El papel global y vital de la religión
El élder Oaks pronunció este discurso el 9 de junio de 2016 en la Universidad de Oxford, Inglaterra, durante un simposio sobre la libertad de culto.
No podemos perder la influencia de la religión en nuestra vida pública sin poner en serio riesgo todas nuestras libertades
Durante más de treinta años, he sido uno de los Doce Apóstoles de Jesucristo. Bajo la direción de nuestra Primera Presidencia, lideramos nuestra Iglesia mundial de casi dieciséis millones de miembros en poco más de 30.000 congregaciones. Enseñamos y testificamos sobre la divinidad de Jesucristo y Su sacerdocio, y la plenitud de Su doctrina. Algo singular en nuestra doctrina es el conocimiento de que Dios continúa llamando a profetas y apóstoles para que reciban revelación y enseñen cómo poner en práctica Sus mandamientos bajo las circunstancias de nuestros días.
1. La importancia de la religión a nivel mundial
La libertad de culto es algo que me ha interesado toda la vida. Mi primera publicación cuando era un joven profesor de derecho en la Universidad de Chicago hace cincuenta y cuatro años fue un libro que edité sobre la separación “Iglesia-Estado” en Estados Unidos1.
Hoy en día, mucho más que entonces, ninguno de nosotros puede ignorar la importancia de la religión a nivel mundial, ya sea en la política, en la resolución de conflictos, en el desarrollo económico, en la ayuda humanitaria y en otros aspectos más. El ochenta y cuatro por ciento de la población mundial se identifica con alguna religión en particular2; sin embargo, el setenta y siete por ciento de los habitantes del mundo vive en países con grandes o muy grandes restricciones en cuanto a la libertad de culto3. Comprender la religión y su relación con las inquietudes y los gobiernos mundiales es esencial a fin de procurar mejorar el mundo en el cual vivimos.
Aunque la libertad religiosa es algo desconocido en la mayoría del mundo y está bajo la amenaza del secularismo y del extremismo en el resto, yo defiendo el ideal según el cual las libertades que procura proteger la religión son concedidas por Dios e intrínsecas, pero que se implementan mediante relaciones mutuamente interdependientes con los gobiernos que buscan el bienestar de todos sus ciudadanos.
Por consiguiente, los gobiernos deben garantizar la libertad de culto para sus ciudadanos. Tal como se indica en el artículo 18 de la influyente Declaración Universal de Derechos Humanos de las Naciones Unidas: “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia”4.
Las correspondientes responsabilidades de la religión, por medio de sus adeptos, son observar las leyes y respetar la cultura del país que garantiza sus libertades. Cuando se garantizan las libertades religiosas, tal acto es una deuda de gratitud que se paga de buena gana.
Si hubiera una aceptación y una aplicación uniformes de esos principios generales, no habría necesidad alguna de estas deliberaciones sobre la libertad de culto. No obstante, como todos sabemos, el mundo está asediado por conflictos relativos a esos principios generales. Por ejemplo, hay voces prominentes que ahora cuestionan la idea en sí de protecciones específicas para la religión. Uno de esos libros se titula Freedom from Religion [Libres de la religión] y otro, Why Tolerate Religion? [¿Por qué tolerar la religión?]5.
Otras opiniones procuran marginar la religión y a los creyentes, por ejemplo, al limitar la libertad de culto a la enseñanza en las iglesias, sinagogas y mezquitas, mientras se niega el ejercicio de las creencias religiosas en público. Por supuesto que tales intentos transgreden las garantías de la Declaración Universal sobre el derecho a manifestar la religión o las creencias “tanto en público como en privado”. El libre ejercicio de la religión también debe aplicarse cuando los creyentes actúan como comunidad, por ejemplo, mediante sus labores en la formación académica, la medicina y la cultura.
2. Los valores sociales de la religión
También se critican creencias y prácticas religiosas tildándolas de irracionales y contrarias a importantes objetivos gubernamentales y sociales. Yo, por supuesto, mantengo que la religión es singularmente valiosa para la sociedad. Tal como un ateo ha admitido en un reciente libro: “No hace falta ser un creyente religioso para entender que los valores esenciales de la civilización occidental están arraigados en la religión y para preocuparse porque la erosión de la observancia religiosa socava, por lo tanto, esos valores”6. Uno de dichos “valores esenciales” es el concepto de la dignidad y el valor intrínsecos al ser humano.
Los siguientes son otros siete ejemplos de los valores sociales de la religión:
1. Muchos de los avances más significativos de la civilización occidental han sido motivados por principios religiosos, y la predicación de estos desde el púlpito ha persuadido a que se adopten de manera oficial. Así fue con la abolición del comercio de esclavos en el Imperio Británico, la Proclamación de Emancipación en Estados Unidos y el Movimiento por los Derechos Civiles de los últimos cincuenta años. A aquellos avances no los motivó ni impulsó la ética secular, sino que los impulsaron principalmente personas que tenían una clara visión religiosa de lo que era moralmente correcto.
