Cambio de corazón, cambio de amigos
Nombre omitido
California, EE. UU.
Cuando era adolescente, pasé por una época de gran rebeldía y me comporté de maneras que eran contrarias al modo en que se me había criado. Comencé a beber alcohol a los trece años de edad, y ya en mi último año de secundaria bebía cada fin de semana.
De vez en cuando asistía a la Iglesia para evitar enfrentamientos con mis padres, pero dormía durante la reunión sacramental y luego me iba a la playa antes de la Escuela Dominical. Decir que a mis padres les afligía mi comportamiento sería quedarme corto. Reconozco que respetaron mi albedrío al tiempo que siguieron alentándome a vivir el Evangelio. No obstante, no tenía intenciones de permanecer activo en la Iglesia, y ciertamente no contemplaba servir en una misión en el futuro.
Después de la secundaria, asistí a un colegio universitario y persistí en mi rebeldía, pero una noche, ya tarde, recuerdo que al estar recostado en el sofá, me preguntaba en cuanto a mi futuro. ¿Con qué tipo de chica me casaría? Si le daba la espalda al Señor; ¿encontraría alguna vez el camino de vuelta? A pesar de lo importante que eran esas decisiones, no tenía ganas de cambiar.
Poco después fui a la fiesta de un amigo en el jardín de su casa, donde había alcohol y una enorme hoguera. Tras bromear durante un rato con mis amigos, me aparté un momento y cerré los ojos.
Cuando los volví a abrir, tuve un instante de claridad: vi a mis amigos comportándose tontamente, y dejé de verme como parte de ese grupo. Me fui y decidí dejar de beber y de ir a fiestas. Eso significaba que debía cambiar de grupo de amigos, lo cual no fue fácil; pero lo hice.
Esas decisiones han bendecido mi vida. Con el tiempo serví en una misión y he tenido muchos llamamientos. Lo más importante es que me casé en el templo con una mujer maravillosa, y eso ha redundado en las bendiciones más sublimes de mi vida.
Hace poco leí acerca de la conversión de Alma y de los hijos de Mosíah (véase Mosíah 27), y cómo experimentaron un poderoso cambio de corazón (véase Alma 5:12–14) debido, en parte, a las fieles oraciones del padre de Alma. Entonces pensé en mis padres y me di cuenta, más de treinta años después, de que mi aleccionadora experiencia en aquella fiesta fue el resultado directo de sus oraciones.
Ahora que soy padre de un hijo que tiene problemas, me encuentro en una situación parecida a la del padre de Alma y a la de mis padres; pero al aplicar las Escrituras a mí mismo, tengo fe y esperanza en que, un día, mi hijo también experimentará un cambio de corazón.