El Gran Acompañante
En medio de mis quejas, un pensamiento sencillo pero poderoso me vino a la mente y aumentó mi gratitud.
Algo emocionante sucede cuando uno se sienta en un banco con las manos sobre las teclas de marfil del piano, a la espera de una señal del director. El efectuar acompañamientos es uno de mis pasatiempos favoritos, pero no es uno que llame la atención. A veces mi ego se interpone y deseo que alguien reconozca mis esfuerzos.
Los acompañantes apoyamos a los intérpretes, mantenemos el ritmo, creamos la armonía y el sentimiento de la música. A veces, hasta disimulamos los errores de los intérpretes. Dedicamos muchas horas antes y después de los ensayos. A veces somos los últimos en recibir la música, pero se espera que seamos los primeros en aprenderla.
En un momento difícil me encontré lidiando con esos sentimientos; sentía que nadie apreciaba mi trabajo. Una noche, me arrodillé junto a la cama para decírselo al Padre Celestial.
Comencé mi oración con una lista de todo lo que hacía y por lo que no recibía muestras de agradecimiento. No necesitaba mucho, pero sí necesitaba algo. Le dije que me sentía olvidada.
Mientras me quejaba, el Espíritu susurró a mi mente un pensamiento que cambió toda mi perspectiva.
Interrumpí mi oración debido a que de pronto percibí mi situación bajo una luz diferente. Comencé a revisar mi lista de quejas y pensé en ellas como si el Padre Celestial fuera el acompañante. Me sentí sorprendida y humilde al pensar en que tal vez no nos damos cuenta de cuánto nos ayuda y aporta a nuestra vida, cómo cubre nuestros errores y “no se adorme[ce] ni d[uerme]”(Salmo 121:4) para nuestro bien. ¿Lo invitamos a Él en último lugar pero esperamos que sea el primero?
Después de esa experiencia, comencé a agradecerle Su magnífico acompañamiento en mi vida. Todo lo que soy es gracias a Él y a Su Hijo. ¡Qué perspectiva tan distinta! No me reprendió por causa de mis sentimientos ni por mis quejas. En lugar de eso, escogió enseñarme. Me enseñó una forma diferente de verlo a Él y a los demás.
Ahora, cuando caigo en la trampa de la autoconmiseración, recuerdo a mi Gran Acompañante, Aquel con quien ensayo y al que debo agradecer. El Padre Celestial me enseñó a valorarlo de una manera diferente de como lo hacía, a ver a quienes me rodean con mayor aprecio, a tener un corazón más agradecido y a recordar las palabras de Su Hijo: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10).