Principios básicos del Evangelio
La Caída fue parte del plan de Dios
A causa de la Caída, tenemos la oportunidad de venir a la tierra y un día podemos volver a vivir con nuestro Padre Celestial.
En el Jardín de Edén, el Señor mandó a Adán y a Eva que no comieran del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal. Luego les dijo: “… podrás escoger según tu voluntad […], pero recuerda que yo lo prohíbo” (Moisés 3:17). Satanás tentó a Eva a comer del fruto del árbol. Le dijo: “… seréis como dioses, conociendo el bien y el mal” (Moisés 4:11). Ella comió del fruto y luego lo compartió con Adán. Dios los expulsó del Jardín de Edén.
La Caída
Cuando Adán y Eva salieron del Jardín de Edén, ya no se hallaron más en la presencia de Dios. Esa separación de Dios se llama muerte espiritual. Salir del jardín también significó que Adán y Eva se convirtieron en mortales y, por tanto, podían morir. Aunque Adán y Eva ya no estaban con Dios y ahora eran mortales, se sintieron felices y esperanzados cuando vieron que podían progresar (véase Moisés 5:10–11). “Adán cayó para que los hombres existiesen; y existen los hombres para que tengan gozo” (2 Nefi 2:25).
Un tiempo de prueba
Cuando nacemos, vivimos apartados de Dios, igual que Adán y Eva después de la Caída. Satanás nos tienta a tomar malas decisiones. Esas tentaciones nos permiten ser probados y elegir entre el bien y el mal (véase Alma 12:24). Cada vez que pecamos y no nos arrepentimos, nos alejamos más del Padre Celestial, pero si nos arrepentimos, nos acercamos más a nuestro Padre Celestial.
La muerte física
La tierra fue creada para nosotros (véase 1 Nefi 17:36). La Caída hizo posible que Adán y Eva cumplieran el mandamiento de Dios de tener hijos, lo que nos permitió venir a la tierra en un cuerpo físico. Nuestro cuerpo algún día morirá, pero nuestro espíritu seguirá viviendo. Nuestro cuerpo y espíritu se reunirán cuando resucitemos.
Salvos por Jesucristo
Mediante el poder expiatorio de Jesucristo podemos vencer la muerte física y la espiritual. Gracias a que Cristo resucitó, todos los que nacen en esta tierra resucitarán y vivirán para siempre, y gracias a que Cristo sufrió por nuestros pecados, podemos arrepentirnos y ser perdonados para poder vivir nuevamente con nuestro Padre Celestial.