabras memorizadas o repetitivas. Las oraciones sinceras que se ofrecen en el nombre sagrado de Jesucristo son una expresión de nuestro amor ferviente, nuestra gratitud eterna y nuestro deseo firme de orar como Él oró, de hacer lo que Él hizo y de llegar a ser como Él es.
Oramos por el poder del Espíritu Santo porque “el que pide en el Espíritu, pide según la voluntad de Dios”14. Si oramos con fe, el Espíritu Santo guía nuestros pensamientos a fin de que nuestras palabras estén en armonía con la voluntad de Dios. “… no pidáis para dar satisfacción a vuestras concupiscencias, sino pedid con una resolución inquebrantable, para que no cedáis a ninguna tentación, sino que sirváis al verdadero Dios viviente”15.
“No solo es importante que sepamos cómo orar, sino que es igual de importante que sepamos cómo recibir la respuesta de nuestra oración, cómo discernir, cómo estar alerta, cómo ver claramente y cómo comprender con clara intención la voluntad y el propósito de Dios respecto a nosotros”16.
El presidente Eyring ha dicho: “Yo he tenido respuestas a mis oraciones, respuestas que han sido más claras cuando lo que yo quería ha quedado eclipsado por la irresistible necesidad de conocer la voluntad de Dios. Es entonces cuando la respuesta de nuestro amoroso Padre Celestial se recibe en nuestra mente a través de la voz apacible y delicada, y se escribe en el corazón”17.
Cuando el Salvador entró en Getsemaní, su alma estaba muy triste, hasta la muerte. En Su agonía, el único al que podía acudir era a Su Padre. En Su ruego dijo: “Si es posible, pase de mí esta copa”; y luego agregó: “pero no sea como yo quiero, sino como tú”18. Aun cuando fue sin pecado, el Salvador fue llamado para “[sufrir] dolores, aflicciones y tentaciones de todas clases”, incluso las enfermedades y debilidades de Su pueblo. “[Él] padece según la carne, a fin de tomar sobre sí los pecados de su pueblo, para borrar sus transgresiones según el poder de su liberación”19. Él oró tres veces: “Padre… hágase tu voluntad”20; pero la copa no pasó. Mediante la oración humilde y fiel, Él fue fortalecido para seguir adelante y cumplir Su misión divina de preparar nuestra salvación, para que podamos arrepentirnos, creer, obedecer y obtener las bendiciones de la eternidad.
Puede que las respuestas que recibamos a nuestras oraciones no sean las que esperemos; pero en momentos difíciles, nuestras oraciones son un salvavidas de amor y entrañable misericordia. En nuestros ruegos, que seamos fortalecidos para seguir adelante y cumplamos con aquello para lo que hemos sido ordenados. El Señor dice esto a Sus santos que viven en tiempos peligrosos: “Consuélense, pues, vuestros corazones… porque toda carne está en mis manos; quedaos tranquilos y sabed que yo soy Dios”21.
Ya sea que oremos en privado, con nuestra familia, en la Iglesia, en el templo o dondequiera que estemos, o que oremos con corazones quebrantados y espíritus contritos a fin de procurar perdón, sabiduría divina o solamente fortaleza para perseverar, oramos siempre con un corazón rebosante, entregados continuamente a Dios por nuestro bienestar y el de los que nos rodean. La oración del alma expresada con gratitud por las abundantes bendiciones y las lecciones de la vida inculcan en el corazón una fe firme en Cristo, “un fulgor perfecto de esperanza y amor por Dios y por todos los hombres”22.
La oración es un don de Dios. Nunca debemos sentirnos perdidos o solos. Testifico que cada momento de preciada oración puede ser un tiempo santo que pasamos con nuestro Padre, en el nombre del Hijo, por el poder del Espíritu Santo. En el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.