“Encontrar el designio divino en nuestra familia ‘no ideal’”, Liahona, enero de 2023.
Jóvenes adultos
Encontrar el designio divino en nuestra familia “no ideal”
El no tener la familia “ideal” en la vida terrenal puede resultar doloroso, pero podemos utilizar nuestras realidades para acercarnos más al Salvador.
Nada nos genera sentimientos más profundos de significado, gozo, anhelo y dolor que las relaciones más esenciales para nuestra experiencia en la vida terrenal: nuestras relaciones familiares. Y debido a que esas relaciones son tan importantes, nuestros líderes de la Iglesia fueron inspirados a crear “La Familia: Una Proclamación para el Mundo”1. Sus verdades dan testimonio de un Padre amoroso que anhela que conozcamos los modelos divinos que conducen a la felicidad eterna en la vida familiar.
El presidente Henry B. Eyring, Segundo Consejero de la Primera Presidencia, enseñó: “En vista de que nuestro Padre ama a Sus hijos, no nos dejará hacer conjeturas en cuanto a lo que más importa en esta vida y a qué debemos prestar atención para ser felices o la tristeza que puede resultar de nuestra indiferencia”2. Esto incluye las múltiples y sagradas funciones familiares que podríamos desempeñar en esta vida: hija o hijo, hermana o hermano, madre o padre, tía o tío, abuela o abuelo.
Las verdades de la proclamación sobre la familia ilustran el “ideal eterno” que muchos de nosotros deseamos profundamente: unas relaciones familiares eternas, sólidas y felices. El problema es que vivimos en la “realidad mortal”, y esa brecha entre lo “real” y lo “ideal” puede resultar dolorosa. A veces, en lugar de considerarla una luz para guiarnos, podríamos creer que la proclamación sobre la familia es un conmovedor recordatorio de dónde hemos “fracasado” tratando de llegar al “ideal”.
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Anhelamos el matrimonio, pero no lo vemos como una posibilidad.
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Es posible que nos hayamos casado y experimentado un divorcio devastador.
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Tal vez deseemos tener hijos que no podamos tener.
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Es posible que hayamos sufrido abuso o maltrato en las relaciones familiares en las que confiábamos.
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Es posible que hayamos experimentado un gran dolor debido a las decisiones de nuestros familiares, a quienes amamos.
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Es posible que nos sintamos divididos a pesar de hacer todo lo posible por lograr la unidad entre nuestros seres queridos.
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Incluso podríamos sentirnos desilusionados por anhelos y promesas que no se han cumplido.
En realidad, todos conoceremos los desafíos, el dolor y el pesar en la vida familiar, algunos más que otros. Hasta cierto punto, todos estaremos fuera de los modelos ideales que se describen en la proclamación sobre la familia.
Lo que quizás no reconozcamos es el designio divino de esa realidad.
Buscar al Salvador y someterse a Él
Como mujer soltera que anhelaba el matrimonio y los hijos durante muchos años, deseaba y creía que un propósito fundamental de mi vida era lograr los ideales de la vida familiar que se definen en la proclamación sobre la familia. Sin embargo, a pesar de mis esfuerzos más sinceros, no conseguía que sucedieran de la manera en que yo creía que debían; fue una batalla dolorosa.
En aquel momento, no podía ver la milagrosa obra que el Señor estaba llevando a cabo en mi corazón por medio de esa dificultad.
Al mirar atrás, mis anhelos insatisfechos desempeñaron una función sagrada al inclinar mi corazón hacia mi Redentor para buscar la paz y la guía que solo Él podía proporcionarme y profundizar mi confianza en Su amor perfecto y Su poder habilitador. La oración y el estudio de las Escrituras a diario, y especialmente las palabras de la conferencia general, se convirtieron en un salvavidas de esperanza y guía. Me sentí impulsada a recurrir a las palabras de mi bendición patriarcal —y a otras bendiciones del sacerdocio— para encontrar el amor y la guía que mi Padre Eterno me había brindado personalmente.
Al derramar mi corazón al Señor, aun cuando me sentía tentada a apartarme con amargura, me vinieron a la mente y al corazón impresiones sagradas que me dieron la certeza de que Él sabía dónde estaba yo, que mi vida tenía un hermoso plan y que podía confiar en Él. El sentimiento de pertenecer al convenio3 con mi Redentor llegó a ser un conducto de paz y gozo profundos que sobrepasa cualquier otra fuente de satisfacción o felicidad.
Llegué a ver que, aunque había creído que el propósito de mi vida era lograr mis sueños de la familia ideal, el Señor estaba haciendo posible lo que el élder Jeffrey R. Holland, del Cuórum de los Doce Apóstoles, denominó el propósito fundamental de la vida terrenal. Citando al rey Benjamín, explicó: “Quizás el propósito fundamental […] es llegar a ser ‘santo por la expiación de Cristo el Señor’, lo cual requerirá que lleguemos a ser ‘como un niño: sumiso, manso, humilde, paciente, lleno de amor y dispuesto a someterse a cuanto el Señor juzgue conveniente infligir sobre él, tal como un niño se somete a su padre’”4.