2. En Estados Unidos, a nuestro enorme sector privado de obras de beneficencia —de formación académica, hospitales, cuidado de los pobres y un sinnúmero de otras organizaciones benéficas de gran valor— lo originaron organizaciones y emprendimientos religiosos, y aún lo patrocinan mayormente estos.
3. Las sociedades occidentales no se sostienen principalmente mediante la imposición total de las leyes, lo cual sería poco práctico sino, lo que es más importante, mediante ciudadanos que obedecen de modo voluntario las no exigibles, gracias a las normas internas de conducta correcta que ellos tienen. Para muchas personas, es la creencia religiosa en el bien y el mal y la expectativa de tener que rendir cuentas a un poder superior lo que produce tal autocontrol voluntario. De hecho, los valores religiosos y las realidades políticas están tan interrelacionados con el origen y la perpetuación de las naciones occidentales que no podemos perder la influencia de la religión en nuestra vida pública sin poner en serio riesgo todas nuestras libertades.
4. Junto con sus homólogos privados, las organizaciones religiosas sirven como instituciones mediadoras para moldear y moderar el poder de interferencia del gobierno sobre las personas y organizaciones privadas.
5. La religión inspira a muchos creyentes a prestar servicio a otras personas, lo cual, en total, confiere un enorme beneficio a las comunidades y los países.
6. La religión fortalece el tejido social de la comunidad. El rabino Jonathan Sacks ha enseñado: “[La religión] sigue siendo el constructor de comunidades más poderoso que el mundo haya conocido… es el mejor antídoto contra el individualismo de la era de consumo. La idea de que la sociedad puede existir sin ella hace oídos sordos a la historia”7.
7. Finalmente, Clayton M. Christensen, un Santo de los Últimos Días a quien se considera una autoridad mundial en administración de empresas e innovación8, ha escrito que “la religión es el fundamento de la democracia y la prosperidad”9. Podría decirse mucho más acerca de la función positiva de la religión en el desarrollo económico.
Yo mantengo que las enseñanzas religiosas y las acciones de los creyentes motivadas por la religión son esenciales para tener una sociedad libre y próspera, y para continuar mereciendo protecciones legales especiales.
3. Las responsabilidades complementarias de la religión
Hasta ahora solo he hablado de las responsabilidades de los gobiernos para con los creyentes y las organizaciones religiosas. Ahora me referiré a las responsabilidades complementarias que tienen las religiones y los creyentes para con sus gobiernos.
Los gobiernos obviamente tienen derecho a esperar obediencia a las leyes y respeto a la cultura por parte de quienes disfrutan su protección. Los gobiernos tienen un interés predominante en preservar la seguridad de sus fronteras internacionales, y en defender la salud y la seguridad de sus ciudadanos. Obviamente, tienen el derecho de insistir que todas las organizaciones, incluso las religiones, eviten enseñar el odio y eviten otras acciones que puedan conducir a la violencia u otros actos delictivos hacia los demás. Ningún país debe ofrecer refugio a organizaciones que fomenten el terrorismo. La libertad religiosa no constituye ninguna barrera para el poder gubernamental en ninguna de esas circunstancias.
Hoy en día, las funciones complementarias de la religión y del gobierno están siendo sometidas a prueba de manera muy severa en Europa. El ingreso masivo de refugiados, en su mayoría de religión y cultura musulmanas, a países de religiones y culturas diferentes crea graves dificultades políticas, culturales, sociales, económicas y religiosas.
¿Cómo pueden contribuir la religión y las organizaciones religiosas a ayudar a los refugiados y a los países que los han recibido, tanto a corto como a largo plazo? Sabemos que algunos profesionales se muestran escépticos en cuanto a la función de las organizaciones religiosas en esos aspectos; algunos incluso ven la religión como una influencia perjudicial. Trataré de no contradecir opiniones basadas en hechos con los que no estoy familiarizado; solo compartiré las normas y la experiencia de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, que creo que ilustrarán la influencia positiva que las organizaciones religiosas pueden y deben tener, a corto y a largo plazo.
Nosotros, a quienes se nos conoce como Santos de los Últimos Días o mormones, tomamos literalmente la enseñanza de Cristo de que hemos de dar de comer al hambriento y recoger al forastero (véase Mateo 25:35). Asimismo, una revelación moderna del mismo origen nos manda: “Recordad en todas las cosas a los pobres y a los necesitados, a los enfermos y a los afligidos, porque el que no hace estas cosas no es mi discípulo” (D. y C. 52:40).
El cuidado de los pobres y necesitados no es algo optativo ni fortuito en nuestra Iglesia; lo hacemos a nivel mundial. Por ejemplo, en el año 2015 efectuamos 177 proyectos de respuesta ante emergencias en 56 países. Además, realizamos cientos de proyectos que beneficiaron a más de un millón de personas en otras siete categorías de ayuda, como, por ejemplo, agua potable, vacunación y atención ocular. Durante más de treinta años, la magnitud de esas labores ha ascendido a un promedio de unos cuarenta millones de dólares estadounidenses al año.
