2021
El Gran Acompañante
Octubre de 2021


El Gran Acompañante

En medio de mis quejas, un pensamiento sencillo pero poderoso me vino a la mente y aumentó mi gratitud.

woman playing piano

Fotografía de la autora por Annika Burkhardt

Algo emocionante sucede cuando uno se sienta en un banco con las manos sobre las teclas de marfil del piano, a la espera de una señal del director. El efectuar acompañamientos es uno de mis pasatiempos favoritos, pero no es uno que llame la atención. A veces mi ego se interpone y deseo que alguien reconozca mis esfuerzos.

Los acompañantes apoyamos a los intérpretes, mantenemos el ritmo, creamos la armonía y el sentimiento de la música. A veces, hasta disimulamos los errores de los intérpretes. Dedicamos muchas horas antes y después de los ensayos. A veces somos los últimos en recibir la música, pero se espera que seamos los primeros en aprenderla.

En un momento difícil me encontré lidiando con esos sentimientos; sentía que nadie apreciaba mi trabajo. Una noche, me arrodillé junto a la cama para decírselo al Padre Celestial.

Comencé mi oración con una lista de todo lo que hacía y por lo que no recibía muestras de agradecimiento. No necesitaba mucho, pero sí necesitaba algo. Le dije que me sentía olvidada.

Mientras me quejaba, el Espíritu susurró a mi mente un pensamiento que cambió toda mi perspectiva.

Interrumpí mi oración debido a que de pronto percibí mi situación bajo una luz diferente. Comencé a revisar mi lista de quejas y pensé en ellas como si el Padre Celestial fuera el acompañante. Me sentí sorprendida y humilde al pensar en que tal vez no nos damos cuenta de cuánto nos ayuda y aporta a nuestra vida, cómo cubre nuestros errores y “no se adorme[ce] ni d[uerme]”(Salmo 121:4) para nuestro bien. ¿Lo invitamos a Él en último lugar pero esperamos que sea el primero?

Después de esa experiencia, comencé a agradecerle Su magnífico acompañamiento en mi vida. Todo lo que soy es gracias a Él y a Su Hijo. ¡Qué perspectiva tan distinta! No me reprendió por causa de mis sentimientos ni por mis quejas. En lugar de eso, escogió enseñarme. Me enseñó una forma diferente de verlo a Él y a los demás.

Ahora, cuando caigo en la trampa de la autoconmiseración, recuerdo a mi Gran Acompañante, Aquel con quien ensayo y al que debo agradecer. El Padre Celestial me enseñó a valorarlo de una manera diferente de como lo hacía, a ver a quienes me rodean con mayor aprecio, a tener un corazón más agradecido y a recordar las palabras de Su Hijo: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10).