Mi necesidad de la ayuda y la fortaleza del Salvador me llevó a buscar y experimentar Su corazón de sumisión, mansedumbre, humildad, paciencia y amor. Durante ese proceso, Su poder habilitador me cambió. Y, en verdad, eso era lo que yo más deseaba. Lo que me había parecido tan “poco ideal” en realidad había preparado el camino para el “ideal” más hermoso.
Mi amigo y colega Ty Mansfield describió una verdad similar. Como hombre que experimenta atracción hacia personas del mismo sexo, Ty fue testigo del crecimiento espiritual que puede tener lugar cuando anclamos nuestra vida en Jesucristo y entregamos voluntariamente todo nuestro corazón a Él, permitiéndole consagrar todas las experiencias difíciles para nuestro provecho. En el caso de Ty, eso comenzó cuando el Espíritu le enseñó “que sin importar si me llegaba a casar, Dios me amaba y aceptaba infinitamente. Mi responsabilidad era continuar viviendo un día a la vez mientras buscaba y seguía la guía del Espíritu”5. Y, con el tiempo, confiar en Dios llevó a Ty a contraer un matrimonio dichoso, hermoso y eterno con su esposa.
Desarrollar una relación más profunda con el Salvador
Finalmente, yo también me casé después de preguntarme si alguna vez lo haría, pero la necesidad de estar profundamente anclada en Jesucristo ha continuado, y también ha aumentado, en los años desde que fui sellada a mi esposo. De nuevo empecé a buscarlo a Él para pedirle paz en mis dificultades con la infertilidad. No sabía cómo podría tener el gozo que esperaba en la vida familiar si no tenía hijos, pero incluso después de que mi esposo y yo fuimos bendecidos con dos hijos, a menudo me concentré en mis debilidades como madre. Aunque finalmente tenía lo que siempre había deseado, de alguna manera la brecha entre lo “ideal” y lo “real” parecía aumentar.
Esas circunstancias me invitaron a replantearme los propósitos de la vida terrenal y los procesos divinamente ordenados por medio de los cuales progresamos. Tal vez el propósito de la vida, en realidad, no sea lograr la familia ideal. Tal vez el ideal ni siquiera exista en la vida terrenal. Tal vez la familia sea, por el contrario, una oportunidad de progreso.
De hecho, tal vez la realidad que tan dolorosamente resulta “menos que ideal” en realidad cumpla el sagrado propósito de favorecer el progreso que necesitamos para vivir realmente relaciones “ideales”. Tal vez el poder radique en el hecho de que la profunda brecha entre lo real y lo ideal nos invita a desarrollar una relación más profunda con Jesucristo, en la cual Él sana y santifica lo que nos parece estar roto, desarrollando sabiduría, fortaleza y amor en el proceso. Milagrosamente, es por medio de Su gracia y redención, y solamente por medio de Él, que podemos llegar a ser el tipo de personas en el tipo de relaciones que procuramos tener en los cielos.
He llegado a creer que, en realidad, la “perfección” no es posible en las relaciones familiares, para nadie, al menos no en esta vida, pero la honradez, la integridad y la cercanía genuina sí lo son. De hecho, fingir o esperar la perfección interferirá en la cercanía genuina a Dios, a nuestra familia y a los demás. En cambio, cuando nos permitimos ser vistos como realmente nos ven Cristo, nuestras familias y los demás, incluso en todo aquello que es “menos que ideal”, podemos invitar Su poder santificador a nuestra vida. Podemos experimentar Su poder milagroso para conciliar lo irresoluble, llenarnos de Su amor y convertirnos en seres que tienen relaciones más profundas con Él y con nuestros seres queridos.
Quizás el propósito más sagrado de la proclamación sobre la familia sea asegurarnos que, gracias a Jesucristo, la familia “ideal” puede ser el destino eterno para cada uno de nosotros.
Como amados hijos e hijas de padres celestiales, todos pertenecemos a una familia eterna. Nuestra experiencia singular en la vida terrenal es una parte esencial del plan de nuestro Padre para ayudarnos a progresar y “finalmente lograr [nuestro] destino divino como herederos de la vida eterna”6, la misma hermosa vida familiar que Él experimenta, sin importar cuán diferentes nuestras experiencias familiares actuales parezcan ser con respecto al ideal. Tal como declaró el élder D. Todd Christofferson, del Cuórum de los Doce Apóstoles: “[L]a expiación de Jesucristo ha previsto, y al final compensará, todas las privaciones y pérdidas para aquellos que se vuelvan a Él. Nadie está predestinado a recibir menos que todo lo que el Padre tiene para Sus hijos”7.
Así como el Señor prometió a Jacob durante los desafíos de su familia “menos que ideal”, Su relación de convenio con nosotros nos da esta certeza: “… yo estoy contigo, y te guardaré por dondequiera que fueres y volveré a traerte a [casa]; porque no te dejaré hasta que haya hecho lo que te he dicho” (Génesis 28:15). Conforme lo sigamos a Él, sean como sean nuestras realidades imperfectas, Él no nos dejará, hasta que hayamos llegado a ser todo lo que deseamos ser, unidos en relaciones familiares de gozo sublime por la eternidad.