Vivir mis normas
“… ser testigos de Dios en todo tiempo” (Mosíah 18:9).
Mi padre estaba en el ejército, así que cuando yo era pequeña, nos mudábamos con frecuencia. Una de las cosas más difíciles en cuanto a las mudanzas era dejar a mis amigas. Yo tenía dificultades para hacer nuevas amistades porque era tímida. Afortunadamente, las personas siempre me mostraban amistad en la escuela y en la Primaria. En la Iglesia no importaba que fuéramos diferentes, ya que todos éramos amigos.
Una forma en que superaba mi timidez era cuando ayudaba en la Iglesia. Empezó con la Primaria, donde compartía una Escritura en el tiempo para compartir y leía en voz alta en la clase. Poco a poco, me sentí más segura y eso me ayudó a defender mis creencias.
Cuando estaba en cuarto o quinto grado, mi familia vivía en Maryland, EE. UU. No había muchos miembros de la Iglesia en mi escuela; algunas amigas eran miembros de la Iglesia y otras no.
Cuando era adolescente, algunos de mis amigos hacían cosas que iban en contra de mis principios, pero no trataron de convencerme para que las hiciera. Estoy agradecida de que respetaran mis creencias. A veces me sentía excluida porque no podía hacer todo lo que hacían mis amigos de la escuela, pero siempre me sentí bien por seguir mis principios. Decidí que viviría el Evangelio, pasara lo que pasara. Mi testimonio se había fortalecido en la Primaria y en la noche de hogar. Llegué a saber que soy una hija de Dios.
Años más tarde, me enteré que dos de mis amigas de la escuela se habían unido a la Iglesia. ¡Me sentí muy feliz! Me contaron que el verme vivir el Evangelio cuando éramos jóvenes las ayudó a decidirse a escuchar a los misioneros.
Mis queridos amigos jóvenes, ustedes son hijos de nuestro Padre Celestial. Cuando recuerden esta importante verdad cada día, el vivir el Evangelio será más fácil.