Soldado del Señor
El autor vive en la Ciudad de México, México.
Tenía que decidir entre ocuparme del asunto yo mismo o dejarlo en las manos del Señor y enfocarme en mi servicio misional.
Hace muchos años presté servicio como misionero de tiempo completo en la Misión México Monterrey Norte. Sentía que era un gran privilegio prestar servicio misional.
Cuando comencé mi misión, dejé un asunto sin resolver. Aún no había recibido el documento que declaraba mi relevo del servicio militar. Este documento es sumamente importante. Significa que un joven ha cumplido su servicio militar obligatorio y tiene el derecho a trabajar y estudiar, y se lo reconoce como un ciudadano de México.
A medida que se acercaba la fecha de emisión de ese documento, me empecé a preocupar. Escribí a mis padres y les pedí que averiguaran si era posible que ellos recogieran mi cartilla del servicio militar. Cuando recibí su que carta, me preocupé aún más. Me dijeron que ya les habían informado que la cartilla podía entregarse únicamente a la persona a quien pertenecía.
Sentí la urgente necesidad de orar al Señor y preguntarle qué debía hacer. La respuesta, la cual no llegó de inmediato, fue que le explicara el problema a mi presidente de misión. Durante mi conversación con él, analizamos dos alternativas. La primera era que simplemente podía “confiar en el Señor”. La segunda era que podía ir a recogerla en persona. La decisión era mía.
No estaba seguro de qué debía hacer. Le conté mi preocupación a mi compañero, y fuimos fortalecidos al leer esta Escritura: “¿No sabéis que estáis en las manos de Dios? ¿No sabéis que él tiene todo poder, y que por su gran mandato la tierra se plegará como un rollo?” (Mormón 5:23). Esa Escritura disolvió mi nube de confusión. Desde el momento que la leí supe que tenía el deber de dar todo mi esfuerzo a la obra misional. Mi problema estaba en las manos del Señor.
Poco tiempo después recibí otra carta de mis padres. Mi padre escribió lo siguiente:
“Hijo, regresé una vez más a las oficinas de Defensa Nacional para tratar de encontrar a alguien que pudiera ayudarnos a resolver tu problema. Después de platicar con muchas personas, me indicaron que fuera a cierto lugar. Llegué allí sintiéndome bastante desanimado y desesperado. Lo primero que vi fue una puerta enorme, la cual estaba abierta de par en par y custodiada por dos soldados muy imponentes. Junté valor y entré por la puerta, y encontré la oficina a la que me habían dirigido. Al llamar a la puerta, me sentía nervioso pero también sentía que el Espíritu del Señor me estaba guiando.
“Cuando entré vi a un oficial sentado detrás de un escritorio. Tenía un gran número de medallas en el pecho, y las paredes de su oficina estaban cubiertas de coloridos certificados. Estrechó mi mano con firmeza y solemnidad, y preguntó: ‘¿Cuál es el propósito de su visita?’.
“‘Tengo un hijo que está sirviendo en una misión’, respondí. ‘Por ese motivo, no pudo venir a retirar su cartilla del servicio militar. He venido a ver si puedo retirarla por él’.
“‘No, no puede; puede retirarla únicamente la persona a la que le pertenece’, declaró el oficial.
“En ese momento, el Señor me iluminó con Su Espíritu, y dije: ‘Señor, usted tiene a su cargo a muchos soldados que son responsables ante usted del cumplimiento de sus deberes. De la misma manera, en este momento mi hijo está cumpliendo su deber de predicar el evangelio del Señor. Ahora mismo él es un soldado del Señor’.
“A esto, el oficial se puso de pie y me preguntó: ‘¿Tiene alguna identificación? ¿Cómo se llama su hijo?’.
“Después de que hube respondido sus preguntas, llamó a un secretario y le dijo: ‘Tráigame los documentos de este joven misionero’.
“Los firmó, los selló y me los entregó. No hizo falta nada más. Estreché su mano con firmeza y gratitud. Hijo mío, tus documentos ya están en orden y debes demostrarle tu gratitud al Señor sirviéndole como un verdadero soldado”.
Después de recibir su carta, agradecí al Señor que utilizara Su gran poder para interceder por mí, por la solución que Él había enviado como respuesta a mis oraciones y por iluminar a mi padre. Ruego que todos pongamos toda nuestra confianza en el Señor y nunca olvidemos Su promesa: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá” (3 Nefi 14:7–8).