Una invitación para Ricardo
Martin Apolo Cordova
Paraná, Brasil
Cuando me entero de que va a haber una actividad en la Iglesia, siempre invito a diez personas que no son miembros a que asistan. Lo he hecho durante años. Hago invitaciones, coloco cada una en un sobre blanco y oro para que el Espíritu me guíe; luego entrego las invitaciones. Raramente asisten los diez, pero con que vaya solo uno siento que he tenido éxito.
Hace varios años preparé diez invitaciones para una charla fogonera para matrimonios. Entregué nueve de ellas a personas del trabajo, y me quedaba una. No sabía a quién entregársela. Minutos después, Ricardo, un representante de ventas, pasó por delante de mi escritorio. Sentí la impresión de invitarlo, aun cuando él había declinado una invitación de otro compañero de trabajo para asistir a un evento en la iglesia de este. No creía que Ricardo estuviera interesado.
Sin embargo, cuando pasó por delante de mi escritorio a la hora de irse, volví a sentir esa impresión, pero salió tan deprisa que no tuve ocasión de hablarle. Oré para que Ricardo volviera si es que había de darle la invitación a él.
Cuando terminé de orar, Ricardo volvió para hacerme una pregunta. Luego le dije: “Ricardo, mi Iglesia tiene una actividad para matrimonios. Vamos a compartir experiencias en cuanto a la manera de vivir cada día de una manera feliz. Después habrá un baile. Si te invito, ¿vendrás?”.
“¡Por supuesto!”, dijo Ricardo, pero su respuesta no me convenció.
“Al menos yo he hecho mi parte”, pensé.
Mi esposa y yo llegamos pronto a la actividad para dar la bienvenida a las personas que fueran llegando. De pronto vi a Ricardo y a su esposa, Regina. Les presenté a mi esposa y a los demás asistentes, y durante toda la tarde Ricardo y Regina parecieron estar divirtiéndose. Me sorprendió cuando dijeron que vendrían a la Iglesia el domingo para aprender más.
Ricardo, Regina y sus dos hijos aprendieron más. Con el tiempo se unieron a la Iglesia, y más adelante fueron sellados en el templo. Una vez Ricardo me dijo que su esposa y él habían estado hablando de divorciarse, pero entonces el Señor le guio a mi oficina.
Desde entonces le he pedido a Dios que me perdone por pensar que Ricardo no aceptaría mi invitación. He aprendido que es importante invitar a todos. Nunca sabemos quién aceptará.