Orar con Zara
La autora vive en Queensland, Australia.
Un día caluroso de verano, Reesey y Cheyenne invitaron a Zara a jugar. Su mamá les preparó un aperitivo y las niñas se sentaron a la mesa para comer.
La mamá cortó mangos del árbol de mangos y puso trozos de manzana y uvas en un plato. Reesey miró la deliciosa comida. Recordó hacer la oración antes de comer el aperitivo. Le preguntó a Zara: “¿Oran en tu casa?”.
“¿Qué es eso?”, preguntó Zara.
“Se hace así”, dijo Cheyenne. Cruzó los brazos y bajó la cabeza. Bendijo los alimentos y cuando terminó dijo: “¿Ves? Así es como se hace. ¡Fácil!”.
“En nuestra casa no hacemos eso. Simplemente comemos”, dijo Zara.
Reesey nunca había pensado en no orar. “Mamá”, dijo, “¿podemos parar de hacer oraciones?”.
Su mamá sonrió mientras llevaba vasos de agua con hielo a la mesa. “Nos gusta darle las gracias al Padre Celestial por las cosas que nos ha dado. Vamos a seguir haciendo oraciones, pero está bien si otras personas no lo hacen”.
Reesey sabía que su mamá tenía razón. Ella era feliz cuando su familia oraba. Quizás orar haría feliz a Zara también. “Podrías probarlo”, le dijo a Zara. “Las oraciones son buenas”.
“Me gusta cuando oramos”, dijo Cheyenne. “Me hace sentir como que estoy sonriendo por dentro”.
Zara sonrió. “Quizás lo haga”, dijo, y comió un trozo de mango.
Reesey y Cheyenne estaban contentas porque podían hablar con su amiga acerca de la oración. Todas terminaron su aperitivo y corrieron afuera a jugar.