Evitamos una de las objeciones que se hacen a las organizaciones basadas en la religión al separar rigurosamente nuestro servicio humanitario de nuestra labor misional mundial. Nuestra ayuda humanitaria se da sin tener en cuenta la afiliación religiosa, puesto que queremos que nuestra labor misional se reciba y considere sin influencia de obligaciones, de alimentos ni de otros favores.
4. ¿Qué pueden hacer las iglesias?
¿Qué pueden hacer las organizaciones eclesiásticas además de lo que la Organización de las Naciones Unidas o los países pueden hacer individualmente? Otra vez me referiré a la experiencia de nuestra Iglesia. Aunque la capacidad de ayuda de nuestros miembros —la mitad en Estados Unidos y los demás en el resto del mundo— es pequeña, tenemos tres grandes ventajas que amplían nuestros resultados.
Primero, las tradiciones de servicio de nuestros miembros nos brindan una fuente de dedicados y experimentados voluntarios. Para traducirlo a números, en 2015 nuestros voluntarios donaron más de 25 millones de horas de trabajo en nuestros proyectos de bienestar, de ayuda humanitaria y en otros proyectos patrocinados por la Iglesia10, sin contar lo que los miembros hicieron por su cuenta.
Segundo, mediante las contribuciones económicas de nuestros miembros a las causas humanitarias, proporcionamos nuestros propios fondos. Aunque tenemos la capacidad de actuar independientemente de estructuras burocráticas y presupuestos, estamos ansiosos por coordinar nuestra labor con los gobiernos específicos y las agencias de las Naciones Unidas para lograr los mejores resultados. Instamos a estos a considerar cada vez más los puntos fuertes de las organizaciones religiosas.
Tercero, tenemos una organización mundial de base que puede ponerse en marcha de inmediato. Por ejemplo, en lo tocante al problema mundial de los refugiados, en marzo de 2016, nuestra Primera Presidencia y nuestras Presidentas Generales de la Sociedad de Socorro, las Mujeres Jóvenes y la Primaria enviaron mensajes a los miembros de todo el mundo para recordarles el principio cristiano fundamental de ayudar al pobre y al “forastero” que se halle entre nosotros (Mateo 25: 35). Invitaron a las jovencitas y a las mujeres de todas las edades a ayudar a los refugiados en sus comunidades locales11.
A modo de ejemplo ilustrativo de la reacción de nuestros miembros de Europa, una tarde de abril de 2016, en Alemania, más de doscientos organizadores mormones y sus amigos trabajaron voluntariamente y armaron 1.061 “paquetes de bienvenida” para los niños que viven en seis centros de refugiados de Alemania, en los estados de Hesse y Renania–Palatinado. Los paquetes contenían ropa nueva, productos de higiene, mantas, y artículos para dibujar y colorear. Una de las directoras de aquella labor dijo: “Aunque no puedo cambiar las circunstancias trágicas que hicieron que [los refugiados] huyeran de su hogar, sí puedo marcar una diferencia en [su] entorno y desempeñar una función activa en [su] vida”.
Los siguientes son dos ejemplos de nuestras labores humanitarias mundiales organizadas de modo formal. En 2015, en completa asociación con la Fundación AMAR británica, LDS Charities [Organización de beneficencia SUD] construyó centros de asistencia médica primaria para la minoría yazidí del norte de Irak, a quienes el Estado Islámico atacó brutalmente. Los centros de salud —completamente equipados con laboratorio, sala de urgencias, farmacia y dispositivos de ultrasonido— socorren a una población herida tanto física como espiritualmente. Emplean profesionales médicos y voluntarios yazidíes que ayudan a su propio pueblo de maneras que toman en cuenta su cultura.
En 2004, el devastador terremoto y el resultante tsunami en el sudeste asiático del 26 de diciembre quitó la vida a 230.000 personas en catorce países. Nuestra LDS Charities [Organización de beneficencia SUD] llegó al lugar un día después y trabajó activamente durante cinco años. Nuestras organizaciones de beneficencia edificaron novecientas viviendas permanentes, veinticuatro sistemas de distribución de agua para los poblados, quince escuelas primarias, tres centros médicos, y tres centros comunitarios que también se usaban como mezquitas, para mencionar solo la muy afectada región de Banda Aceh. Además, suministramos ejemplares del Santo Corán y alfombras de oración para ayudar a dichas comunidades en su adoración.
Esas son solo algunas muestras ilustrativas del valor de la religión en una cultura por la que, nosotros, en la comunidad religiosa, no solo abogamos, sino para la cual también exigimos libertad de culto, la que consideramos que es la primera de las libertades.